Giovanni Barletta
Giovanni Barletta, el tatuador de la calle Embeltrán trabajó en el 'turno de las tumbas'
Porteño del barrio de la Floresta, por un tiempo vivió también en Quilmes, donde la cervecera nacional. Su abuela, Antonia Bedia, era maga y admiraba ... a ese genio del Mal que es el Dr Fumanchú. Cuando su nieto decidió abrir taller en Donostia, cuando se vino para acá, le explotó la cabeza al ver que los vascos no tenemos 'ch' en nuestro idioma y como además ya había un tatuador, bueno, en Suiza llamado como el personaje que interpretó Christopher Lee, puso a su gabinete 'Fumantxu', con 'tx'. Está donde hubo un marroquinero prestigioso. Y antes, una tienda de discos legendaria. Cerca de Dott, la tienda chica de diseño grande de unos amigos. Y al lado de Harresia, la inmobiliaria que mientras él estaba tatuando en Miami, se encargó de todo el papeleo, contratos y gestiones.
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-Dices que has viajado, vivido, tatuado en más de 30 países. Y que muchas veces abrías el salón a ¡'las horas de los muertos'! Mejor aún, ¡en 'el turno de las tumbas'! Cuenta de qué va eso.
- Treinta países, sí. De Tailandia a Hawai. De México a la Parte Vieja de Donostia. De Argentina a Copenhague. Se dice 'Dead Man Hours' o 'Graveyard´s shift' cuando el salón de tatuaje sigue abierto más allá del horario habitual. Si el comercial acababa a las 20 horas, lo mantenías abierto desde las 21 hasta el amanecer. Muchas veces he conseguido trabajo ofreciendo esos turnos. El tatuador jefe me decía, 'tengo todas las horas cogidas y buenos ayudantes'. Yo le preguntaba ¿cuándo cierras? y añadía que estaba dispuesto a hacerle buena plata entre la medianoche y el alba. Muchos aceptaban. Y era maravilloso.
- Siempre he pensado que al tatuaje habría de sentarle bien la noche. Pero mejor lo dices tú.
- Estás tú y el silencio. Solo roto por el ruido de la máquina tatuadora. La gente que se tatúa en esas horas de tumbas y muertos suele ser especial, distinta. A veces en horarios normales escuchas demasiada verborrea. En las horas brujas todo cambia. De pronto aparece un hombre rana que trabaja de soldador bajo el mar y tú, claro, le preguntas qué se siente al ver fuego bajo el agua.
- Y una noche llega un hombre viejo, muy viejo. Andaba con bastón. Fumaba. No titubeó en los seis empinados escalones que daban acceso al estudio...
- Pasaban de las nueve y yo tenía mucho trabajo. No era mi mejor noche. Le dije que volviera a las once. Supongo que deseando que no lo hiciera. Pero volvió. Recuerdo que cuando se había marchado a las 21 horas no había caído ni una gota de alcohol en las escaleras. Era una prueba de fuego. No me importaba ofrecer una pinta pero no quería que nadie trajese alcohol al salón.
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- Recuerdas que te pidió un barco vikingo y un guerrero. No olvidas que te dijo que tenía 94 años y era su primer tatuaje.
- Estaba acostumbrado a que viniera gente mayor a tatuarse por primera vez. Pero solían pedirme, por ejemplo, el nombre de su nieta que acababa de nacer. Aquel hombre, por el contrario, me dijo que él era danés y quería tatuarse un barco vikingo. Hablamos y lo que ya cuentas por ahí, resultó haber sido uno de los guardianes de las tierras heladas de Groenlandia. Pasaba meses sin ver a nadie, solo con los perros de su trineo. Cuando se retiró se marchó a Florida, al sol eterno.
- Allá en Copenhague trabajaste en el salón que probablemente sea el más antiguo del mundo aún en funcionamiento.
- Ole Nyhavan 17, desde 1884. Trabajar allá fue para mí un honor. Y de alguna manera, una feliz vuelta a mi raíz argentina.
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- ¿Por?
- ¿Conoces a 'Cacho' Villafañé?
- He leído que lo llamaban 'el tatuador de los siete mares'.
- Ajá. Allá por los 70 llevaba un tiempo trabajando en barcos mercantes. Una vez recaló en Copenhague. No conocía nadie, no tenía donde dormir. Le abrieron las puertas de un salón de tatuajes. Se quedó de chico para todo y acabó dominando el oficio de tatuador como el mejor. Al tiempo, el dueño/maestro/jefe/amigo le regaló máquinas y stencils y se volvió a la mar. Desembarcó en Argentina y se puso a tatuar. Allí mismo, en los muelles.
- Hablando de máquinas, tú por estudios eres ingeniero industrial y tu trabajo de fin de carrera fue el diseño de una máquina desechable de tatuar. Para uso de los presos de las cárceles.
- Me desencanté de mi profesión cuando comprobé que los productos que diseñaba en la Argentina se fabricaban en China, se consumían en Estados Unidos y se tiraban en la India. En cuanto a la máquina desechable fue un buen invento. La gente se contagiaba de cualquier cosa (o de todas) por usar una y otra vez la misma aguja, el mismo punzón. No es difícil hacer una máquina de un solo uso. En el fondo basta con un motorcillo y una biela.
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- No hay mucho color en los tatuajes de tu cuerpo.
- Y demasiados a nuestro alrededor. Me gusta el dramatismo que existe entre el negro y el gris. ¿Sabes? Los días en Donostia no son grises sino...plateados.
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