Cómicos de camino y polvo

Faranduleros, de los que recogían más polvo de los caminos que monedas, tienen una parada inesperada en su andar. Y es que uno de ellos ha muerto. Con este punto de inicio Francisco Negro ha realizado un hábil cosido de textos y situaciones con mayor propósito de entretener al respetable, que al fin y al cabo en eso los cómicos se heredan unos a otros. La aparición de la muerte, dispuesta a llevarse al finado incluso ante las sorpresas, pone el punto de contraste entre la ligereza de los que encarnan a cualquier personaje que les ayude a malcomer, y la rotundidad de quien siempre está dispuesta a reclamar la deuda con la que nacemos.

Con una apuesta levantada que les obliga a hacer reír a la muerte si quieren que se vaya de vacío, la función transcurre en el tono chispeante de los entremeses, en el verso siempre de doble o triple intención y, sobre todo, con un reparto ágil, que acierta en su tono jocoso para construir unos personajes acostumbrados a tirar de lo poco como si fuera una fiesta.

Y fiesta es lo que montan los de Morfeo, con un ojo en la comedia y otro en el destino que nos espera. Que el teatro también es una manera de jugar a ser inmortales en esta mezcla de principios y finales.