Un diamante hecho de sonidos
En 2014 la Quincena Musical cumple 75 años plagados de grandes y originales conciertos. Desde 1939 hasta hoy Donostia ha visto crecer un festival que ha permitido poner la mejor música a los veranos con magníficos intérpretes y citas inolvidables
MARÍA JOSÉ CANO ,
Miércoles, 15 de enero 2014, 15:33
Es difícil encontrar a alguien que haya acudido a un concierto de la Quincena durante sus 75 años de existencia y no la elogie o repita. Y es que el festival más antiguo de la ciudad -el Jazzaldia cumplirá 49 años el próximo mes de julio y el Zinemaldia, 62- ha sabido mantenerse, crecer o reinventarse a lo largo de una larga historia que forma parte también de la de San Sebastián.
Una de las personas que mejor pueden escribir la historia de la Quincena es, sin duda, José Antonio Echenique, director de la misma durante 32 ediciones, desde 1979. El actual director, Patrick Alfaya, se incorpora en julio de 2010, por lo que la de ese año también está diseñada por Echenique. «Creo recordar que conocí el festival en 1968, porque hubo un gran impacto en la ciudad por la muerte de Juan Gorostidi. Pero la primera vez que compré entradas para la Quincena fue en 1970. Se hicieron las nueve sinfonías de Beethoven con la Orquesta Nacional de España y Frühbeck de Burgos. De aquellos primeros años también recuerdo una 'Consagración de la Primavera' y en 1972, mi participación en el segundo acto de 'La Bohème' de Puccini. Luis Uranga, que fue presidente de la Real, Manolo Urkola, nieto del arquitecto que construó el Victoria Eugenia, un nieto de Gorostidi y yo teníamos que salir de figurantes vestidos de militares y mi mayor obsesión era llevar bien el paso, porque tenía alergia a lo militar y no hice la mili. Fue una representación cargada de anécdotas, con Pavarotti como Rodolfo. Además, el ministro de Franco Gregorio López Bravo decidió acudir con un argentino invitado. Llegaron tarde, la representación se retrasó y fueron abucheados».
Tras aquellos primeros recuerdos, el festival acogió una nueva etapa. «Los recursos de Madrid se destinaban a Granada, que era el festival del Estado, y a Santander y cambiaban los gustos del veraneo, que se asociaban a lugares de más sol. De hecho, aquella fue la última ópera representada hasta 1988. Ante la falta de financiación, durante toda aquella etapa Paco Ferrer, que era entonces el director de la Quincena, decidió primar la calidad y reducir el número de conciertos. Así, por ejemplo, en 1978 sólo se celebraron cinco».
El verano sin Quincena
Tras aquel recorte, en verano de 1979 no hubo Quincena. «Ferrer renunció a llevarla y me pidieron que montara un ciclo de conciertos por Navidad, por lo que se contabilizó como la 40 edición. Se hizo bajo el paraguas del CAT y con el compromiso de ese único ciclo, pero parece que les convenció y optaron por encargarme ya la edición de 1980 y las siguientes hasta 2010», explica Echenique.
En opinión del ahora director adjunto del festival, «1982 fue una fecha clave, porque se creó la Orquesta Sinfónica de Euskadi, que dio su primer concierto el 31 de agosto, con un 'Réquiem' de Verdi dirigido por Enrique Jordá y junto al Orfeón Donsotiarra. Para la Quincena fue muy importante esto, porque desde entonces la OSE ha sido uno de los pilares del festival y tener una orquesta propia nos permitía hacer nuevos y más ambiciosos proyectos. Fue especialmente destacable un 'Fidelio' en versión concierto que Miguel Ángel Gómez Martínez dirigió a la OSE y el Orfeón en 1984».
