Fernando Aramburu: «Me conmueve que las víctimas agradezcan que 'Patria' estorbe el deseo de identificar paz con olvido»
«Tengo en la memoria el ataúd de Enrique Casas, entrando a hombros de compañeros en la casa del pueblo, en Gros, un día gris de febrero en que me dije: 'Chaval, algún día dejarás testimonio literario de todo esto'»
A Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) le preocupaba que las víctimas «a las que tanto daño se hizo se pudieran sentir incomprendidas o mal tratadas» ... en los textos de su novela 'Patria'. «Por fortuna no ha sido así», se congratula en esta entrevista, en la que confiesa que le «conmueve» que las víctimas del terrorismo se muestren agradecidas por el hecho de que uno, con su novela, haya contribuido «a estorbar el propósito de identificar la paz con un olvido rápido e interesado y dejar desatendidas sus reclamaciones y su necesidad de justicia, memoria y cariño».
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-¿Cuando comenzó a escribir las primeras páginas de 'Patria' se imaginó que su novela podía tener semejante repercusión y llegar a convertirse en una serie de televisiva?
-No me esperaba un éxito tan grande, mucho menos que la novela mereciera tantas traducciones y tan buena acogida en otros países. Es la primera vez que me pasa algo así y me alegro.
-Ha escrito en Twitter que «de todo lo que se ha dicho hasta ahora sobre 'Patria'» nada le había «impresionado» tanto ni le había «llegado tan adentro» como los testimonios de algunas víctimas del terrorismo expresados en el reportaje 'Víctimas ante el espejo de su relato' que publicó este periódico el 4 de octubre. ¿Qué es lo que más le impresionó?
-Me preocupaba que estas personas a las que tanto daño se hizo se pudieran sentir incomprendidas o mal tratadas en mis textos. Por fortuna no ha sido así. Me conmueve que las víctimas del terrorismo se muestren agradecidas por el hecho de que uno, con su novela, haya contribuido a estorbar el propósito de identificar la paz con un olvido rápido e interesado y dejar desatendidas sus reclamaciones y su necesidad de justicia, memoria y cariño.
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-¿Ha tenido la oportunidad de hablar con algunas de ellas, personalmente, estos días tras la emisión de la serie?
-Hace largos años que he buscado el diálogo con las víctimas del terrorismo. Otras se acercaron a mí al término de charlas o presentaciones. A algunas las conozco personalmente. He leído no pocos libros suyos y asistido como espectador o como ponente a jornadas organizadas por ellas. Guardo en un lugar preferente de mi biblioteca la figura en forma de estrella de colores que me entregaron con ocasión del Premio Covite, que compartí con Raúl Guerra Garrido, un escritor modélico para mí.
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-¿A usted se le pone como a ellas un nudo en la garganta ante la veracidad de las imágenes?
-Pues sí. No es lo mismo descifrar palabras y formarse la propia novela en la cabeza que la inmediatez de las imágenes. La lectura se puede interrumpir. Uno va tomando la historia a sorbos. Las imágenes no dan tregua y te lo ponen todo delante sin la mediación de símbolos y sin piedad.
-¿También le traen a la memoria episodios de su propia historia personal cuando vivía en San Sebastián?
-Estuve domiciliado en mi ciudad natal hasta cumplidos los 26 años. Tengo la memoria llena de fuego, humo, detonaciones, sirenas de la policía, pelotas de goma, manifestaciones, contramanifestaciones... Y a la cabeza de todo eso, el ataúd de Enrique Casas, recién asesinado, entrando a hombros de compañeros en la casa del pueblo, de Gros, un día gris de febrero en que me dije: 'Chaval, lee y prepárate a fondo porque algún día dejarás testimonio literario de todo esto'.
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-¿Ha sido consciente durante los preparativos de la serie de que algunas víctimas podían llegar incluso a verse a sí mismas en la pantalla, como le ocurrió a la viuda de Alfonso Morcillo, Caty Romero, en la escena del asesinato del Txato?
-Ha habido tantos casos que es muy difícil narrar un episodio que no le haya ocurrido a alguien de una forma parecida.
-¿Qué le inspiró para escribir el pasaje de la visita del sacerdote a Bittori, en su casa, cuando le dice que es mejor que «durante una temporada» no vaya al pueblo?
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-Para ese episodio no me inspiré en nada ni en nadie en concreto; pero así es la ficción, que con un poco de inventiva permite llenar huecos a los que difícilmente llega el historiógrafo.
-¿Comparte con Gerardo Arín (hijo del tolosarra Patxi Arín, asesinado por ETA hace 37 años) que habrá mucha gente en Euskadi que «no entienda» el reflejo que 'Patria' hace de la actitud de la Iglesia con las víctimas?
-Es que, para empezar, no comparto la perspectiva del razonamiento. En mi novela no actúa la Iglesia, sino un cura de pueblo con sus señas personales intransferibles. El que otros hagan de este personaje una extrapolación hasta convertirlo en paradigma de una institución es un ejercicio mental de quien interpreta. Conviene recordar que hubo en Euskadi sacerdotes acosados por alzar valerosamente su voz crítica contra ETA, no muchos, pero algunos, de donde se deduce que no es justo meter a todos en el mismo saco.
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-La desgarradora historia de las dos familias protagonistas ha llegado a públicos y generaciones muy diferentes. ¿Se ha parado a pensar qué opinarán de la serie quienes apoyaron la violencia?
