Supongamos que dos hombres (o dos mujeres), dos seres humanos en definitiva, se cruzan casualmente en un paso de cebra de una avenida hermosa en ... la gran ciudad. Supongamos que ambos se miran tímidamente al cruzarse. Dicho momento será breve, unos cuantos pocos segundos, porque el ojo está atento al paso de los otros viandantes, absortos muchos de ellos en la pantalla del teléfono móvil, oráculo moderno, y también en las vacilaciones del semáforo, que pasa del verde al rojo con una rapidez siempre sorprendente y, a veces, extenuante. Cada cual en su acera verá alejarse al otro, si es que se toma la molestia de mirar en una dirección difícil de precisar. Pero esos ojos, sin que las personas sean conscientes de ello, han dibujado un pequeño mapa mental, sencillo y memorizable, un mapa en el que se reconocen y asumen, no lo que son ni lo que quieren ser, sino lo que aparentan.
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Dicen que el dominio de la modernidad significó la primacía de lo aparente sobre el simple ser, de una clase de ficción sobre la realidad entendida desde la pura y mera razón. Así, un mapa puede señalar el camino trazado por las miradas y también el realizado por los humanos en su denostada lucha por la supervivencia, construyendo vías de acceso, levantando ciudades, desbrozando bosques, domesticando la naturaleza que se deja, porque la otra, la salvaje, la bruta, la insumisa, la que no se deja, se arrincona y desaparece por fuerza mayor y sin ofrecer resistencia. De ese modo desaparecen espacios físicos y también humanos; cesan en su labor comercios y tiendas pequeñas en las grandes ciudades: liquidación por traspaso, liquidación por derribo.
El mapa dibuja, en sus trazos, un rostro que no es humano; es la imagen ideada de algo que sería imposible de mostrar de otro modo, en toda su inmensa e inimaginable magnitud. Los mapas siempre están dibujados a una cierta escala. La realidad es ciertamente inconmensurable. Los hombres y mujeres, cuando se miran en un espejo y se ven, se sorprenden en el hecho de mirarse, porque eso que ven no es siempre lo que quisieran contemplar. El espejo devuelve la imagen de un mapa esbozado por las líneas que prefiguran el rostro: los contornos leves de los ojos, el relieve de la nariz, el perfil afilado de las orejas, las suaves colinas de los labios, el mentón cayendo como un acantilado, la frente regia, la mirada de fuego que quisiera abrazar lo que ve, y no puede.
Cruzar una mirada es como desplegar un mapa mental.
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