Volvió a ocurrir...» o «casi vuelve a ocurrir...» serían unos buenos inicios para un artículo sobre las elecciones estadounidenses en el caso de tener ya ... los resultados definitivos de las mismas. Como no es así, nos limitaremos a analizar un fenómeno que no queremos ver y que no es otro que la rabia y desesperación de la mayoría de la población blanca pobre de la nación estadounidense.
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La América de los paletos, la de los vilipendiados 'hillbillies', la de los 'rednecks', la que las élites consideran 'mugre blanca', la que vota a Donald Trump, se ha rebelado y está mostrando las carencias de una democracia configurada y hecha para los ricos y poderosos; una democracia en la que muchos niños pasan hambre y miedo en el país más rico del mundo; una democracia de jóvenes que no saben abrir una cuenta bancaria o rellenar una solicitud de empleo; una democracia de adultos que se entregan a las adicciones, a la desesperanza y a la rabia; una democracia que ha abandonado a la clase obrera blanca de interior y a los paletos de los Apalaches y de otras zonas del país.
Gane o pierda Donald Trump, esta gente seguirá ahí, con su odio y resentimiento, creyéndose cualquier patraña con la que sentirse importante otra vez, y sin darse cuenta de que sus dificultades y trabas emanan de su clase social y no del color de su piel. Es más fácil culpar a hispanos, negros y asiáticos que a las élites que siguen rigiendo sus destinos desde la Independencia y que hicieron muy bien su trabajo creando mitos como el de que su sociedad sería siempre escuchada, que en la misma no habría clases sociales y que esto sería así por el gran engaño denominado 'sueño americano'. Con estos mitos, las citadas élites se han adueñado del poder utilizando una receta impecable para triunfar, la de calmar a los más desvalidos infundiéndoles una fraudulenta percepción identitaria que oculta las diferencias de clase. Los trabajadores blancos, la mugre según las clases medias, han encontrado en Trump a un defensor y de pronto ven que se les considera donde antes eran ignorados. Ninguno de estos estadounidenses cree en el mito meritocrático porque han experimentado en sus propias carnes la falacia del mismo. Sólo aspiran a recuperar los empleos estables externalizados a terceros países.
El estado de la democracia norteamericana no es muy bueno, la lista de problemas que arrastra es larga y, hasta la llegada de Trump, el Gobierno y sus representantes carecían de interés para gran parte de los estadounidenses. Por eso pasó lo que pasó en 2016 y por eso puede volver a pasar lo mismo antes o después. Cuando estos ciudadanos eligieron a Trump estaban repudiando a políticos clónicos: demócratas o republicanos. Los pobres invisibles se han dado cuenta de que los políticos profesionales son millonarios; de que el sistema electoral norteamericano no es muy justo con sus votos al basarse en la 'inhibición', que potencia la alternancia de los dos partidos sin permitir que acceda ninguno nuevo (como el caso del Partido Verde), el dinero y la corrupción 'legalizada'; de que cuando esto no funciona aparece milagrosamente la dialéctica del 'mal menor' y, finalmente, de la falsedad de que para progresar es suficiente con el talento y el trabajo, cuando lo que define el 'ascensor social' es la familia y el dinero. En otros lugares al menos no se oculta.
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La profunda fractura política y social de la sociedad estadounidense, ornamentada por intereses clasistas, culturales, económicos, raciales y religiosos, parece señalar que su sistema político está en quiebra. Nada más lejos de la realidad. El modelo estadounidense se encuentra muy bien. Sólo entrará en crisis cuando no sea capaz de traspasar el poder de un partido a otro y se incorporen otros actores políticos, hecho éste muy improbable en un modelo asentado en los documentos fundacionales y en una Constitución, reverenciada por liberales y conservadores, que fue un pacto configurado para consolidar el control imperecedero de una élite selecta.
El mayor peligro para el sistema estadounidense de poderes repartidos, controles y contrapesos entre las diferentes ramas del Gobierno federal no es un poder arrebatado por un presidente tiránico. El mayor peligro para este modelo arraiga en los marginados y los expulsados del sistema. Mientras han sido los hispanos, los negros y otros grupos raciales de menor peso, no ha pasado nada porque se encontraba en el ADN de los descendientes del 'Mayflower', llegados al continente hace 400 años (11 de noviembre de 1620), que se cuidaron muy mucho de elaborar un modelo duradero y exclusivista. Pero ahora ha llegado a los blancos, pobres y numerosos, a los que se les ha enseñado a odiar a todos menos a los que los someten. Y esta cuestión permanecerá, gane Biden o gane Trump, y con el paso del tiempo gangrenará. Capacidad de cambiar las cosas, sentido de la historia, capacidad de liderazgo para reinvertir en la democracia son sólo frases huecas en un universo que pretende desechar a quienes forman parte de la historia estadounidense. La mugre blanca será difícil de erradicar.
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