Crecen los ictus entre menores de 65 años en Euskadi por los malos hábitos de vida
Más de 19.000 vascos sufren daño cerebral, causado en el 95% de los casos por un problema en el flujo sanguíneo de la cabeza
maría josé carrero
Miércoles, 1 de junio 2016, 17:21
La palabra ictus no va siempre unida a una persona de edad muy avanzada. Los expertos alertan de un aumento de casos en menores de 65 años como consecuencia de los malos hábitos de vida.
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Los accidentes cerebrovasculares, ya sea porque una arteria se obstruye o porque se rompe, son los responsables del 95% de los casos de daño cerebral adquirido (DCA) que sufren 19.052 vascos, según los datos facilitados por los responsables de la asociación ATECE Bizkaia. En un encuentro con diferentes agentes sociales, su presidente, José Luis Esteban, planteó ayer los retos a los que se enfrentan estas personas cuando son dados de alta en los hospitales y vuelven a su casa, en la mayoría de las ocasiones con una discapacidad o con varias: problemas para comunicarse, para moverse, para tragar... Y sigue siendo la segunda causa de muerte en los hombres y la primera entre las mujeres.
Un ictus supone una convulsión para quien lo sufre y para su entorno familiar. ¿Se puede prevenir? Salvo cuando se produce como consecuencia de la edad avanzada, un accidente o por razones congénitas, la respuesta es sí. Y la fórmula es sencilla: abandonar hábitos nocivos, como una mala alimentación, el sedentarismo, el tabaco, otras drogas y el exceso de alcohol. Una forma de vida saludable y el control de factores de riesgo hipertensión, colesterol o diabetes protegen de forma eficaz contra el ictus.
«Me han dado tres ictus y aún no sé la causa»
38 años y tres ictus. Así se resume la historia de Asier Libarona Alarcia. En 2012, este vecino de Barakaldo, ingeniero industrial, se estaba preparando para salir de casa cuando «me vi incapaz de atarme los cordones de los zapatos. Me era imposible». Lo comentó con su madre y por consejo de ella se fue al Hospital San Eloy. «Me dijeron que me había dado un microinfarto cerebral e ingresé en Cruces».
En julio de 2015, se cayó redondo en casa. Vuelta a Cruces y el mismo diagnóstico, pero agudizado, así que más tratamiento. En enero de este año, la escena se repitió en el metro de Bilbao. «Me fui al suelo en el andén de la estación de El Carmelo. Una chica llamó a casa, a la ambulancia. Yo no me enteré de nada. Otra vez a Cruces, a la UCI; no sé cuánto tiempo estuve ingresado. Es el tercer ictus que me da y aún no sé la causa. Yo no tengo ningún factor de riesgo. Me están haciendo pruebas para saber... Lo están estudiando», asegura.
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Este tercer ictus le ha dejado problemas de movilidad en las extremidades superior e inferior derechas. «Tomo doce pastillas diarias y una inyección, y voy a rehabilitación física y al logopeda». Asier cuenta su enfermedad con tranquilidad. «No queda otra, más que tirar para adelante», dice este hombre al que le han reconocido un 44% de incapacidad. «Nunca he trabajado, no he cotizado, pero como vivo con mis padres, inexplicablemente me pago las medicinas».
«Una cuarta parte de nuestros pacientes tiene menos de 65 años», resaltó Susana Pinedo, médica especializada en rehabilitación del Hospital de Gorliz, uno de los centros de la Sanidad vasca que atiende a estos enfermos cuando reciben el alta en los llamados hospitales de agudos. Mar Freijo, neuróloga en el de Basurto, lo corrobora. «Uno de cada cuatro ictus que hemos atendido en el último año son de personas relativamente jóvenes», indica. Y las dos especialistas coinciden en afirmar que, salvo excepciones, estos casos están relacionados con unos hábitos insanos. Este porcentaje concuerda con los resultados extraídos de un gran estudio internacional que durante cinco años ha escrutado los datos de 486 especialistas de cincuenta países. Este trabajo sobre el ictus en el período comprendido entre 1990 y 2010 ofrece datos «alarmantes», como es el ascenso de ataques cerebrales entre los 20 y los 64 años. En esta franja de edad, la incidencia ha aumentado un 25% respecto a veinte años atrás.
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«Me han dado tres ictus y aún no sé la causa»
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38 años y tres ictus. Así se resume la historia de Asier Libarona Alarcia. En 2012, este vecino de Barakaldo, ingeniero industrial, se estaba preparando para salir de casa cuando «me vi incapaz de atarme los cordones de los zapatos. Me era imposible». Lo comentó con su madre y por consejo de ella se fue al Hospital San Eloy. «Me dijeron que me había dado un microinfarto cerebral e ingresé en Cruces».
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En julio de 2015, se cayó redondo en casa. Vuelta a Cruces y el mismo diagnóstico, pero agudizado, así que más tratamiento. En enero de este año, la escena se repitió en el metro de Bilbao. «Me fui al suelo en el andén de la estación de El Carmelo. Una chica llamó a casa, a la ambulancia. Yo no me enteré de nada. Otra vez a Cruces, a la UCI; no sé cuánto tiempo estuve ingresado. Es el tercer ictus que me da y aún no sé la causa. Yo no tengo ningún factor de riesgo. Me están haciendo pruebas para saber... Lo están estudiando», asegura.
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Este tercer ictus le ha dejado problemas de movilidad en las extremidades superior e inferior derechas. «Tomo doce pastillas diarias y una inyección, y voy a rehabilitación física y al logopeda». Asier cuenta su enfermedad con tranquilidad. «No queda otra, más que tirar para adelante», dice este hombre al que le han reconocido un 44% de incapacidad. «Nunca he trabajado, no he cotizado, pero como vivo con mis padres, inexplicablemente me pago las medicinas».
Cada año se registran 5.975 nuevos casos de daño cerebral adquirido en Euskadi: el 54% son hombres y 46% mujeres. Para la mayoría, la vuelta a casa supone un shock porque se regresa con limitaciones, muchas veces enormes. A modo de ejemplo, la mitad de los pacientes suelen tener problemas de disfaxia, esto es, dificultad para hablar o para comprender lo que le dicen. Los problemas de movimiento también son habituales. De ahí que la continuidad de cuidados mediante la rehabilitación física y la logopedia sean fundamentales «para la reconstrucción del proyecto de vida».
Las relaciones sociales también se ven alteradas por la nueva situación. En este campo, la labor que realizan las asociaciones de pacientes, como ATECE, es fundamental. «Trabajamos con las personas afectadas en diversas facetas y ofrecemos a las familias programas de apoyo, de información y formación. Son muchos los recursos necesarios y el reto sigue siendo reforzar la atención, multiplicar los servicios y para ello tenemos que ser capaces de generar más colaboración en el conjunto de la sociedad», enfatizó José Luis Esteban.
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