Fachada principal de la estación internacional de Canfranc .

Canfranc 'estrena' estación de tren

La nueva terminal que se inaugura hoy constituye el primer paso para recuperar una de las infraestructuras más singulares del Pirineo

Borja Olaizola

San Sebastián

Jueves, 15 de abril 2021, 06:45

Durante buena parte del siglo pasado la estación de tren más grande de España no estuvo en Madrid o en Barcelona, sino en lo que ... era entonces un remoto poblado incrustado en medio de los Pirineos. La terminal de Canfranc, un imponente edificio de hechuras palaciegas que ha sido escenario de numerosos rodajes, entre ellos el de 'Doctor Zhivago', pone hoy fin a medio siglo de abandono con la inauguración de una nueva estación de tren. Se abre así un proceso de recuperación que contempla también la apertura de un hotel en el histórico edificio y la urbanización de una parte del espacio de la enorme explanada con viviendas y espacios verdes.

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La construcción a principios del siglo pasado de una estación internacional de tren en un lugar tan apartado como Canfranc hizo realidad un proyecto largamente acariciado por el regeneracionismo hispano para la modernización de una comarca que entonces vivía aislada entre montañas. El pequeño enclave que hasta entonces solo era conocido como fin de etapa de los peregrinos del Camino de Santiago que cruzaban la frontera por el puerto de Somport se convirtió de la noche a la mañana en la capital ferroviaria de España.

La empresa movilizó una ingente cantidad de recursos. Se buscaba vertebrar un nuevo eje de comunicación con el país vecino capaz de competir con los pasos de Irún y Port Bou. La forma más directa de hacerlo era horadar el Pirineo por su parte central. Así surgió el túnel de Somport, una obra de ingeniería de dimensiones titánicas teniendo en cuenta las limitaciones tecnológicas de la época. Ahí es nada excavar ocho kilómetros de roca viva sin disponer de una simple perforadora. El paso empezó a construirse en 1904 y quedó listo en 1914.

Siete millones de árboles

Pero la perforación del túnel fue apenas un aperitivo de lo que sin duda era el gran desafío técnico: levantar en el estrecho valle del río Aragón una estación de dimensiones prodigiosas llamada a erigirse en símbolo del proyecto. Buena parte de los escombros arrancados de las entrañas de Somport se utilizaron en la construcción de una plataforma de doce metros de altura para acoger la terminal y su playa de vías.

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La agreste orografía del enclave obligó a acometer de forma simultánea una batería de soluciones técnicas que todavía hoy suscitan el asombro en las facultades de ingeniería. Hubo que repoblar con más de siete millones de árboles las laderas de los montes próximos para frenar los aludes que se producían en invierno. El río Aragón fue desviado por un cauce artificial y se levantaron acueductos, muros, diques y otras protecciones para evitar que las crecidas del deshielo amenazasen la integridad de la estación.

La terminal fue inaugurada en 1928 en presencia del rey Alfonso XIII y el presidente francés Gastón Doumergue.  

Fue inaugurada en 1928 en una solemne ceremonia presidida por el rey Alfonso XIII y el presidente francés Gastón Doumergue. El edificio no defraudó. Pese a sus colosales dimensiones -tiene 240 metros de largo, el equivalente a 2,5 estadios de fútbol- sus líneas de inspiración modernista le confieren un aura de ligereza y elegancia que atrae todas las miradas. Viéndolo cubierto de nieve y rodeado de los espectaculares riscos que lo adornan podría pasar por el palacio de cualquier personaje salido de un cuento infantil de princesas y trineos.

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En la estación había un hotel de lujo, un casino, la agencia de aduanas, una oficina del Banco de España, una cantina y una enfermería. Fue uno de los primeros edificios públicos levantados con una estructura de hormigón armado. Ocho años después de su inauguración, la línea ferroviaria entre Zaragoza y Pau quedó interrumpida por la Guerra Civil y la terminal empezó a ensayar el papel que le tocaría desempeñar tres décadas más tarde. Pero conviene no adelantarse, porque es justo después de la contienda española cuando la leyenda de Canfranc comienza a fraguarse.

Oro y nazis

En 1940 se restablece la línea con Francia y Canfranc pasa a ser una de las rutas hacia la salvación para miles de judíos y refugiados que huyen del acoso de los nazis. Dos años más tarde, con la II Guerra Mundial en su apogeo, llegan a la localidad medio centenar de militares alemanes encargados de vigilar la aduana. Empieza así un trasiego de trenes cargados de oro que sólo salió a la luz sesenta años más tarde gracias a la publicación del libro 'El oro de Canfranc', del periodista Ramón J. Campo. En la obra se desvela cómo los nazis utilizaron la frontera aragonesa para pasar los lingotes de oro con los que pagaban las materias primas que alimentaban su industria bélica.

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Canfranc fue también teatro de operaciones de los aliados, que introdujeron a través del paso pirenaico el primer radiotransmisor que usó la Resistencia francesa para comunicarse con Londres o los fondos que emplearon para sostener sus movimientos.

La estación, que tiene 240 metros de longitud, en los años 30 del siglo pasado.  

El fin de la contienda cerró el ciclo más novelesco y convulso de Canfranc. Es cierto que la comarca vivió aún unos años agitados por el temor de Franco a una invasión a través de los Pirineos, pero la amarga realidad de la posguerra impuso su rutina y a partir de 1949 la conexión ferroviaria recuperó su condición de simple vía para el transporte de mercancías. El tren entre Zaragoza y Oloron siguió llevando naranjas y maíz a través de su prodigioso trazado en una época marcada por la escasez y la falta de expectativas. En aquella etapa en blanco y negro la estación de Canfranc solo volvió a brillar cuando en 1965 el cineasta David Lean la utilizó para el rodaje de varias escenas de «Doctor Zhivago», una superproducción de la época.

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Apenas cinco años más tarde el descarrilamiento de una unidad dañó uno de los viaductos al otro lado de la frontera y Francia aprovechó la oportunidad para cancelar una línea que no le reportaba beneficio alguno. Las tímidas protestas aragonesas sirvieron de poco. El tren no volvió a atravesar el túnel de Somport y poco a poco la estación de Canfranc se empezó a poblar de sombras y de ausencias. En los cincuenta años transcurridos desde entonces han sido muchas las tentativas de restablecer la comunicación ferroviaria con el país vecino, pero todas ellas han caído en saco roto.

Telarañas y estetas

La estación aguantó con dignidad los años de abandono y se convirtió en punto de peregrinaje obligado para los coleccionistas de nostalgias. El polvo y las telarañas que adornaban sus hechuras palaciegas hicieron de ella un bocado exquisito para estetas de la decadencia. Protagonizó varios libros de fotografías y pasó a ser edificio protegido tras su declaración como bien de interés cultural.

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Aspecto de la nueva estación que se inaugura hoy.  

Después de medio siglo de abandono la inauguración de la nueva estación abre una puerta a la esperanza. El exterior del edificio ha sido restaurado y luce como en sus mejores tiempos. Aunque es difícil que la terminal recupere algún día el tráfico con Francia, al menos los viajeros disfrutarán de unas instalaciones adaptadas a los nuevos tiempos. La apertura del hotel, prevista para finales del próximo año, y el aprovechamiento de los terrenos de la estación para usos recreativos y residenciales insuflarán nuevos bríos a uno de los iconos del paisaje pirenaico.

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