Creo que fue Henry Kissinger quien dijo aquello de que el poder es el mayor afrodisiaco. Si esto es cierto, el PNV debería de ser ... uno de los partidos más sexy del mundo democrático. Nunca en su ya larga historia ha tenido tanto poder como actualmente. Sin embargo, los severos reveses electorales parecen indicar que ese deslumbrante atractivo es más imaginario que real. No es que le falten novios (o novias), siendo Pedro Sánchez el aspirante más insistente. Lo que pasa es que el afrodisiaco aparentemente se está agotando y ya no alcanza a todos. ¿Qué ha pasado? En primer lugar, creo que al PNV le pesa la losa de la eternidad. La sensación de ser invencibles ha podido producir vicios entre los líderes del PNV siendo la soberbia uno de ellos.
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Cuando los mecanismos para mantener el poder ya funcionan más a través de redes clientelares que por la conquista de voluntades algo va mal. En segundo lugar, el PNV se ha olvidado del relevo generacional. Líderes como Ortuzar, Urkullu o Egibar llevan toda la vida en la política y no se vislumbra nadie quien les podría relevar con garantías de éxito. Esto ciertamente es un lastre para conectar con los votantes más jóvenes. Y, finalmente, se ha resquebrajado uno de sus atractivos más llamativos: la imagen del buen gestor. Osakidetza ha degenerado de ser el buque insignia para convertirse en un problema serio. Educación tiene actualmente muchos frentes abiertos, algunos de cosecha propia. Con todo, con la erótica últimamente en caída libre, el PNV es un partido que ha sabido superar muchas crisis y esta experiencia es su mejor tesoro. Además, tiene un salvavidas que es más eficaz que la mejor loción antiaging: Bildu. Mientras la izquierda abertzale sigue sin distanciarse inequívocamente de ETA y sus crímenes, no veo a los socialistas vascos cambiando de socio y entrando en un gobierno liderado por Bildu.
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