Roberto, en su habitación de la comunidad terapéutica Haize Gain de Artikutza. Arizmendi

«Creer que no puedo recaer en mis adicciones sería equivocarme»

Roberto, de 44 años, ha pasado tres meses y medio internado en el centro Haize Gain de Artikutza para tratarse de su policonsumo

Jorge F. Mendiola

San Sebastián

Lunes, 28 de julio 2025, 19:11

Cuando la prevención falla, el consumo se descontrola y llega la adicción, existen centros especializados en los que el drogodependiente puede recibir tratamiento para superar ... sus problemas y recuperar su vida. Uno de ellos es la comunidad terapéutica Haize Gain, situado cerca de la finca municipal de Artikutza. Se trata de un caserío copropiedad de la Diputación y el Ayuntamiento de Oiartzun que gestiona Agipad con fondos del Gobierno Vasco.

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El tratamiento completo dura un año y tiene tres fases. La primera es la de adaptación, en la que conocen la casa, las normas y a sus compañeros del centro de día, adonde los pacientes llegan derivados por Osakidetza.

En la segunda fase, de tres meses y medio, se produce el internamiento. Durante ese tiempo, conviven con otros pacientes, duermen en habitaciones compartidas y dedican la jornada a realizar las tareas propias de la casa: limpieza, lavandería, cocina, huerto, cuidado de los animales... También participan en reuniones individuales y grupales con psicólogos. Hay sitio para quince personas, aunque en este momento ocupan las plazas nueve hombres y una mujer de entre 21 y 67 años. Aquí, la edad es algo secundario, porque todos tienen cosas que enseñar y que aprender.

La tercera fase es el seguimiento con el trabajador social, una cita cada semana o dos semanas, con analíticas para comprobar que siguen limpios, si están trabajando, cómo es su relación con la familia...

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Roberto (nombre ficticio) está a punto de iniciar esta última fase. Ha pasado cien días internado en Artikutza y prepara la maleta para volver a casa. «Me voy con ganas porque quiero volver a mi vida con las nuevas herramientas que he adquirido, pero también me voy con pena porque aquí he encontrado una familia», cuenta este donostiarra de 44 años cuyo coqueteo con las drogas empezó pronto. «Yo era un chaval con una vida muy normal, jugaba a fútbol y consumía y bebía los fines de semana. Pero poco a poco se fue convirtiendo en una dependencia, sobre todo a la anfetamina, que a partir de los 30 años tomaba ya a diario. Luego speed, alcohol... Era sustituir una droga por otra», relata.

«Es un proceso muy intenso»

Por fortuna, se dio cuenta de que tenía un problema y ahora dice sentirse «genial». «He trabajado mucho estos tres meses y medio, soltando toda la carga que llevaba, que es mucha. Es un proceso muy intenso», reconoce. Roberto tiene un hijo de 15 años, con quien mantiene «una relación maravillosa», y trabaja en una cooperativa desde hace 21. «Me han mantenido el puesto, algo de lo que estoy muy agradecido. Por eso siempre digo que he perdido cosas en el camino, como todos los que llegamos al centro, pero podía haber perdido muchísimas más».

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Explica que su anterior novia le dejó por culpa de las adicciones y eso le hizo quitarse la venda de los ojos: «Fue la gota que colmó el vaso. La primera vez que supe levantar la mano y pedir ayuda, porque no me veía capaz de salir yo solo». A partir de ahora y, aunque ya no consuma, sabe que será «adicto de por vida». «Creer que no puedo recaer sería equivocarme. Ese miedo siempre hay que tenerlo», asegura.

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