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Negociar sobre qué

Más allá de los futuros beneficios electorales, lo relevante para un acuerdo de Gobierno debe ser el contenido del pacto y la confianza entre los partidos

Eduardo Roig | Profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona. Analista de Agenda Pública

Sábado, 6 de febrero 2016, 00:13

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La negociación de un pacto de Gobierno pasa sin duda por muchos aspectos. Pero espero que no sean los que se plantean en la prensa durante las últimas semanas: Dignidades, humillaciones y golpes de efecto no tienen lugar en una negociación política que merezca ese nombre.

El beneficio electoral futuro de los partidos que negocian tampoco parece una cuestión relevante: las dinámicas electorales cambian y dependen de la conducta de quien gobierna; nadie sabe cómo se transformarán tras unos meses de gobierno y acción de unos y otros partidos. Y los partidos son organizaciones cuya finalidad es desplegar un programa de gobierno; no dentro de cinco años, dos legislaturas o tres generaciones, sino en la presente legislatura o tras las inmediatas elecciones. Los planteamientos sobre las consecuencias del pacto en las futuras dinámicas electorales constituyen intereses tan particulares como los de supervivencia personal de un secretario general o ambiciones políticas de quién quiera serlo. La decencia, palabra de moda en estos tiempos, aconsejaría ocultar cuando menos tales finalidades y no convertirlas en clave pública de conducta.

En consecuencia, lo relevante son otros elementos: el contenido del pacto y la confianza entre los partidos.

El segundo aspecto lleva a que, en este momento, solo pueda plantearse un Gobierno en torno a los posibles acuerdos de PSOE, Podemos y Ciudadanos. Si alguno se ve incapaz de llegar a pactos entre ellos (incluyendo entre tales la abstención que facilite un Gobierno en minoría), no tiene sentido seguir en este escenario. Pero por ahora parece que los tres pueden asumir acuerdos, bien en la forma de un Gobierno minoritario del PSOE con apoyos alternos de Ciudadanos y Podemos en función de las decisiones a adoptar, bien en la forma de un pacto más estable de PSOE y uno de los otros dos partidos, tolerado aunque no apoyado por el otro.

En este contexto, cobra sentido el debate sobre el primer aspecto: ¿cuál es el contenido del pacto a negociar? No pretendo detallar todas las cuestiones objeto de negociación, sino los que considero sus tres elementos fundamentales:

a) El primero y esencial, es la aceptación del marco de gobierno actual, conformado fundamentalmente por la existencia de unas posibilidades presupuestarias condicionadas por la confianza de los mercados de deuda pública y, en consecuencia, por el cumplimiento (con el margen que sea posible) de los objetivos de estabilidad decididos en las instituciones europeas. La postura que se adopte en relación con esta cuestión es central para la actuación (y supervivencia mínima) de cualquier Gobierno, y debe existir un compromiso claro de las fuerzas políticas participantes a ese respecto, en uno u otro sentido.

Las decisiones de la Unión, ciertamente, son muy criticables, matizables y hasta reversibles; y las cuestiones de participación en las instituciones europeas deberían ser, por fin, objeto central de un programa de gobierno (y no solo por la flexibilización de los criterios de sostenibilidad, sino más bien en sentidos más relevantes a largo plazo, como la reforma de las reglas de competencia fiscal entre los estados de la Unión); pero las hoy vigentes son claras y la identidad de un Gobierno se define por su acatamiento o por su cuestionamiento. Ésa es, a mi juicio, la gran cuestión del acuerdo con Podemos, que se dirime en consecuencia en cómo y en qué grado reconducir los presupuestos de 2016 y los de los otros años de la legislatura.

b) La segunda es la renuncia a la reforma constitucional como objetivo inmediato, pues el PP difícilmente la permitirá. Ello no implica renunciar a su discusión política, pero exige concentrarse en objetivos que puedan realizarse en el nivel legal. La reforma puede mantenerse como como objetivo futuro y como objeto de discusión escénica, pero exige ahora, en cambio, concretar una serie de actuaciones infraconstitucionales que puedan suplirla durante la próxima legislatura en materia territorial y en el ámbito de las reformas institucionales. Ésa es, a mi juicio, la gran cuestión del acuerdo con Ciudadanos.

c) Un pacto está también hecho de renuncias y silencios, especialmente si no es de coalición sino de apoyo parlamentario más o menos estable. Pueden mantenerse discrepancias, incluso fundamentales y acordarse actuaciones concretas, asumiendo incluso una apuesta más reticente condicionada a acuerdos concretos futuros. Cuestión distinta es si la presión temporal de la disolución y el vértigo electoral son necesarios para concretar un acuerdo de este tipo.

Tal acuerdo fundamental deja poco espacio al veto entre partidos; y los pactos más detallados y concretos parecen posibles con un esfuerzo razonable de cualquiera de los partidos participantes. Las coincidencias programáticas y las posibilidades de cesión mutua son numerosas, como intentaba apuntar Pedro Sánchez en su primera comparecencia como candidato. Fraguar un acuerdo detallado en negociaciones de mesas sectoriales ayudará sin duda a la solidez y estabilidad de un futuro Gobierno; pero el núcleo del acuerdo, en torno a las cuestiones citadas, está ya hoy en manos exclusivamente de las direcciones.

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