Pablo Casado rompió ayer la incomprensible incomunicación que hasta ahora había mantenido el líder del PP, principal partido de la oposición, con el presidente del ... Gobierno, Pedro Sánchez, durante la presente legislatura. Un punto negativo que también se debería anotar el inquilino de la Moncloa en su alta cuota de responsabilidad. Que los dos principales políticos del escenario español llevasen ocho meses sin mantener una conversación, al menos telefónica, proyecta una imagen de enconamiento que erosiona sin duda el trabajo en común que Gobierno y oposición tienen que ejercer cuando se refiere a asuntos de Estado que trascienden de la visión particular de cada partido.
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La crisis internacional de Ucrania, en la que el presidente Sánchez y sus ministros de Exteriores -José Luis Albares- y Defensa -Margarita Robles- han defendido sin pestañear la presencia militar de España ante la presión de sus socios de Podemos, ha provocado que Casado se viese en la necesidad de visualizar su apoyo al Gobierno, a la parte socialista del Ejecutivo, en un asunto tan sensible. El líder del PP también aprovecha esta ocasión para ahondar más las diferencias exhibidas entre Ferraz y el podemismo que abandera el exvicepresidente Pablo Iglesias con su 'no a la guerra', que solo extiende a una de las partes -a la OTAN- y se olvida de Putin.
Casado acertó a la hora de mover la pieza de esta llamada institucional, aunque en las próximas fechas tiene pendientes varias reválidas que pueden ser decisivas. La negativa del líder popular a apoyar o abstenerse en la reforma laboral que patronal y sindicatos han firmado con un acuerdo histórico podría ser un peligroso bumerán en su contra si al final Sánchez y Yolanda Díaz logran sacar adelante el decreto. Y también tendrá que afrontar las miradas internas de frustración si el PP el 13-F perdiese el Gobierno de Castilla y León después de 34 años.
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