Tolosa
Emocionado agur a los menores saharauisDespedida en familia. Trece jóvenes de origen saharaui se despidieron este miércoles de Tolosaldea después de compartir el verano con familias de acogida
Josu Collantes Gutierrez
Tolosa
Miércoles, 27 de agosto 2025, 20:48
Después de un verano lleno de emoción, diversión y aprendizaje, una vez más, las mochilas vuelven a llenarse de recuerdos y abrazos con un sabor ... agridulce. Trece niños y niñas se despidieron ayer de Tolosaldea tras varias semanas de convivencia con las familias de acogida dentro del programa Vacaciones en Paz. La ilusión con la que llegaron a mediados de julio, hoy se convierte en una emotiva despedida, en la que se mezclan las ganas de volver a casa con la tristeza de dejar atrás una segunda familia, y nuevas amistades forjadas durante unas semanas llenas de experiencias.
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Un regreso que no será nada sencillo, puesto que en pocas horas estos niños volverán a los campamentos de refugiados en Tinduf (Argelia), donde tendrán que combatir con temperaturas de calor extremas, además de la falta de recursos básicos en alimentación y sanidad. Por esta razón se crean programas como el de Vacaciones en Paz, una iniciativa que cumple ya 25 años ofreciendo a los pequeños saharauis unas semanas llenas de nuevas oportunidades y ayudas que los campamentos no les pueden ofrecer. Una edición que según confirma Eli Eizagirre de la asociación Tolosaldea Sahararekin, ha tenido «muy buena acogida», a pesar de que la llegada de los niños se retrasó varios días, siendo este un verano más corto en comparación con años anteriores. Ante el buen recibimiento que ha tenido esta propuesta, Eizagirre destaca: «Teníamos el objetivo de alcanzar 15 familias acogedoras y, aunque ha habido alguna baja, finalmente han podido venir 13 niños y niñas».
Durante su estancia en Tolosaldea, los niños y niñas han tenido la oportunidad de acceder a una alimentación equilibrada y nutritiva, así como a diversas revisiones médicas especializadas. Muchos de ellos han podido pasar por consultas de pediatría, oftalmología y odontología, lo que ha permitido pronosticar y prevenir diversos problemas como la anemia, una enfermedad muy común en la mayoría de los jóvenes saharauis que llegan a la comarca. Asimismo, se han detectado otros problemas de salud: «En esta ocasión, de los trece niños acogidos, tres tienen la necesidad de ponerse gafas y otra gran parte presenta varias caries», señala Eli Eizagirre.
«Se crean vínculos muy fuertes, aportamos nuestro granito de arena a mejorar su situación»
Una vez detectados los problemas de salud, los jóvenes tienen la oportunidad de continuar con su tratamiento en los campamentos de refugiados, puesto que las familias de acogida pueden enviar con ellos, una bolsa de hasta 25 kilos con la alimentación y medicinas necesarias.
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A pesar de las dificultades de salud que muchos jóvenes arrastran, el impacto de este programa va mucho más allá de la atención médica. A lo largo de estas semanas, los niños realizan diversas actividades como montar en bicicleta, nadar en la playa, montar a caballo y realizar excursiones a distintos lugares de los alrededores como a la Isla Santa Clara de Donosti. Asimismo, muchos de ellos también aprovechan la estancia para aprender a hablar un poco de euskera y castellano, adquiriendo así nuevos conocimientos y habilidades mientras disfrutan en un entorno lleno de diversión.
En pocos días, los menores saharauis y las familias de acogida construyen una relación muy especial, basada en el cariño y la convivencia, hasta el punto que los jóvenes llegan a sentirlos como una segunda familia. La mayoría de estas familias, repiten año tras año, acogiendo a hermanos o primos de antiguos participantes, como es el caso de Ana Elosegui, que tras acoger a Sara en 2018 y 2019, este año acoge por segunda vez, a su hermano Bachir: «Es nuestra forma de aportar nuestro granito de arena, cuando los recibimos, traen consigo dos meses de ilusión donde pueden disfrutar y aprender mucho».
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De manera similar, Yaiza Ruiz, madre acogedora desde 2011, destaca que esta experiencia ofrece la oportunidad de que los niños se puedan alimentar mejor, reciban revisiones médicas y conozcan la cultura vasca. Ambas madres coinciden en que, mantienen un respeto profundo por la cultura y creencias que los jóvenes traen consigo, formando un intercambio enriquecedor.
Una despedida agridulce
A pesar de formar un vínculo tan grande entre los padres de acogida y los jóvenes saharauis, todo llega a su fin. Ayer los niños se despidieron junto a la plaza de toros de Tolosa, mientras se subían a los autobuses que los llevarían de vuelta a los campos de refugiados, con una sensación agridulce: por un lado, con la alegría de volver a reunirse con sus seres queridos, y por otro, con la tristeza de despedirse de quienes los han acogido durante todo el verano.
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Tras compartir un mes y medio con su hija de acogida, Yaiza Ruiz se muestra emocionada ante la despedida. «Es una pena muy grande cuando se van, porque los vínculos que se forman son muy fuertes, pero por otro lado sabemos que ellos también quieren ver a sus familias». Sin embargo, esta marcha no supone una ruptura definitiva. Gracias a los avances tecnológicos de hoy en día, muchas familias de acogida pueden ponerse en contacto con los niños a lo largo de todo el año. Ana Elosegui explica que, cuando los menores regresan a los campamentos, siguen manteniendo la comunicación con ellos e incluso con sus familias gracias a Internet, aunque «de una forma más esporádica», a través de llamadas.
Aunque los niños regresan a los campamentos, la experiencia vivida en Tolosa deja una huella imborrable. Más allá de la diversión y las actividades compartidas, estas semanas ofrecen un respiro en medio de una dura realidad que enfrentan día a día, marcada por la escasez de recursos y las dificultades que atraviesa el pueblo saharaui. Eli Eizaguirre recuerda que algunos de los niños que en su día participaron en este programa, hoy en día se han visto obligados a convertirse en soldados del ejército: «Los niños que vienen son conscientes del sufrimiento que se está viviendo en Sahara, aunque no lo dicen directamente, se percibe mediante el lenguaje propio de un niño de esta edad». Ante esta dura realidad, Vacaciones en Paz no solo regala momentos de alegría, sino que también abre una ventana de esperanza, recordando que incluso en situaciones adversas, tanto los niños como el pueblo saharaui merecen ser reconocidos y contar con el apoyo necesario para ejercer sus derechos fundamentales. En definitiva, este programa no solo transforma el verano de los niños, sino que también siembra la semilla de la solidaridad a favor del pueblo saharaui.
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