El verano pasado una amiga se dio cuenta de que una mujer flotaba boca abajo en el río y corrió a sacarla del agua. La ... llevó a la orilla con ayuda de otros. Alguien comenzó a hacerle la reanimación cardiopulmonar, alguien llamó al 112, alguien se encargó de llevarse a los niños que andaban por allí, alguien de llamar a la hija de la mujer, que se acababa de marchar del río, y a quien acompañamos en su desesperación. Hicimos todo lo que se pudo.
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Al día siguiente, sobre el césped de la orilla, quedaba la marca del lugar que había ocupado el cuerpo. Muchos no conocíamos a la fallecida porque no era del pueblo, pero vivimos esas horas y las posteriores con muchísima angustia. La empatía nos hace reaccionar; la desafección no aporta nada. Vivimos tiempos en los que insultar al desconocido es lo habitual; pero deberíamos tener presente una idea, siquiera por egoísmo: es muy probable que sean personas desconocidas quienes nos asistan en penosas circunstancias. Piénsenlo.
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