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Mirarse en el espejo y verse sin un pecho, o sin los dos, es una imagen «difícil» de procesar para una mujer. Tampoco es fácil tener una mama reconstruida sin areola ni pezón. «Sientes que te falta algo». Solo con imaginárselo, entra el miedo a ser juzgada. O la incomodidad. O la vergüenza. Esto es lo que sintieron las guipuzcoanas Idoia Isasa y Asun Sánchez cuando, tras ser diagnosticadas de cáncer de mama, tuvieron que someterse a una mastectomía y, después, a una reconstrucción de pecho. «Es muy duro», coinciden. «No solo físicamente, también psicológicamente». Por eso, cuando desde Osakidetza les ofrecieron someterse a la micropigmentación, el proceso de tatuar la piel para que el nuevo pecho se parezca aún más al original, no lo dudaron.
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Sobre lo pintado
se empieza a micropigmentar
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Es más, «fue un alivio. Volví a sentirme yo cuando me vi en el espejo con la mama micropigmentada», admite Asun, de Pasai-Donibane. Idoia, que aunque nació en Elorriaga vive en Aizarnazal, asiente. Pese a que el diagnóstico del tumor de cada una fue diferente, así como el tipo de intervención, ambas comparten «muchas experiencias» y sin apenas conocerse se entienden a la perfección. Relatan su historia con motivo del Día Internacional contra el Cáncer, que es este martes.
Las profesionales de la OSI Donostialdea, pionera en este servicio , realizan la micropigmentación a una media de entre sesenta y ochenta mujeres al año, según fuentes de Osakidetza. Entre ellas, está Idoia, que acaba de finalizar el proceso. Ella ya había pasado por un cáncer de mama en 2004, cuando tenía 33 años. El tumor estaba localizado en el pecho derecho y se sometió a una «cirugía conservadora», sin mastectomía. Durante dos décadas, hizo vida normal, con las revisiones pertinentes pero sin ninguna recaída. Cuando todo estaba estable, Osakidetza le derivó al ambulatorio «y fue en una de esas revisiones, con una mamografía, en la que al tiempo encontraron otro tumor en el mismo pecho que estaba radiado». Fue como un jarro de agua fría. '¿Otra vez?', pensó Idoia, que no podía creerse que tuviera que pasar de nuevo por ese proceso. «Me pareció muy injusto», admite.
Idoia Isasa
Ambas mamas reconstruidas
Asun Sánchez
Ambas mamas reconstruidas
Habían pasado veinte años y ella tenía 52 y una hija de 11. Era 2023 y «el mundo se tambaleaba». Primero sintió como si le hubieran dado «un gran golpe», luego «el miedo» se apoderó de ella y se bloqueó. El tiempo que pasó desde la biopsia hasta que fue al ginecólogo fue «terrible», pero pronto consiguió darle la vuelta y su nuevo lema pasó a ser 'a por todas'. «Cogí la delantera a la enfermedad. Me corté el pelo antes de que se me cayera, fui pidiendo ayuda... Y la gente se portó muy bien conmigo», recuerda. Entonces los profesionales de Osakidetza le explicaron que «un pecho radiado no podía radiarse otra vez». Además, se hizo unas pruebas genéticas y supo que corría el riesgo de que el tumor se expandiera a la otra mama, por lo que no cabía otra alternativa, debía someterse a una mastectomía doble. «Lo vi claro, estaba en otro momento de la vida y tenía que salir adelante, con o sin pecho. Pero no te voy a negar que imaginarse sin pecho se me hacía muy difícil», dice. Precisamente por eso, habló con su ginecóloga y decidieron que, por sus circunstancias, podían extirparle las mamas y reconstruirselas en la misma operación.
Así lo hizo. Pero aún le faltaban las areolas y los pezones. «Me preocupaba verme sin nada, me sentía incomplenta, por lo que fue un gran alivio saber que existía la opción de la micropigmentación. Hasta que no me tatuaron, no me miraba el pecho. Me duchaba mi marido, por ejemplo. Desde la primera vez que tuve cáncer todo ha avanzado mucho y estoy muy agradecida a todos los profesionales que me han atendido este tiempo en Osakidetza», se sincera Idoia.
