Casado volvió a repetir el portazo a Vox que de manera sonora le propinó en octubre de 2020 en la moción de censura que protagonizó Abascal contra el presidente Sánchez. Casado, que en aquella ocasión censuró de forma implacable el extremismo de Vox y defendió la centralidad y el reformismo fundacional de su partido, mantuvo ayer los mismo postulados sin pestañear. A pesar de que los números cosechados en Castilla y León pudieran generar en el PP tentaciones para buscar el apoyo de los escaños de Vox que garantizasen la investidura de Mañueco y su gobernabilidad, Casado entierra cualquier posibilidad de depender de la radicalidad y del populismo. Su apuesta por defender los principios de su partido, que salvaguardan sin excepción todos los derechos constitucionales, refuerzan la posición y el liderazgo interno de Casado ante sus barones que, en su mayoría, defienden la gestión de sus gobiernos sin el lastre de planteamientos radicales, en ocasiones contrarios a la Carta Magna.
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Casado abre la puerta a activar un cordón sanitario contra Vox, que su partido debería llevarlo en práctica hasta sus últimas consecuencias y alejarse de peligrosos coqueteos con esta formación que hasta la fecha ha posibilitado algún que otro gobierno al PP. Para este objetivo final Casado debería propiciar un pacto de amplio espectro en esta materia con el PSOE y con las principales fuerzas del arco parlamentario para que nadie dependiera de formaciones ultras para cerrar la gobernabilidad de cualquier ejecutivo.
Sin embargo, Casado deberá sofocar de una vez por todas el pulso interno que mantiene con la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que ayer volvió a las andadas a las puertas de Génova al apostar por trenzar un acuerdo con Vox en Castilla y León. Justamente al revés de lo que defendió su jefe ante su ejecutiva. Así no.
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