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Así eran la mayoría de los derbis que conocí en los ochenta y los noventa. Poco fútbol, resultados cortos y más pasión en la grada que en el césped, aunque ahora ya ni eso porque el fútbol moderno ha matado el desplazamiento de las aficiones visitantes. Al menos, en LaLiga. El caso es que, porque uno no pudo y otro no quiso, el marcador refleja lo que ofrecieron ambos conjuntos, aunque los dos tienen excusas a las que agarrarse. La Real, que no está para muchos trotes, y el Athletic, que venía de jugar el jueves ante el Manchester con la dificultad de hacerlo con uno menos durante una hora. Así que en un encuentro en el que ninguno quería perder, ambos consiguieron su objetivo, aunque a los puntos quizás el blanquiazul puso más empeño en el primer cuarto de hora de la segunda parte aunque sin la suficiente claridad de ideas ni acierto como para hacerse merecedor a la victoria.
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Desde el pitido inicial se apreció la intención de los dos equipos de adelantar su línea defensiva para achicar espacios y que el partido se jugara en el menor espacio posible. Tanto Imanol como Valverde querían tener la zaga adelantada porque no les gusta defender cerca de su área. En el caso de la Real se confiaba en que la calidad técnica de Kubo y Brais les permitiera girarse en una baldosa para ponerse en situación de atacar mientras que el Athletic esperaba que Guruzeta descargara para lanzar a Iñaki Williams por la derecha. Pero una cosa es la intención y otra la ejecución, ya que ninguno de los dos contendientes acertó a enlazar tres pases ante el atasco monumental que había con tantos jugadores en tan poco espacio. Cómo sería la cosa que al descanso se llegó sin remates a puerta ni ocasiones y con Remiro y Simón como dos espectadores más.
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En ese contexto de mínimos ofensivos y máximos defensivos, la Real y el Athletic apostaron por plantarse sin balón en 1-4-4-2 con el objetivo de presionar arriba la salida del balón del adversario. Brais acompañó a Oyarzabal para impedir que Vivian y Paredes tuvieran tiempo de pensar e incluso el gallego le dejó un recadito al meta rojiblanco en una acción en la que intentó tapar su golpeo en largo. Equilibraban el centro del campo Kubo y Sergio en las bandas con Zubimendi y Marín yendo altos a Galarreta y Prados. En el área contraria se repetía la misma escena, en este caso con Unai Gómez ayudando a Guruzeta a obstaculizar las maniobras de iniciación blanquiazules. Imanol mandó a Remiro que avanzara metros para inscrustarse como un central más y ganar un efectivo en esa salida. La intención era tener más amplitud con Aihen por la izquierda y que este filtrara balones a la ruptura desde segunda línea de Marín y Sergio Gómez. Pero faltó precisión y sobró un fuera de juega en las dos ocasiones que se repitió ese patrón de ataque.
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Entre tanta impotencia, el único jugador capaz de cambiar el partido era Take Kubo. Porque aún conserva algo de chispa después de un año tan cargado –tampoco mucha– y porque desprende calidad en cada acción. Lekue lo comprobó en los últimos compases de la primera parte y Berenguer tuvo que ir en su ayuda viendo la amarilla. Tras el descanso, el nipón fue el protagonista del primer disparo entre los tres palos de todo el encuentro en el 48, que desvió Simón a córner. Casi a continuación un robo alto de Marín a Galarreta generó otra buena situación y Brais estuvo a punto de marcar de cabeza a la salida de un córner. Hasta Martín remató fuera desde dentro del área.
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Valverde se dio cuenta de que Kubo estaba en el origen de todo, así que hizo dos cambios arriba para reforzar la presión en campo contrario y dio entrada a Jauregizar en el pivote más cercano a esa zona para que echase una mano en defensa. Incluso llegó a doblar lateral con la entrada de Adama Boiro por delante de Lekue, pero coincidió que Imanol sustituyó al japonés y ahí se acabó casi todo. El caso es que tras la triple sustitución de los rojiblancos pasada la hora de juego el partido se enfrió, los espacios volvieron a escasear y a la Real le costó volver a alcanzar ese punto que había logrado tras el descanso.
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Sucic y Barrenetxea, que no andan para grandes trotes, no aportaron la mordiente que se esperaba de ellos y el Athletic dio por bueno el punto porque dejaba al Betis a cuatro. En el tramo final se hizo más evidente que nunca que nadie quería perder, con pelotazos directos de Remiro a Simón y a la inversa, porque la premisa era no conceder bajo ningún concepto. Como el juego del pañuelo, los dos se plantaron uno delante de otro, amagaron pero nadie quiso asumir el riesgo de cogerlo. En un derbi de mínimos, estaba cantado que el que cometiera un fallo, perdería. Y cuando no tienes piernas ni cabeza para opositar a los tres, el empate tampoco es como para despreciarlo.
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Juan Manuel Sotillos e Iris Moreno
Iñigo Puerta | San Sebastián
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