Borrar
Joshua Bell y Vladimir Jurowski, en el Kursaal. :: JOSE USOZ
CRÍTICA MÚSICA

El arte del detalle

MARI JOSE CANO

Miércoles, 29 de febrero 2012, 03:12

Llenazo absoluto y gran expectación para escuchar ayer al violinista Joshua Bell en Donostia, en un concierto junto a la Filarmónica de Londres que no creó indiferencia y sí muy buenos momentos, protagonizados por todos los intérpretes del mismo. Y es que fue una cita llena de detalles, de pequeñas (o grandes) cosas que convirtieron el encuentro en una de esas veladas que se comentan durante mucho tiempo.

Sin lugar a dudas, la presencia del solista norteamericano fue una de las principales causantes del tirón del concierto, que tuvo una respuesta de público como las que no se recuerdan desde los mejores momentos de la Quincena Musical. Pero evidentemente, su poder mediático no fue el elemento más importante del encuentro, sino, sobre todo, los aspectos musicales. De entrada, Joshua Bell tiene una técnica que le permite sacar todo el partido posible a su instrumento, un Stradivarius, de sonido pequeño pero delicado, fino y muy hermoso, que parece una prolongación de todo su cuerpo. La afinación, la absoluta pulcritud en la ejecución, el dominio del vibrato a su antojo, su infinito arco o su capacidad dinámica -especialmente hermosa en la gama de pianos- dejaron muy claro por qué es uno de los mejores. Su cadencia permitió además comprobar su capacidad creativa, con un estilo adecuado al del compositor, una cuidada recapitulación del material melódico presentado en la obra y un toque personal muy interesante.

Pero a pesar de su extraordinario nivel, Bell no fue lo más sobresaliente de Brahms, sino la orquesta, que sorprendió por su redondez, calidez, limpieza, ductilidad y hermosa sonoridad. Si es difícil que una agrupación destaque en una obra con solista, la Filarmónica de Londres lo consiguió, a las órdenes de un Jurowski que brindó una versión muy personal, llena de pausas y con un locuaz mimo a cada apoyatura, acento o puntillo. Fue muy revelador el movimiento de su mano izquierda en el comienzo del 'Adagio'.

Tras su lectura de Brahms, poco le quedaba por decir al conjunto británico y a su titular. En su visión de la 'Manfred' optó por las mismas constantes que en la anterior composición: extrujar el espíritu romántico que dominó todo el concierto con interminables rubatos, rendir un especial culto al silencio y a la pausa, sacar todo el jugo dinámico a una orquesta brillante y, en definitiva, regalar un discurso siempre lógico y expresivo con todo lujo de detalles.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariovasco El arte del detalle

El arte del detalle