Como un tsunami
El ya acreditado pretencioso afán de grandeza de los actuales rectores del Teatro Real, ha incluido este espectáculo dentro del ciclo de ópera, cuando de ópera no tiene nada, sino que es un singular evento de música lírico coral con ballet.
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El ya acreditado pretencioso afán de grandeza de los actuales rectores del Teatro Real, ha incluido este espectáculo dentro del ciclo de ópera, cuando de ópera no tiene nada, sino que es un singular evento de música lírico coral con ballet. Y digo lo de singular pues bien podría calificarse de espectacular, por el significado impacto que ofrece, discutido, discutible, criticable pero, al fin y al cabo, espectacular.
Estamos ante un montaje escénico que recuerda toda la tipología geológica de un tsunami, con los aderezos musicales de grandes momentos corales de Verdi y de Wagner, y con píncelada pucciniana de 'La Traviata'
El partero de este tinglado escénico, el coreógrafo belga (de Gante, al igual que Mortier) estructura la obra desde unos textos de nihilismo existencialista, que pone al ser humano en el valor de la nada, creando un terremoto submarino inicial con los tremendos compases del 'Dies irae' de la 'Messa de Requiem' de Verdi, para recrearnos en el gigantismo amenazador de una gran ola que avanza, sin ningún atisbo musical de alegría o esperanza, buscando un final destructor, para terminar en la búsqueda suplicante y postrera del 'Libera me Domine' del mismo 'Requiem' verdiano.
Lo más importante del evento es precisamente la grandiosidad de la ola, poderosa y amenazante en su progresión, sustentada por el magnífico Coro Intermezzo que no solo da toda una lección de canto en consuno, sino que es ejemplar su implicación dramática en los movimientos coreográficos.
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Bien pueden presumir sus gestores de haber dado a luz semejante criatura de belleza. Una verdadera pena que Platel no le sacara más rendimiento dejando que brillara, con luz propia, en los grandes momentos corales interpretados, sin los arreglos hechos en un apaño de no especial gusto.
Platel utiliza a sus ballets C de la B a modo de diez internos/as en un psiquiátrico, con carencias motoras en sus movimientos y falta de estabilidad emocional. Independientemente, la calidad artística de los diez danzantes es indiscutible, pero esa quiebra psicomotriz desequilibra permanentemente al respetable. Tal vez es un efecto pretendido y, por ende, logrado. La escenografía es simple y fría. La orquesta cumplió sin más y la batuta de Piollet fue mercenaria del tinglado destructor predeterminado.
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