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Bajo un retrato de Balenciaga y en compañía de Hubert de Givenchy, en San Sebastián en 2001. :: AYGÜES
CULTURA

La versión de Julián Argilagos

Imputado en el caso Balenciaga, se considera «la presa de la cacería». El arquitecto, autor del proyecto original del museo y residente en Miami desde 2005, ofrece por primera vez su visión de los hechos

NEREA AZURMENDI nazurmendi@diariovasco.com

Sábado, 26 de febrero 2011, 04:57

La actual Fundación Cristóbal Balenciaga, completamente renovada tras un largo proceso de refundación y bajo el control de las instituciones, no tiene tiempo para mirar al pasado. Bastante trabajo tiene apurando los plazos para poder inaugurar el museo Cristóbal Balenciaga en junio y dar por definitivamente clausurada una década marcada primero por una arriesgada mezcla de pompa y oscurantismo, después por los sobresaltos y, en los últimos tres años, por los esfuerzos para reconducir la situación.

Pero el pasado es tozudo, sobre todo si sigue coleando la vertiente judicial de un proyecto que se acabó convirtiendo en caso. Un episodio vinculado a la lenta evolución del tema en los tribunales, la petición cursada por el fiscal a la juez que instruye la causa para que ordene la detención de Julián Argilagos Pí y le tome declaración, es más de lo que ha podido aguantar callado el arquitecto -«español», matiza- de origen cubano que reside en Miami. Argilagos (La Habana, 1951), imputado junto con Mariano Camio y Rolando Paciel, es el único que todavía no ha declarado ante la juez. Tampoco lo hizo en 2008 ante la comisión del Parlamento Vasco que solventó la vertiente política del asunto. El fiscal, en una querella criminal en la que reitera con insistencia la tesis de que el arquitecto fue beneficiado en todo momento por Mariano Camio, máximo responsable ejecutivo del proyecto durante años, considera que hay indicios suficientes para imputar a Argilagos un delito continuado de administración desleal y otro de intrusismo profesional.

«Mi vida está destruida»

Él, con una percepción completamente distinta de los hechos, además de rechazar toda culpabilidad se considera «la presa de la cacería», la víctima de un «acoso continuo contra mi persona» que se remonta a los orígenes del proyecto. Y asegura que no sólo no ha cobrado en demasía, sino que le adeudan importantes cantidades de dinero en concepto de indemnización por haberle rescindido sin razón determinados contratos y por haber «modificado sin mi permiso mi proyecto arquitectónico, que está registrado a mi nombre en el registro de la propiedad intelectual de España y Estados Unidos».

En conversación telefónica desde Miami, lo primero que desmiente Julián Argilagos es que esté ilocalizable y que no quiera declarar. «Estuve en contacto con la comisión del Parlamento Vasco y estuve a punto de ir, aunque al final lo cancele por razones de salud y temor al viaje. También he tratado de ponerme en contacto con la jueza para decirle que quiero declarar, pero no tengo medios para desplazarme a España». Localizable está, eso es obvio y, tal como él la describe, su situación económica no es boyante: «A los 60 años, mi vida está destruida, porque han destruido mi prestigio. No tengo dinero ni tarjetas de crédito. Vivo en mi casa como un ocupa, sin agua y sin electricidad, y como gracias a los vales que me da el gobierno».

En Julián Argilagos se puede advertir cierto alejamiento, tal vez debido a la distancia, de la realidad del caso tal como se ha vivido en Euskadi, así como algún atisbo de manía persecutoria, que él no desmiente. En cualquier caso, tiene un recuerdo extraordinariamente preciso y acertado de las fechas y los hechos más relevantes en la endiablada cronología del asunto Balenciaga. Y, en su visión de los hechos, casi todo lo que ha sucedido se deriva de una campaña generalizada de acoso hacia su persona que comenzó, por razones de índole estrictamente personal, ya en los primeros compases del proyecto. «Primero me quitaron la organización de las exposiciones, luego el cargo de conservador y custodio de la colección, para el que fui designado en la 1999, en el mismo acto de constitución de la Fundación Cristóbal Balenciaga», afirma, refiriéndose a un hecho que el propio fiscal refleja en su querella.

Después, un par de años en primer plano y, a partir de un episodio de tintes bastante sórdidos que tuvo lugar a mediados de 2002, una ausencia que se hacía llamativa, por ejemplo, en la ausencia de Argilagos de cualquier fotografía relacionada con el proyecto de museo a partir de esa fecha. Él asegura que pasó prácticamente de baja médica los dos años siguientes, «completamente destruido psicológicamente y con problemas cardiacos. Me pedían constantemente que presentara mi renuncia... El que ha vivido en Cuba el comunismo está acostumbrado a aguantar, pero ni en Cuba me faltaron al respeto personal y profesional como lo hicieron en la Fundación Cristóbal Balenciaga. Aquello arrancó mal y me tenía que haber retirado entonces, pero no tenía la madurez que tengo ahora, y aguanté lo indecible, hasta mi marcha definitiva en 2005, porque creía en mi proyecto, un proyecto que iba a revolucionar la arquitectura mundial y han acabado convirtiendo en un horror».

Respecto a las imputaciones, aclara que nunca tuvo funciones de gestión, por lo que no se le pueden atribuir las posibles responsabilidades de otros. En cuanto a la acusación de intrusismo profesional, la niega tajantemente, asegurando que «antes incluso de que se creara la Fundación Balenciaga todos sabían que mi título no estaba homologado. De hecho, jamás firmé nada como arquitecto». Lo único de lo que se arrepiente es de «haber hecho este tipo de proyecto en un momento inadecuado y en el lugar inadecuado». Argilagos, reiterando su disposición a declarar «si se me facilitan los medios y se garantiza mi seguridad personal», insiste también en que todas las especulaciones acerca de su vida privada son «mentiras y calumnias», y que Mariano Camio en ningún caso le benefició, «sino todo lo contrario». La Justicia, algún día, tendrá la última palabra y establecerá la versión definitiva. Ésta es la de Argilagos Pí.

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