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Joseba Egibar, en una foto reciente.

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Joseba Egibar, en una foto reciente.
Cambio en el GBB

33 años de trayectoria como guardián de la ortodoxia nacionalista

Egibar fue artífice de la reconstrucción del PNV tras la escisión y representa al alma más soberanista de un partido en pleno debate interno

Alberto Surio

San Sebastián

Viernes, 18 de octubre 2024, 11:42

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Joseba Egibar Artola (Andoain 1957) se ha converttido en una figura de impacto en el seno del PNV. A lo largo de 33 años como presidente del Gipuzko Buru Batzar y en los últimos años, como portavoz del grupo parlamentario jelzale, ha sido, y es, el eterno guardián de las esencias del soberanismo en un partido que se ha caracterizado por combinar con una notable destreza la doctrina ideológica y el pragmatismo posibilista. Egibar -más orador que ideólogo- heredó de su familia el compromiso con las siglas jeltzales. En Gipuzkoa ha ejercido un férreo control de la organización y ha representado el legado más soberanista del partido.

Delegado de Vivienda. No todos saben que los inicios en la andadura pública de Joseba Egibar tienen que ver con el partido y sus equilibrios internos, sino con su gestión como delegado del Departamento de Urbanismo y Vivienda del Gobierno Vasco. Eran los primeros años 80 y el Gobierno Vasco comenzaba una andadura institucional. Egibar había terminado los estudios de Derecho en la Facultad de la UPV en San Sebastián y lograba en propiedad una plaza como funcionario público en la Administración local que conserva en excedencia forzosa.

Egibar siempre ha visto el pacto con el PSE un mal menor y ha defendido la unidad de acción soberanista con Bildu

La dolorosa escisión. Egibar tenía apenas 20 años cuando sufre de lleno la escisión del partido en Gipuzkoa, un golpe muy duro porque el entonces exlehendakari Carlos Garaikoetxea logró arrastrar a una importante parte de la estrucrura y de la afiliación a Eusko Alkartgasuna. No fue una ruptura en clave ideológca, aunque la opción que nacía se envolvió en la bandera de la socialdemocracia. Pero en el seno de EA también había una fuerte componente burguesa y muy conservadora. La fractura tuvo una componente de adhesión personal. Se fraguó un pulso de poder en el que la lucha de egos entre Garaikoetxea y Arzalluz contribuyó a precipitar los acontecimientos. Egibar fue siempre fiel a las siglas y con él un reducido grupo de jóvenes alderdikides que recibieron la herencia «del partido de Gerardo Bujanda», referencia desde el inicio de la Transición. Este grupo de jóvenes burukides integró el GBB. Lo capiteaba Egibar y le acompañaban en el viaje el tolosarra Patxi Ezkiaga, ya fallecido, y el azkoitiarra Pello Etxeberria, periodista y mano derecha del líder nacionalista hasta que ambos rompieron políticamente. El exconsejero Joseba Arregi, que entonces se quedó con el PNV, del que después se desmarcaría, lo definía en aquellos años como el «más claro delfín» de Xabier Arzalluz. En alguna ocasión, Egibar ha puesto un punto de humor al señalar que el PNV nunca ha tenido vocación de ser un Aquarium.

La reconstrucción. Después de la escisión, el PNV cierra filas y pacta con el PSE los primeros gobiernos de coalición. El vicelehndakari socialista era Ramón Jáuregui, José Antonio Ardanza empezaba a asentarse como lehendalari y los partidos empezaban a explorar el Pacto de Ajuria Enea que facilitara un proceso de final dialogado de ETA. El PNV se había fijado dos objetivos claves para recuperar en Gipuzkoa. Una, la alcaldía de San Sebastián, ciudad en la que la escisión fue demoledora, y dejó a los jeltzales con dos ediles. Y otra, la Diputación de Gipuzkoa. En las Juntas Generales, el PNV se quedó tan solo con un grupo de seis junteros. En las elecciones municipales y forales de 1991, los peneuvistas comenzaron a remontar algo la cabeza y lograron la Diputación de Gipuzkia al pactar el jeltzale Eli Galdos con el PSE y desplazar a Imanol Murua, de EA. A cambio, los dos concejales del PNV apoyaron al socialista Odón Elorza para la Alcaldía donostiarra al contar, gracias al respaldo del PP, con la mayoría absoluta en la Corporación.

