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Un Ferrari llega al Casino de Montecarlo. REUTERS

Resonantes ditirambos

Crónicas de Europa (IX) ·

Mónaco quizá haya perdido parte de su gracia, pero sigue siendo un lugar extravagante

Miércoles, 24 de noviembre 2021, 07:37

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El banquero libanés de la mesa de al lado desayuna té. Su encantadora esposa, una arquitecta de Macao, una copa de vino blanco y una bola rosa que parece helado pero se rompe cuando le pega con la cucharilla. La terraza del Café de París es a donde hay que ir a desayunar en Mónaco. Está orientada a poniente y el sol bajo del otoño no molesta.

Al aparcar, es importante no cerrar la puerta del coche, para no pasar por pueblerino. En Mónaco no hay delincuencia. Cero. Así suenan las joyas por las calles. Los bolsos caros se dejan de cualquier manera. Antes de viajar, el pueblo blanquiazul debería hacer caso a Santiago Aizarna y leer 'La novela de la Costa Azul: «Todos los chalados del mundo se dan cita aquí... Vienen de Rusia, de América, del África austral. Menudo ramillete de príncipes y princesas, marqueses y duques, verdaderos o falsos. Reyes con hambre y exreinas sin un duro... Los matrimonios prohibidos, las examantes de los emperadores, todo el catálogo disponible de exfavoritas, de crupieres casados con millonarias americanas... Todos, todos están aquí».

Montecarlo, «espacio de resonantes ditirambos en todo tiempo», quizá haya perdido parte de su gracia pero sigue siendo un lugar extravagante. Enfrente del Café de París está el Casino, donde todo el mundo es bienvenido menos los monegascos, a los que no se permite la entrada. Por algo será...

Más de la mitad de la población son extranjeros y un tercio, millonarios. Británicos, rusos, saudíes... Pero no es oro todo lo que reluce. Cada día hay un mar de gente que viene y va en tren desde sus casas en Italia y Francia a trabajar. Está en vigor el salario mínimo francés, pero se meten más horas. Los monegascos trabajan todos de funcionarios, sobre todo en la Société des Bains de Mer, la gran empresa pública que entre otras cosas es titular del Casino.

Habrá que ver qué Mónaco acude al partido, si el de los yates o el de los operarios y dependientas, el Mónaco oculto que descubrió la caravana del Tour de Francia de 1952 y describió Mario Fossati en su crónica para 'La Gazzetta dello Sport'. «El mundillo que asistió a la salida de Mónaco no era gran cosa; ni millonarios, ni actores, ni siquiera los esnobs que se las daban de millonarios y actores. Había maîtres y camareros. A la salida había acudido el pueblo monegasco. Y, sobre todo, en el despejadísimo cielo, había un sol enorme. A decir verdad, había también dos hermanas sudafricanas que ofrecieron a Coppi su barra de labios para que estampase su autógrafo sobre sus muslos».

El libanés levanta los ojos por encima del 'Nice-Matin'... ¿Ustedes son futboleros, no? Sí, de la Real Sociedad. La conversación, naturalmente, es en italiano. Ustedes los futboleros sí que saben lo que es bueno, no como los millonarios.

Un pirata, el casino y los millones perdidos del gran Parma

Mónaco se fundó en el siglo XIII, cuando el pirata Francesco Grimaldi, conocido como 'Malizia', tomó la ciudadela disfrazado de monje. El Casino es el mayor de Europa. El dinero opaco nunca ha tenido problemas de circulación entre los Ferraris y los Rolls Royces. También el del fútbol... y no solo el del Mónaco. ¿Dónde aparecieron los millones perdidos del fraude de Parmalat que acabó con la desaparición del gran Parma de Buffon, Crespo, Chiesa, Cannavaro, Thuram...? En efecto.

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