Editorial

Símbolo universal

El aniversario de los 100 años del nacimiento del escultor guipuzcoano agiganta su excepcional legado

Sábado, 6 de enero 2024, 01:00

Eduardo Chillida es todo un símbolo universal que proyecta la sensibilidad, el talento y una forma de entender la cultura más allá de nuestras fronteras. ... El aniversario del centenario de su nacimiento constituye una oportunidad para reivindicar la energía poderosa que encierra la obra del artista donostiarra; la complejidad de su trabajo que bucea entre el hierro y el vacío, la profundidad metafísica de su legado, la calidez de su apuesta estética y la humildad de su vida y su talante. Fue siempre el hombre discreto que se empeñó desde un principio en que el personaje no devorase a la persona, y que fabricó una obra ingente que sigue agigantándose en el mundo incluso dos décadas después de su muerte en 2002. Un escultor que forma parte de la geografía más irrepetible y que suscita nuevas seducciones. Todos estos ingredientes se superponen en el caleidoscopio de sus múltiples facetas. Componen un puzle creativo que es un reconocimiento de todos los sentidos, que emociona y, a la vez, hace pensar. La trayectoria de Chillida es una permanente búsqueda hacia la belleza y la verdad, un camino estilizado que nace en la apuesta de una generación por revitalizar la cultura vasca en pleno franquismo, cuando surgió la Escuela Vasca de Arquitectura y emergieron artistas como Eduardo Chillida, Néstor Basterretxea, Jorge Oteiza y Ricardo Ugarte. Ese fue el germen de todo un renacimiento en la cultura vasca que hoy ponemos en valor.

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Chillida encierra múltiples facetas y es el ejemplo del artista involucrado en la ruptura de lo convencional, que transgredió los cánones de sus contemporáneos y que también moldeó su evolución al calor curtido en el compromiso con su época. No se puede entender el arte hoy sin esa mirada del escultor, sin la originalidad de sus tesis innovadoras, que abrieron un camino de vanguardia, que funde materiales nobles en la profundidad del espacio, que reivindica las raíces de la tierra y el pálpito vivo del bosque en una exploración permanente de nuevos caminos. Cuando Chillida inauguró el Peine del Viento en Donostia ya se apuntaba la fuerza icónica de ese proyecto frente a la bravura del mar Cantábrico y la fuerza de las olas sobre las rocas. En esta sinfonía abierta de naturaleza hunde sus anclajes la obra del artista, un pensador de la forma y el fondo que convierte sus creaciones en un regalo para los sentidos, que entremezcla la sencillez y excelencia de sus trabajos con la hondura de sus reflexiones. Un artista comprometido con su tiempo en un país traumatizado por la violencia, un hombre libre que se implicó en el movimiento pacifista vasco, horrorizado por tantos años de sinrazón terrorista. DV recoge hoy en un suplemento especial nuevas miradas sobre un genio que siempre prefirió el silencio al ruido, que escapó premeditadamente del elogio, pero que merece el homenaje. Ha sido y es nuestro mejor embajador en el mundo.

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