Josemari Alemán Amundarain

Lo irreversible

El 18 de noviembre de 1982 ETA ametralló en Beraun el coche en el que viajaban Carlos Manuel Patiño y otros dos trabajadores

Luis Castells

Profesor emérito de la UPV/EHU

Martes, 12 de noviembre 2024, 01:00

Se puede ser un exterrorista, pero no un exasesino». Es una frase que suele repetir Mario Calabresi, reciente premio Euskadi de Plata por un libro ... conmovedor, 'Salir de la noche', en el que narra el asesinato de su padre, comisario de policía, por un grupo izquierdista italiano tras una campaña de infundios y que nos hace sentir la banalidad del mal.

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Hay que significar el acierto del premio concedido por el gremio de libreros de Gipuzkoa, más aún cuando vivimos en una sociedad como la vasca, en la que predomina el olvido interesado sobre nuestra violenta historia reciente, o bien una versión tergiversada y complaciente. Quizá la lectura de este magnífico libro nos ayude a entender que, sin elaborar una versión rigurosa de nuestro pasado, buscando la verdad, no es posible pasar página

El vivo recuerdo que nos trae Calabresi de su padre, contrasta con el olvido de ese reguero de dramas personales que nos ha dejado ETA, historias que no conocemos ni conoceremos. Son los Patiño, Flores, Cuña, etc., pintores, guardias civiles, panaderos, gentes humildes, venidos de otros lugares.

Zabarte disfruta hoy de libertad en su ciudad natal, vanagloriándose además de sus acciones

Quizá fijarnos en algún suceso concreto nos sirva para visibilizar a esas víctimas anónimas, a la par que reflejar la inexistencia en ETA y en su brazo civil de cualquier consideración hacia los valores humanos, orillados por el fanatismo patriótico. Nos detendremos un 18 de noviembre de 1982, una jornada cualquiera en ese tiempo de locura. Ese día un comando de ETA, del que formaba parte Jesús María Zabarte (17 asesinatos), ametralló un coche en la zona de Beraun (Rentería) en el que se encontraban tres personas, del que resultaron dos heridos y un muerto, Carlos Manuel Patiño, los tres trabajadores no cualificados (pintores, fontanero). Para justificar su acto, ETA inventó que las tres víctimas eran mercenarios que formaban parte de un comando sofisticado y altamente especializado, lo que fue considerado como una enorme patraña por sus vecinos de barrio y que contrastaba con su muy humilde condición. La hipótesis que se consideró más viable fue que ETA los confundió con miembros de la guardia civil, como así lo recoge la sentencia condenatoria de Zabarte. Detrás del atentado latía un componente xenófobo y hasta un sentimiento de clase: no en vano las víctimas vivían o se desenvolvían en una zona obrera, mayoritariamente formada por inmigrantes, Beraun. En la mentalidad de ETA era un barrio que «habría que minarlo», como se decía dos años después en una nota manuscrita redactada por unos etarras. No en vano ETA asesinó durante aquellos años a tres personas más en Beraun.

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Pero donde la carencia de cualquier valoración humana por parte del mundo civil de ETA hacia el 'otro' y su fanatización por la ideología, se puso de nuevo de manifiesto fue en los acontecimientos posteriores. El hartazgo por los actos terroristas y lo injustificado del atentado, motivaron que por primera vez en Rentería se convocase una manifestación de protesta por parte de la asociación de vecinos de Beraun y partidos democráticos. Las fotos de la manifestación sobrecogen: unos pocos cientos de personas bajando de Beraun al centro de Rentería en un día gris y lluvioso, y al frente de la marcha un grupo de niños portando una pancarta, algunos de ellos hijos de las víctimas (la pancarta rezaba: «Por la reivindicación del buen nombre de nuestros padres». sic). Parecería, pues, un momento para respetar el dolor y la rabia de los familiares, pero esa no era la manera de sentir del mundo de HB, anegado por el odio y el desprecio al 'otro' como combustible del que se alimentaba. Para ellos, ese colectivo que se rebelaba ante ETA era un ejemplo de esa comunidad «sobrante», que por ser exógena no merecía ninguna consideración moral ni apego afectivo. Eran los 'otros'.

De esta forma, HB de Rentería convocó una contramanifestación en la que se daba por supuesto que su voluntad era impedir el normal transcurrir de la convocatoria de repulsa de los asesinatos y de atemorizar a todo aquel que quisiera expresar su solidaridad con las víctimas. Así, cuando llegaron los manifestantes al núcleo urbano fueron recibidos con gritos que reflejarían ese sentimiento excluyente que caracterizaba al brazo civil de ETA («gora ETA militarra», «españolistas», «fuera de Euskadi») y con agresiones que también padecieron los niños y familiares. La versión que proporcionó 'Egin' fue disparatada, pero cumplía su función de invertir la realidad y presentar a los reventadores de la contramanifestación como víctimas.

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Las lecciones extraídas fueron muy distintas, pero lo que se puso en evidencia es que el mundo civil de ETA no iba a cejar en su matonil violencia tanto en lo cotidiano (las microviolencias) como en los ámbitos públicos con el fin de intimidar cualquier expresión contraria a ETA.

Quizá una de las tristes conclusiones de esta historia es su carácter paradójico: mientras el asesinato de Patiño es un hecho irreversible pues no se puede devolver lo que no existe, y deja el dolor de su vacío permanente a sus allegados, el asesino, Zabarte, disfruta hoy de libertad en su ciudad natal, vanagloriándose además de sus acciones. Es el caso de tantos otros exterroristas, libres en la actualidad, algunos arrepentidos, pero cuya responsabilidad nunca decaerá.

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