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Uno de los fotogramas más hermosos de 'Milagro en Milán'.

'Milagro en Milán', una crítica conmovedora

La cinta, una rareza fabuladora dentro del neorrealismo más puro, fue el fruto de la colaboración entre el novelista y el actor y cineasta

Guillermo Balbona

Jueves, 18 de mayo 2017, 20:39

El 'Érase una vez' de todo cuento universal abre esta fábula donde el realismo sucio y la desespeanza coquetean con la ingenuidad, lo sobrenatural, lo corrosivo y el escapismo. Contiene uno de los fotogramas más hermosos de la historia: ese grupo de miserables, ateridos y desarraigados, se funden unidos, pegados unos a otros como una isla en busca de un rayo de sol. 'Milagro en Milán', una rareza fabuladora dentro del neorrealismo más puro, fue el fruto de la colaboración entre el novelista Cesare Zavattini y el actor y cineasta Vittorio de Sica.

Sin olvidar nunca las raíces del cine, lo fundacional de maestros como Chaplin, cruzada por el espíritu del 'Cuento de Navidad' de Dickens y con una vuelta de tuerca más social y ácida a las fábulas de Frank Capra, este enfrentamiento de pobres y ricos sobre un territorio periférico, marginal, mísero y desolador, una especie de zona cero de la postguerra, mezcla la crítica y lo conmovedor, el realismo mágico y la sensibilidad con un sutil desgarro. Esa puerta que se abre al vacío en un descampado donde hasta las chabolas son un lujo, revela esa vocación de desazón, de relato descarnado en el que cada espectador camina sobre una fibra invisible pero cuya textura parece tocarse.

Junto a 'Ladrón de bicicletas' y 'Umberto D.', compone la trilogía neorrealista de De Sica. Ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes y del premio a la mejor película de habla no inglesa por el Círculo de Escritores Cinematográficos de Nueva York, ha quedado olvidada y sometida en ocasiones a una lectura edulcorada. Y, sin embargo, su ilustración y su lirismo nunca esconden esa marginalidad emotiva y conmovedora donde el castigo que sufren los miserables se ve compensado por esa ensoñación fantástica, casi mística, exenta de sentido religioso, honda en su reflexión, donde el cineasta de 'El Limpiabotas' y 'Estación Termini' revela el sentido de comunidad, la manifestación de lo solidario que aplaca las injusticias y la desesperación. Hay muchos símbolos en 'Milagro en Milán': palomas y ángeles, ascensiones a los cielos, la búsqueda del sol... y también sombreros que van y vienen, aparecen y desaparecen, gente volando en escobas, una estatua que baila de forma onírica, escenas bufonescas y una corriente de aire entre lo poético, lo surreal, el absurdo y la ensoñación mágica. Inteligente y sensible, De Sica saca de la chistera de su mirada una expresión sensible y sutil de lo social a la hora de configurar toda una coreografía, casi un musical implícito o subliminal, en torno al enfrentamiento entre Totó, el joven huérfano y el poderoso señor Mobbi.

Buenos y malos, honrados y traidores, pobres y ricos, este retrato de la supervivencia diaria aderezado por el escapismo de lo onírico y el humor, es una fábula sobre la lucha de clases en la que se agita el clamor humanista. Su blanco y negro, su apelación a la resistencia, su incesante búsqueda de la luz, desprende una nueva espiritualidad en tiempos de miseria, aflicción, desamparo y ruina. La variada tipología humana, la singularidad de los personajes, la mezcla de ternura y sutileza conforman la entraña de un cuento rebosante de señales poéticas que apuntan hacia esa dirección, muchas veces invisible, donde el hombre encuentra su otro lugar en el mundo, su renovada residencia en la tierra. Una risa seria atraviesa este alegato de fantasía, piedad y coraje. Un juego de realidad y sueño que revela el compromiso con el oficio de vivir.

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