«De pequeñas, repartíamos la leche en mano»
Raíces. Maixabel Arakama, la única ganadera zumarragarra en activo, mantiene la tradición y cuida de una veintena de vacas que dan 400 litros diarios.
El viento acaricia los pinares y el agua confluye con la paz de la cima de Beloki. Desde allí, asegura Maixabel Arakama, «se ven las vías del tren y una gran vista de Zumarraga». A pocos metros, resiste su caserío Elorriaga-Azpi, una de las últimas atalayas y de las más altas de la localidad, que se erige como testigo silencioso del tiempo y hogar de la familia Arakama, que aún mantiene viva la conexión con la tierra.
Maixabel es la benjamina de seis hermanos y la única ganadera zumarragarra en activo. A su cargo está la cuadra, la que adecenta, mantiene y refugia a una veintena de vacas lecheras que ordeña «dos veces, una por la mañana y otra por la noche». Entrega los 800 litros de leche de cada recogida a Kaiku, pero reservan «algunos para consumo propio».
El tanque llega cada dos días a la puerta del caserío, así que atrás quedaron los repartos puerta a puerta que los Arakama han hecho desde siempre, tras toda una vida al cuidado del ganado. Repartir los litros por el pueblo «era cosa de la ama y luego empezamos nosotros. Primero mis hermanos mayores, y después nosotras. Íbamos en burra, una muy graciosa... ¡Astotxiki!». Fuera invierno o verano, hiciera sol, lloviese o nevase, la leche llegaba a los zumarragarras. Así los Arakama han visto crecer a toda una villa que «claro que ha cambiado. Antes era más tranquila», recuerda Maixabel.
Vida rural
La vida en el baserri ha cambiado, pero las novedades no llegaron hace tanto. La carretera a La Antigua se estrenó en 1957, pero entonces el acceso hasta Elorriaga-Azpi –«les separarán más o menos dos kilómetros»– era imposible. «Fuimos los Arakama en 1975 quienes construimos un acceso adecentado hasta el caserío», reivindica. El asfalto facilitó el tránsito de vehículos hasta las puertas de su casa. «El primero que trajo un coche, un seiscientos blanco, fue el veterinario Rodríguez. Fue muy emocionante, lo vivimos como algo mágico». Antes, las comunicaciones eran complicadísimas. Pero todo se simplificó cuando llegó el teléfono. «Me hizo tanta ilusión que solo marcaba para llamar a mi hermana a Legazpi y saludarle». La luz fue otro de los avances mejor recibidos porque «la instalación trifásica no llegó hasta 1983».
La evolución de la vida rural que, a pesar de «la tranquilidad», no recomienda a las nuevas generaciones. «Es sacrificado, algo que haces porque has vivido con ello, pero requiere total dedicación. No hay ni descansos ni festivos, porque trabajo hay siempre», cuenta radiante, con los ojos bien abiertos y una brillante melena rubia, similar a la de Rita Hayworth. El silencio de los pastos y el mugir de las vacas siguen marcando el ritmo de Maixabel, trabajadora, siempre sacrificada. Aprendió a curar heridas con una pomada «milagrosa» de hierbas, un remedio natural que todos han patentado a su nombre. Y también hace alquimia en la cocina, su mahonesa... ¡de las mejores, créanme!. El secreto: «Echar muy poco aceite».
Así es mi pueblo
- – ¿Como describiría Zumarraga?
– Es un pueblo muy tranquilo. Cómodo, no muy grande... se vive a gusto.
- – ¿Que es lo mejor de vivir aquí?
– Ha hecho muchas renovaciones. Estamos muy bien comunicados y tenemos un hopistal que es un orgullo.
- – ¿Y lo peor?
– Que está envejeciendo. Hay poco relevo generacional y creo que se deberían hacer más cosas por los mayores.
- – ¿Tiene algún lugar favorito?
– La ermita de La Antigua, sin duda. Las vistas y el paisaje son espectaculares. Y la cima del Beloki. ¡Soy nacida ahí, tendré que decirlo!
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