Asun le coge el relevo. Ella también sabe de primera mano lo que es someterse a una mastectomía, tras detectarle un tumor en su mama izquierda, con riesgo de expansión a la derecha por una alteración genética, como en el caso de Idoia. Fue en una mamografía rutinaria de 2022, a los 56 años, cuando le encontraron el tumor. Era diciembre, y se guardó la noticia hasta pasar las navidades para no alarmar a sus familiares «en fechas como esas». No tuvo que hacerse ninguna sesión de quimioterapia ni radioterapia, aunque sí le extirparon ambas mamas. «Ha sido uno de los peores procesos que he vivido, pero aquí estoy», asegura.
Tomar la decisión de la mastectomía le «costó. Era verse sin pecho, aunque después iban a hacer una reconstrucción. Te sientes inválida y no puedes mover la zona del brazo durante meses». Tras la operación, recuerda, «salí plana». No fue fácil. «Ya había firmado por la reconstrucción y estaba todo en marcha para crear piel y hacerlo, pero necesitaba tiempo. Esa parte fue horrible. Los primeros dos días después de las infiltraciones los pasaba llorando».
Cuando las cicatrices mejoraron, llegó el momento de poner las prótesis. Fue alrededor de un año después. «Esa etapa no fue agradable, pero pensaba que me habían quitado todo el tumor, no me quedaba nada. Yesa era la piedra angular a la que me agarraba aunque me sentía horrible.Pero estaba limpia», se sincera.
Una vez los músculos ya tenían «el hueco hecho» para las prótesis, le abrieron y «enseguida» le pusieron el pecho. «Me ayudó mucho verme con pecho. Ycuando las heridas cicatrizaron, llegó el momento de la micropigmentación». Se acaba de hacer la primera sesión, a la espera de repasar lo ya tatuado después del verano. «Visualmente ayuda mucho verse así. Lo decidí porque me sentía mejor. Es un equipo tan humano el que te tatua que se hace muy agradable. Te preparas con una pomada anestésica y no duele nada. Lo hacen en una o dos horas y el resultado es increíble. Te sientes tú otra vez».
El Hospital Donostia hace una media de 130 mastectomías al año a mujeres con cáncer de mama, y entre 60 y 80 procesos de micropigmentación de areola y pezón. Son las enfermeras de quirófano y de micropigmentación Ane Urtzelai y Maite Melgar las encargadas de este servicio, que consiste en «introducir pigmentos orgánicos en la primera capa de la piel para recrear la areola y el pezón a las mujeres que lo han perdido tras la mastectomía». Al año, en el conjunto del Estado se diagnostican 35.000 casos de estos tumores y un 64% terminan en mastectomía.
En caso de restauración, que se da en la mayoría de ocasiones, «la micropigmentación está contraindicada solo cuando la cicatriz es muy grande o está inflamada, cuando la mujer tiene alergia o intolerancia al pigmento o por problemas de la piel justo en la mama», explica Urtzelai. «Hay que esperar entre seis y ocho meses desde la reconstrucción para que las cicatrices estén curadas», añade Melgar.
La forma de actuar es siempre la misma. «Recibimos las interconsultas del servicio de medicina plástica u oncología.Les hacemos una primera visita de explicación y prueba de intolerancia al pigmento. Si es una mama, elegimos el color y el pigmento respecto a la areola y el pezón que ya tiene la paciente, y dura entre una hora y dos horas. Si son las dos, le damos a elegir para conseguir la tonalidad más parecida a la suya real». A los quince días se hace una consulta telefónica y a los dos meses, física. En ese momento, se mira si hay zonas que han perdido color y se hace el retoque pertinente, o si falta hiperrealismo al pezón, por ejemplo.
En Gipuzkoa, el último año se diagnosticaron 1,432 casos de cáncer de mama, y un total de 3.954 en Euskadi, según datos de Osakidetza. El tipo de tumor más frecuente es el carcinoma ducal infiltrante, que representa el 78% de los cánceres de mama femeninos. En cualquier caso, apuntan las mismas fuentes, la mortalidad por esta enfermedad está disminuyendo en Euskadi.
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