El veterano burukide fue el alma del Pacto de Lizarra y participó con Gorka Agirre en la negociación con ETA

Lizarra, la oportunidad perdida. A partir de 1995, el PNV comienza a experimentar un viraje estratégico. El economista y burukide alavés Juan María Ollora empieza a teorizar sobre el 'ambito vasco de decisión' y acuña el concepto 'derecho a decidir' con el que comienza a flirtear con la izquierda abertzale. El PNV necesita un señuelo que le sirva de revulsivo para evitar el estancamiernto electoral. Son los prolegómenos de la Declaración de Lizarra, en las que se articula un movimiento sociopolítico en favor del derecho de autodeterminación que sirve a la izquierda abertzale para abrir un nuevo proceso de acumulación de fuerzas soberanistas, lo que a su vez es factible gracias una dinámica de treguas de ETA. El movimiento excluye en la práctica a las formaciones constitucionalistas, se fundamenta en algunos de los capítulos del acercamiento entre los republicanos y los moderados católicos norirlandeses. De hecho, Egibar viajó al Ulster y a Quebec para conocer ambos modelos. Al final, ETA condicionó la duración del cese de la violencia una serie de.condiciones que al final no se cumplieron.

Alguna vez ha admitido falta de empatía con las víctimas y ha dejado claro su dolor: «Yo también he llorado mucho»

Egibar defiende aquella dinámica de Lizarra. «Buscamos la paz, siempre hemos intentado con el diálogo y la negociación que ETA dejara las armas. Y si no fue posible no será porque no se intentó. En todos los intentos, incluso los protagonizados por el Partido Socialista, ETA no quería ver al PNV en ninguna mesa. Como decía Arzalluz, el único papel que nos encomendaban era desbrozar el camino para que ETA y el Gobierno español negociaran. Éramos 'desbrozadores'. Solo se nos llamaba para apagar incendios», Asi se refería a aquel proceso que acabó como el rosario de la Aurora. Egibar y Gorka Agirre eran los enviados del PNV en unas conversaciones con ETA a las que tenían que acudir con los ojos tapados y sin saber la ubicación.

Las víctimas. Egibar ha admitido en alguna ocasión falta de empatía con algunas víctimas. Pero siempre ha intentado dejar clara que su apuesta por la democracia estaba basada en el humanismo y en la libertad de un partido que fue constructor de la unión política europea. Algunos asesinatos de ETA de personas muy afines, como los mandos de la Ertzaintza Joseba Goikoetxea y Montxo Doral, le dejaron particularmente tocado.

«Hay víctimas que no han perdonado que intentáramos Lizarra-Garazi, por ejemplo. Aunque no me arrepiento de aquello, todo lo contrario, pero las víctimas veían que mientras estábamos con estos intentando un proceso de paz a ellas las arreaban y asfixiaban. Pero yo también he llorado mucho». Joseba Egibar suele recordar a menudo que ETA nació en el franquismo también para «sustituir a un PNV del que pensaba que había perdido en la clandestinidad el pulso al pueblo vasco». Tras destacar el acierto de la formación jeltzale en Txiberta en 1977, tras la muerte del dictador, cuando optó «por la vía política y pacífica» mientras ETA apostó por la lucha armada, «Antes de reunirme con ETA tenía una idea más política de ellos. Soberbia tienen para regalar».

Mejor orador que ideólogo, ha querido conservar desde Gipuzkoa el legado más soberanista de la familia jeltzale

El pulso con Imaz. El pulso con Josu Jon Imaz fue sin duda el momento más amargo internamente en 2004. Estaba en juego la sucesión de Xabier Arzalluz y la línea ideológica y política de un PNV acosumbrado a navegar por el filo de la navaja del eclecticismo del 'péndulo patriótico'. Fue una partida por la mínima ganada en los batzokis por muy pocos votos y que dejó profundas secuelas, además de un serio debate interno después de que el fiasco de Lizarra provocara un serio conflicto entre los partidos no nacionalistas.

Salvando las distancias con Egibar, los historiadores del PNV se han fijado siempre en dos perfiles que representan la ortodoxia radical en el partido. Uno es el propio Luis Arana Goiri, expulsado en 1915 y readmitido en 1921, defensor a ultranza del legado de Sabino, su hermano. El otro es Ceferino Jemein, presidente del PNV en 1930, biógrafo de Sabino, artífice del Sabindiar Batzar, desde el que combatió a Manuel de Irujo, e inventor del Aberri Eguna. Ambos ya fueron antes guardianes de la ortodoxia. La cadena no se rompe. Ahora, a punto de cumoplir 65 años, se jubika. «Pero nunca me retiraré de la política», sostiene.

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