El ataque ideológico que sufrió el pasado sábado Mikel Iturgaiz, hijo del presidente del PP vasco, en un campo de fútbol de Gernika, supone un ... repugnante episodio de intolerancia que muestra con inquietud que aún existen en Euskadi rescoldos de odio. Hace diez años, cuando ETA puso fin a su macabra trayectoria terrorista, el hijo de Iturgaiz tenía tan solo 13 años y desde que tiene uso de razón ha visto a su padre escoltado permanentemente porque ETA lo quería matar simplemente por ser del PP. El padre de Mikel enterró a siete compañeros suyos del partido en Euskadi porque ETA quería aplicar una limpieza ideológica sobre su formación. Y ahora, con la organización terrorista ya extinta, el joven Mikel, que juega por afición en los campos vizcaínos, se ha visto sometido a una despreciable persecución por ser hijo de quien es. Todos los partidos del arco parlamentario han condenado con dureza estos actos, salvo la coalición EH Bildu, que vuelve a esconder sus vergüenzas en un sonrojante silencio que muestra bien a las claras que no ha superado el lastre de su negro pasado cuando gritaba 'goras' a ETA en manifestaciones, enmarcaba los atentados en el 'conflicto' y miraba para otro lado cuando la banda asesinaba políticos de formaciones constitucionalistas. La falta de una rotunda condena sobre estos hechos por parte de EH Bildu, así como desentenderse ayer en la Juntas de Gipuzkoa de la agresión que sufrió hace un mes un exedil del PP de Vitoria, proyecta un alarmante déficit ético que debería ser impropio de una formación que dice aspirar a ser alternativa de gobierno en Euskadi. Menos mal que los tiempos cambian. El árbitro del partido tuvo la valentía de recoger en el acta el acoso ideológico y el equipo rival arropó al hijo de Iturgaiz para evitar la agresión de los radicales. Toda una lección.
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