Desde ese momento hasta 1988 el festival ha ido creciendo y mejorando en recursos. «La edición de 1989, en la que se celebraba el cincuenta aniversario, supuso un espaldarazo importante. Se crea el compromiso por parte del Ayuntamiento, la Diputación y el Gobierno Vasco de dotar a la Quincena de un presupuesto más consolidado. Recuerdo el recital de Teresa Berganza de aquel año. Hubo una especie de duelo entre ella y Montserrat Caballé y lo ganó Berganza. Estaba en un momento de maravillosa madurez musical».
Para José Antonio Echenique, la década de los noventa también cuenta con citas memorables. «El concierto de la Orquesta Sinfónica de Galicia en las cuevas de Zugarramurdi en 1995 fue algo impresionante. También lo fue 'El elixir de amor' con María Bayo , Carlos Alvarez, Josep Bros y Carlos Chausson. Fue en 1996 y lo que hicimos aquel año fue una auténtica locura, porque por primera vez vino una orquesta americana, que fue la de Cleveland con Dohnanyi, y la 'Quinta' de Mahler. Tampoco puedo dejar pasar por alto 1997, con el centenario del Orfeón, que actuó bajo la batuta de Riccardo Muti. Y 1999, que supuso el gran salto al Kursaal, la integral de las sinfonías de Beethoven, con las ocho primeras en el teatro Victoria Eugenia y la 'Novena' en el Kursaal, con la Orquesta del siglo XVIII y la Coral Andra Mari dirigidos por Frans Brüggen. Fue el primer concierto de la Quincena en el Kursaal, algo importantísimo para nosotros».
La época de las integrales
A partir del año 2000 se abre «la década de las integrales», según Echenique. «Hicimos las sinfonías de Mahler y los conciertos para piano y orquesta de Mozart y Beethoven, pero también la primera ópera en el Kursaal». Ese primer título es un 'Rigoletto' de Verdi con una poducción de Jonathan Miller de la English National Opera de Londres ambientada en el Chicago de los años veinte.
Para José Antonio Echenique, los conciertos que más le emocionaron de esa época fueron «el celebrado en la Casa de Juntas de Gernika en 2005, con el homenaje al poeta Lauaxeta que había muerto en 1936, o el de 2008 de José Manuel Azcue en la Quincena. El organista estaba ya bastante enfermo y pude ver la muerte en su rostro. Fue uno de sus últimos conciertos. Y de esta década también destacaría los conciertos en el santuario de Arantzazu. Empezamos a hacerlos en 2001 con la celebración del 500 aniversario de la llegada de los franciscanos a Arantzazu. Y ese año también fue importante para nosotros con la creación de Musikene».
A lo largo de estos años también ha habido momentos de tensión. «En 1982 viví un momento muy duro, con el concierto de la Orquesta de Cámara de Israel. Tuvimos amenaza de bomba en el Victoria Eugenia y nos dijeron que iba a explotar a las 9 de la noche. Después de revisar todo el teatro, comenzamos el concierto a las 8.30 (media hora más tarde) bajo nuestra responsabilidad y recuerdo estar junto al gerente del Victoria Eugenia mirando el reloj hasta las 9 con una tensión tremenda. Y lo pasé realmente mal en 1992, con 'La italiana en Argel', cuando los dos directores, el de escena y el musical nos plantaron y nos dijeron que se iban. Pasé la noche en blanco y finalmente se solucionó todo con una buena comida».
En su etapa actual como director adjunto, Echenique asegura disfrutar más de los conciertos que antes. «Los veo con otra tranquilidad». Respecto a Alfaya, dice que «soy como su botillero, siguiendo el símil de la pelota. Le asesoro, le ayudo y soy un poco la memoria del festival, pero siempre con respeto y cierta distancia. Desde 2011 toda la programación es de él. Yo he tenido unos colaboradores estupendos en toda mi etapa anterior, sin los que no hubiera podido hacer el trabajo y se merecen el respeto y el aplauso. Además, los políticos me han respetado y he tenido libertad en lo artístico y lo económico. Sin embargo, el patrimonio más importante de la Quincena es su público y después, los intérpretes».