En 1905 Einstein publicó la Teoría Especial de la Relatividad y entre 1915 y 1916 la Teoría General de la Relatividad. Esta última decía cosas antintuitivas y que parecen absurdas, como, por ejemplo, que una gran masa atrae a los rayos de luz y, lo más sorprendente, que eso es debido a que en la proximidad de grandes masas el tiempo va más despacio. Estamos tan acostumbrados a que la luz va en línea recta y que el tiempo es algo que siempre va a la misma velocidad que las dos afirmaciones resultan extrañas y nos cuesta mucho trabajo creérnoslas.
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En ciencia, por muy raros que parezcan los hechos, son ellos los que mandan. El 29 de mayo de 1919, un eclipse total de sol demostró sin duda alguna que Einstein llevaba razón. El eclipse sería visible en la isla Príncipe, cerca de Guinea Ecuatorial. Debemos pensar que acaba de terminar la Primera Guerra Mundial y que las arcas inglesas no estaban para despilfarros; no obstante, enviaron a un equipo de astrónomos, bajo la dirección de Arthur Eddington, para investigar el eclipse a aquella isla.
Entre otras muchas cosas, descubrieron que la luz de una estrella, que durante el eclipse estaba muy cerca del borde solar, se curvaba. El rayo de luz se aproximaba al sol en la cantidad prevista por la teoría de Einstein. De este modo se confirmaba la Teoría General de la Relatividad. Nos puede parecer sumamente extraña, pero los hechos demuestran que la teoría es cierta.
Einstein se convirtió en el científico por excelencia. La hazaña todavía es mayor si tenemos en cuenta que las heridas de la Primera Guerra Mundial todavía estaban a flor de piel, y que los ingleses enviaron a los científicos para comprobar una teoría de un alemán.
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