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El puente de Tui. Valença do Minho vista desde Galicia Esperanza Rubio
De viaje por la Raya - Pontevedra (I)

Mortajas y furanchos: empieza nuestro viaje por la Raya, la frontera más antigua de Europa

Cruzamos el Miño en la barca taxi del Capitão Mário e iniciamos nuestro viaje por la frontera del sosiego

Sábado, 23 de agosto 2025, 19:07

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La barca taxi del Capitão Mário se desliza sin sobresaltos. Su quilla corta las aguas del Atlántico y del Miño, que se funden en este punto fronterizo entre A Guarda (Galicia) y Caminha (Alto Minho). Hemos pagado seis euros por cinco minutos de travesía. En Caminha nos espera la fotógrafa con el coche. Empezamos aquí nuestro viaje por la Raya, la frontera más antigua de Europa. Sus líneas básicas se trazaron en 1267 en Badajoz. También es una de las más despobladas, incomunicadas y pobres de la Unión Europea.

Desembarcamos en la playa Foz do Minho, que nos recibe llena de paz y de niebla. Recorreremos los 1.292 kilómetros que separan la desembocadura del Miño de la desembocadura del Guadiana buscando la tranquilidad de pueblos anónimos, el sabor de restaurantes sin estrellas, los paisajes poco fotografiados. Si les gustan el turismo sostenible, las excursiones sin prisas, los lugares sin estrés y los paseos, las comidas y los viajes lentos, ¡enhorabuena!, están en la página adecuada.

Pero la primera parte del viaje desmiente nuestra promesa. Entre Caminha y Valença do Minho, las caravanas de coches son habituales y se viaja con tensión. Por aquí cruza el 58% de las mercancías entre España y Portugal y es el único tramo fronterizo que se parece a las fronteras ricas, frenéticas y superpobladas entre Alemania y Francia o entre Bélgica y Holanda.

Caminha. La barca taxi cruza desde A Guarda a Caminha sobre el Miño y el Atlántico. E. R.

Superamos la zozobra al llegar al puente internacional entre Valença y Tui. Como tiene una estructura metálica para que lo crucen trenes y automóviles, se le atribuye a Gustav Eiffel, pero lo diseñó un ingeniero riojano llamado Pelayo Mancebo y se inauguró en 1886. Desde que abrió la autopista, el puente ha perdido tráfico, pero ha ganado encanto. A partir de aquí, todo se serena. El Miño, parsimonioso, se funde con el paisaje y las naves industriales dejan sitio a los viñedos, a los bosques de robles y castaños, a los caseríos dispersos por las laderas verdes que descienden hacia el río.

Los viajes se han vuelto previsibles. Conoces París y Shanghái sin haberlos visitado. Pero en la Raya, a la orilla del Miño, acecha lo imprevisto. Por ejemplo, la procesión de las mortajas de Santa Marta de Ribarteme: el pasado 29 de julio, los vecinos desafiaron al cura y un ofrecido se arrastró de rodillas bajo su propio féretro para cumplir una promesa. Por ejemplo, los furanchos, restaurantes con 300 años de antigüedad que se extienden por el lado gallego de la frontera. Son casas de piedra con una rama de laurel (loureiro) en la puerta avisando de que sirven excedentes de vino y comidas tradicionales.

En agosto, los furanchos cierran hasta después de la vendimia, pero en Salvaterra do Minho, en O Noso Eido, a la sombra de una parra fresca y tupida, disfrutamos de la primera comida del viaje: pulpo, zamburiñas, guiso de chocos y cañitas de crema. En el lado portugués, no hay furanchos, pero abundan las bodegas. En una de ellas, junto a la villa de Melgaço, cenamos bacalao con el vinho verde de esta tierra. Su nombre es un símbolo de nuestro viaje: Adega do Sossego.

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