La Real zanja una cuestión de honor
La Real se clasifica como primera y cruza la última frontera que le faltaba en su resurgimiento tras ceder por la mínima ante el United en un partido que jugó con clase
Había electricidad en Anoeta para iluminar una ciudad todo el invierno. Ambiente de gran noche europea. Un duelo de fase de grupos, convertido en un ... día trascendental. El pueblo blanquiazul no albergaba dudas, este era el partido. Y esa tensión cruzaba el aire. En su resurgimiento, la Real lleva años buscando el salto adelante como gran institución europea, la última frontera que le queda por conquistar. Y el realismo se preparaba para una batalla épica. Enfrente, el legendario Manchester United, el equipo que a lo largo de todos estos años más claramente había señalado las limitaciones de la Real para caminar por el continente, en aquella noche de Turín tras la que la cátedra estableció que a este club le falta entidad para combatir en los grandes pesos. Esa falsedad solo podía corregirse contra el mismo adversario. Una cuestión de honor.
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Un estadio en llamas, una afición consumida por el fuego, por el deseo. Anoeta estaba dispuesto a cualquier cosa. Un afán excesivo, a todas luces, puesto que no dejaba de ser un partido de la fase de grupos; porque lo peor que podía pasar era que la Real acabase segunda empatada a todo con el Manchester United –el quinto equipo más rico del mundo, según Deloitte en su informe anual–; porque la continuidad europea estaba garantizada en todo caso. Un afán irrenunciable, porque lo que estaba en juego no eran números, era un sueño.
La Real jugará los octavos de final de la Europa League en marzo porque ha ganado un grupo con el Manchester United. La Real jugará los octavos de final porque, una vez más, dio una solución creativa a los problemas. Porque problema, y no menor, es jugarse algo a una carta contra el United, sea lo que sea. Y problema habría sido que la Real hubiera metido los dedos en el enchufe de la electricidad de Anoeta, porque eso habría explotado todos sus fusibles. Imanol sacó a su tropa a jugar con pausa, con poso, con distancia. Y en el minuto diez, la grada no sabía ya a qué atenerse. Los mismos que acababan de sacar una pancarta de lado a lado del fondo sur donde se leía, nada menos, que la Real está en el camino de Budapest para jugar la final de la Europa League, se miraban atónitos. Su equipo parecía ajeno a la vorágine. Y ahí ganó el partido, porque por mucho que el marcador fuera 0-1 todo el mundo sabe que la Real ganó el partido.
El primero, Ten Hag, que cayó en la trampa de Imanol. Calvinista holandés, su lógica de austeridad, culto al trabajo y ahorro no le permitió ver la corriente del partido. El gol de Garnacho contribuyó a su error, porque fue anécdota y a él le pareció categoría. La Real no bordó su fútbol en el primer tiempo, pero en el segundo se elevó y tiró de clase, inteligencia y empaque. Jugó con delicadeza y contundencia. Esa paradoja fue demasiado sutil para el United y para Ten Hag, que acabó poniendo a Maguire de delantero centro, como hacía Cruyff con Alexanco en el Barcelona de los 90. El escudo del Manchester United lloró.
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Anoeta pedía fuego y la Real le entregó fútbol. Este equipo nunca deja de asombrar. Ha abierto la última puerta. Europa es su nueva casa.
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