El regreso a España del rey emérito ha frustrado la intención del Gobierno de que la vuelta de Juan Carlos I fuera discreta, tal y ... como acordó con el antiguo monarca y con la Casa Real en marzo. El objetivo era evitar en lo posible que la polémica y la controversia política y social pudieran avivar las críticas contra el anterior jefe del Estado. Nada de lo que se intentó controlar finalmente se ha podido gestionar con la sutileza que requería el caso.
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A la vista está de que el resultado de esas negociaciones a tres bandas no han cosechado el mejor resultado. Fracaso sin paliativos. Y el principal exponente del rosario de inconveniencias que ha tenido la 'rentrée' del rey emérito fue la desafortunada carcajada que Juan Carlos I soltó cuando un periodista le preguntó si pensaba dar explicaciones. «¿De qué?», respondió sin poder controlar la inoportuna risotada. Esta sorprendente e inapropiada reacción fue el colofón a una exhibición del rey emérito en Saxenxo –con jet de lujo incluido–, que esquivó en todo momento a dar la más mínima explicación a las irregularidades con Hacienda que la Fiscalía archivó por su inviolabilidad y por la prescripción de los hechos.
El Gobierno que preside Sánchez, en cuyo seno un ministro de Podemos ha llegado a calificar al entonces jefe del Estado con palabras gruesas, parece que toma distancia, y mucha, con Juan Carlos I tras renunciar el antiguo monarca a pedir disculpas sobre sus gestiones financieras del pasado.
La hiperactiva reaparición de Juan Carlos I, que pone más presión a su hijo y actual rey tras anunciar un próximo y nuevo regreso a aguas de Sanxenxo, activa el debate sobre lo que el lehendakari Urkullu llama la «republicanización» de la monarquía, que no es otra cosa que el rey, en su ejercicio de la jefatura del Estado, sea como el común de los mortales y pierda la inviolabilidad. Que la Justicia sea igual para todos los ciudadanos.
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