-He leído por ahí un par de cosas. Tengo la impresión de que basta leer a uno o dos para saber lo que piensa el resto.
-En la pantalla también se han visto registros policiales que destrozan un hogar, controles amenazantes de la Guardia Civil, largos viajes en autobús a la otra punta del mapa para ver a un familiar preso e incluso torturas en comisaría. ¿Entiende que algunas víctimas del terrorismo se puedan sentir molestas con algunas de esas escenas?
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-No veo la menor relación entre una cosa y otra. ¿Por qué una persona a la que le mataron el padre, un hermano, un hijo, va a sentirse molesta porque se narre que en una comisaría fuera maltratado un detenido, en contra, por cierto, de lo que postula la ley? Barrunto que partimos de un enunciado erróneo. Insisto en un aforismo de mi propia cosecha: «Lo contrario de un puñetazo con el puño izquierdo no es un puñetazo con el puño derecho, sino un abrazo». La clave está en la deslegitimación de toda violencia, la ejerza quien la ejerza.
-¿La producción televisiva reproduce el dolor de las dos partes sin equipararlo?
-La representación del dolor, en la serie, me parece muy lograda. Muestra una verdad elemental que algunos se obstinan en no ver, y es que nadie, por muchas atrocidades que cometa, deja nunca de ser humano. Lo mismo que la novela, la serie sitúa el relato en un plano, por supuesto estético, pero también emocional.
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-A la serie le acompaña también la controversia. Primero fue la polémica por el cartel promocional de HBO, que se criticó por «equiparar a víctimas y terroristas» y que usted calificó de «desacierto», y ahora EH Bildu dice que 'Patria' defiende solo el relato de una de las partes, «la de los torturadores». ¿Esperaba ese tipo de reacción por parte de la izquierda abertzale?
-No estoy acostumbrado a recibir elogios de ese sector ideológico. La cuestión es que 'Patria' ha terminado saliéndose del terreno de la literatura para convertirse en un fenómeno social que además ha traspasado fronteras. El efecto ha crecido con la serie, a punto de ser estrenada en numerosos países. ETA no recibe un tratamiento glorificador ni en mi libro ni en la serie, tampoco está considerada al margen del objetivo que se propuso. Esa lectura es rápidamente inasumible por quienes sueñan con una versión de los hechos favorable a sus objetivos y vuelven a sus cabreos de costumbre, olvidados de que hasta hace no mucho pregonaban no sé qué proceso de paz.
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-Aseguran incluso que usted «desconoce» lo que estaba sucediendo en Euskadi por el hecho de vivir en Alemania.
-Esto ya es rebajar el debate a un nivel de parvulario. Si yo no puedo saber desde Alemania lo que sucede en Euskadi, con ser colectivo y ya parte de la historia, ¿cómo sabe nadie desde Euskadi pormenores tan privados de un señor que vive en Alemania? Resumiendo: desde el valle se ven los pelos al rabo de la vaca; desde el monte, se ve el valle.
-¿Es una muestra del intento de la izquierda abertzale de ganar la batalla del relato?
-Esto debería responderlo quien se sitúe dentro de esa fracción. El caso es que para que prevalezcan unas determinadas versiones en las mentes futuras habrá que ofrecer algo más que afirmaciones, eslóganes y diatribas. Habrá, digo yo, que persuadir, cada cual sabrá cómo, y la persuasión no ha sido precisamente la estrategia adoptada por quienes creyeron que amilanando a la población y poniendo muertos sobre la mesa lograrían su paraíso terrenal.
-¿Qué le parece que haya víctimas que no hayan sido capaces de terminar el libro y que aseguren que no verán la serie porque es «tan real que remueve demasiado»? ¿Qué les diría?
-Todo mi respeto y mi comprensión por esas víctimas. ¿Qué voy a contarles yo que ellas no sepan? Algunas me han referido en privado que se sienten incapaces de abrir mi novela debido a los recuerdos dolorosos que les va a suscitar, pero agradecen que el libro exista y que lo lean otras personas, particularmente los jóvenes.
-Igual que el personaje de Bittori, las víctimas quieren saber lo que ocurrió en muchos atentados aún sin resolver. ¿El libro y la serie pueden contribuir a avanzar en ese camino?
-Pueden, como se ha comprobado, tener valor formativo, mover a la reflexión, apelar a la humanidad de lectores o espectadores e incluso generar debate. No es poco.
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-¿Qué le llega de lo que opinan los jóvenes del relato de 'Patria'? ¿Se debería recomendar su lectura en los institutos vascos?
-No me compete a mí recomendar mi libro. Dicho esto y considerando el panorama político predominante en Euskadi, soy razonablemente pesimista.
-Han pasado cuatro años y 'Patria' sigue en lo más alto. ¿Llega a abrumar o quizás a cansar?
-Lo llevo bastante bien. Los años y el cultivo de las letras me han servido, entre otras cosas, para aprender serenidad. Sé que si estoy a buenas conmigo, convencido de haber cumplido la tarea y libre de remordimientos, nada puede turbarme, tampoco el grito airado de algunos hombres. La verdad es que no siento cansancio. Estoy agradecido y con el escritorio cuajado de proyectos.
-Empiezan a proliferar las obras literarias y audiovisuales sobre esta temática ¿Esto no ha hecho más que empezar?
-Ojalá. Estoy convencido de que queda mucho por hacer en el campo de la memoria y que esta es una misión no de dos ni de tres personas, sino de muchas y diversas.
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