'Peluquero', de Palha, derriba al picador de turno con una espectacular voltereta. /MORQUECHO
AZPEITIA PRIMERA CORRIDA DE FERIA

Un fiera y Fandiño

BARQUERITO

Sábado, 1 de agosto 2009, 05:38

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De vértigo el toro de Palha que rompió el fuego: codiciosas repeticiones, notable fijeza, vivo el son, constante el ritmo. Para José Ignacio Ramos resultó más sencillo clavar al cambio un par de banderillas por los adentros que prender antes otros dos en cuarteos. Venido arriba, el toro, con prontitud de bravo, no dio tregua entonces. Ni antes ni después. Ramos toreó de capa con asiento y gusto en el saludo. Precioso el remate a una mano de un quite discreto por chicuelinas. La faena de muleta, decidida y segura, no terminó de romper: por la mano izquierda no vino metido el toro en el engaño, que en un regaño desarmó al torero; por la derecha puso la velocidad del toro. El vértigo que encareció el encargo.

Un trincherazo extraordinario, sabiduría de torero curtido para llevar tapado al toro, como si no lo soltara. Con toda su potencia no desbordó el toro a Ramos. El viento molestó, después del desarme perdió fuerza el manejo del toro. Y el toro también. En la suerte contraria, una estocada al salto tan de la firma del torero de Vitoria, que ha desaparecido de los carteles de aliento. Este toro que abría feria se llamaba Africano. No paró. Se quedó muy alto el listón.

El segundo palha, tratado a trastazos al rematar de salida, hizo cosas buenas: atacar arreando, apretar en el caballo, galopar después de la segunda vara. Pero no resistió la comparación. Se distrajo un poco, parecía llamarle la atención el bullicio de una grada, sería fino de oído. Adelantó por las dos manos y se acabó apagando. Templadito en lances de manos bajas, Salvador Cortés abrió faena con un pase cambiado por la espalda y en cite largo. Una serie de muletazos por alto no fue idea adecuada. Todos los toros tienen dos manos y este segundo era dócil por la izquierda. Por ahí no se puso el torero de Mairena más que dos veces. No era sencillo pero el problema se resolvió en falso. A paso de banderillas Salvador cobró una habilidosa estocada desprendida.

Y luego apareció un tremendo toro tercero: alto, formidables la seriedad y el porte, anchas la cuna y las sienes, un punto degolladito. Una auténtica fiera. La fiereza se hizo notar enseguida: una agresividad insolente al escarbar, arreones al lanzarse, las manos por delante. Y la prueba de fuego: visto en la perpendicular el caballo de pica, se fue por él como una exhalación. Al sentir la herida de un puyazo trasero, enganchó al caballo por los pechos y le buscó las tripas bajo peto y manguitos, se lo echó a los lomos de un solo gatillazo y lo revolcó por el suelo contra tablas como si espantara una mosca.

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Un picador atrapado bajo caballo y guarnición; y un sereno estar de las cuadrillas. Jarocho y Carlos Ramos aguantaron como pudieron a la fiera en un burladero, pero el toro estaba por irse en busca del caballo de la puerta. La sensación fue tormentosa. Después de una segunda vara, el toro dejó regueros y charcos de sangre, se fue por los banderilleros como el trueno celeste, le pegó al tercero de la cuadrilla de Fandiño la paliza más fuerte que se haya llevado este año nadie y, descompuesto, indómito, indomable, celoso, buscaba a Fandiño en cuanto salía de los vuelos de la muleta. Si no venía tapado, se venía al cuerpo. Acosaba, escarbaba, peleó como arrinconado sin dar tregua. Pelea fantástica.

Iván Fandiño hizo alarde de soberbia entereza para soportar varetazos y porrazos en las dos piernas y tuvo recursos para no afligirse ni dejarse ganar esta batalla campal. Una estocada. Antes de arrastrarse el toro, el preceptivo zortziko de Azpeitia, que parecía un himno de paz. Luego, regaron la plaza. La banda, espléndida, atacó el "Zacarías Lecumberri", uno de los pasodobles más ricos de esta tierra.

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Salió un lustroso cuarto que sólo con los bofes levantaba remolinos de arena y que José Ignacio Ramos manejó con destreza de capa. Un monosabio valiente sostuvo a solas y a pulso un caballo descabalgado en un puyazo. Los apretones en banderillas del toro pusieron a Ramos en apuros. Siete hermosos muletazos de apertura. Después, un ten con ten o combate nulo, porque el toro, pegajoso, atacó con temperamento, o se paró o se puso tardo. Cada embroque fue un trago. Pese a aplomarse, el toro destilaba también fiereza. El quinto, más mansito que bravo, fue el toro bondadoso se la corrida. Pero costaba emocionarse después de las dos batallas previas. El sexto, retinto, remangado de pitones, de fondo agresivo, pegó muchos cabezazos. No de defenderse, sino de falta de fuerzas. Cortos y revoltosos viajes. Porfión Fandiño. Menos brillante ahora, pero más tranquilo.

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