«Hay muchos chicos que salen del centro de menores y se quedan en la calle, desamparados»
La recogida de fondos solidaria para repatriar el cuerpo sin vida de Yassir pone de relieve la precaria situación que viven otros jóvenes magrebíes en las calles de Gipuzkoa. En su caso, vivía en un piso compartido en Eibar
La muerte del joven Yassir, un marroquí de 19 años cuyo cuerpo sin vida fue encontrado en una fábrica abandonada de Hernani por unos ... amigos suyos a los que había ido a visitar el pasado jueves, ha puesto de relieve la situación de muchos de sus iguales en las calles de Gipuzkoa. La iniciativa solidaria entre varias localidades del territorio posibilitó que su cuerpo pudiera ser repatriado hasta su Tánger natal (Marruecos), porque ni él -que vivía en un piso compartido en Eibar- estaba asegurado ni su familia tenía dinero para pagar los gastos de las gestiones. De esta problemática y de su repercusión en la sociedad puede hablar Itxaso Agirre, trabajadora de SOS Racismo y voluntaria de la Red de Acogida Ciudadana de Donostia (Hiritarron Harrera Sarea).
Publicidad
Yassir no vivía en la calle, pero hay otros jóvenes migrantes que llegan a Gipuzkoa y están en una situación muy delicada. «Solo en San Sebastián ya hay un montón de chicos en la calle, y también en los pueblos de alrededor, Tolosa, Azpeitia, Hernani... Pero sobre todo en la capital, porque es donde hay más recursos, a pesar de que no son los suficientes para atenderlos», cuenta Agirre a este periódico. ¿Y qué se puede hacer por ellos? «Nosotros les ayudamos en todo lo que se pueda. Hacemos un reparto de comida semanal gracias al banco de alimentos, aunque con eso tampoco nos alcanza. También hacemos recogida de ropa, mantas...», apunta Agirre, que agrega que «cuando llegan nuevos les explicamos cuál es su situación administrativa, qué ayudas pueden recibir o no, les damos si es posible acompañamiento, les ayudamos a ir al médico o con el abogado de extranjería cuando les ponen órdenes de expulsión». Esta duranguesa comenzó a trabajar con jóvenes migrantes en Asturias en 2008, donde estuvo hasta 2014. En Donostia comenzó en 2018.
En estos momentos, hay un grupo de 30 voluntarios que están dando clases individuales a jóvenes como Yassir que se encuentran lejos de su hogar, sobre todo para aprender a hablar castellano. «También nos ocupamos de hacer un acompañamiento emocional. La mayoría de los que llegan aquí están en la calle y necesitan que les escuchen, porque se sienten solos. Aunque estén entre sus iguales algunas veces, algunos de ellos ya dicen 'si yo estoy mal, el de al lado tampoco me va a poder ayudar porque está peor», relata esta trabajadora social, que añade que «los que llegan suelen ser jóvenes, pero hay de todo. A los menores los tutela la Diputación, pero para los mayores de edad no hay nada».
«Nos contactan si no se sienten arropados»
Metidos de lleno en la vorágine del día a día, a menudo a la gente se le olvida que en las calles hay chicos que viven solos, sin recursos económicos, y alejados de sus familias. «Tengo la sensación de que la sociedad les exige mucho y les ofrece muy pocas herramientas para conseguir aquello que demandan», lamenta Agirre, que destaca el esfuerzo de varios de los jóvenes magrebíes que, aún estando en la calle sin nada, «se las apañan para ir a los cursos de formación que les buscamos. Para mí son súper hombres». Algunos de ellos pasan hambre, como admite Agirre: «En Donostia no tenemos un comedor social. Hay algunos de 23 años que parece que tienen 16 de lo flacos que están. Tampoco pueden acceder a espacios de ocio, como un gimnasio, porque aquí hay que pagar por todo. Este mundo no está hecho para ellos».
Publicidad
«Tengo la sensación de que la sociedad les exige mucho y les da muy pocas herramientas para que lo cumplan»
itxaso agirre, trabajadora social
¿Y por qué se marchan de sus países? «Algunos vienen de familias desestructuradas, de situaciones muy precarias. Tampoco se han podido desarrollar como personas normales, porque no han tenido la infancia y la adolescencia de una persona normal. Muchos de ellos llegan con la necesidad de ayudar a su familia económicamente, otros vienen porque quieren estudiar y en su país no pueden... A los que vienen aquí con la intención de trabajar para ayudar a su familia les pesa muchísimo la responsabilidad. A nivel emocional es algo muy fuerte, y lo pasan mal. Están desamparados», responde Agirre, que informa de que «en estos momentos estamos trabajando con un volumen grande de chicos, unos 200, más o menos. La mayoría suelen ser de Marruecos, aunque ahora también hay de Argelia. Acuden a nosotros cuando tienen un problema y no se sienten arropados».
«A muchos de estos chicos les pesa muchísimo a nivel emocional la responsabilidad de tener que ayudar a sus familias»
itxaso agirre, trabajadora social
Uno de los grandes problemas que se les presentan es al cumplir la mayoría de edad. «Salen del centro de menores y aunque sean derivados a un piso de la Diputación, no pasan directamente hasta ahí. Hay unas listas de espera y no hay recursos para todos. Es una carencia de la Diputación, que ya sabe perfectamente cuándo cumplen los 18 años y cuántos recursos necesitarían exactamente, y aún así no los hay. Hasta que llegan a ese piso de emancipación de mayores pueden pasar dos meses en la calle, sin nada», alerta Agirre.
Publicidad
El hecho de alcanzar la mayoría de edad es, como se puede ver, un problema para muchos de ellos. «Les pesa muchísimo emocionalmente alcanzar la mayoría de edad y perder los permisos de residencia. Es un palo gordo para ellos», confiesa Agirre, que aclara que «sienten que tienen que empezar de 0 otra vez. Las órdenes de expulsión son algo que también les genera mucho miedo, por lo que implica volver a su país después de todo lo que han pasado para llegar hasta aquí. No suelen contarles la verdad a sus familiares, porque no quieren que les vean como unos fracasados».
Y no solo hay chicos, también hay jóvenes mujeres que llegan hasta aquí para labrarse un futuro digno. «No se ven casi nunca en la calle, nos cuesta mucho encontrarlas, pero las hay», revela Agirre, que apunta que «por ser mujeres a veces tienen más facilidad para encontrar empleos en el servicio del hogar. Ahí ya no sabemos en qué condiciones están, de puertas para adentro es muy difícil que nos enteremos de lo que les pasa... Otras, por ejemplo, caen en el mundo de la prostitución».
Publicidad
«Estigmatizados por la sociedad»
Uno de los grandes muros que deben derribar estos jóvenes para alcanzar el sueño de una vida digna es el de lidiar con «el estigma que hay hacia ellos», afirma Agirre. «La sociedad los tiene estigmatizados y la Policía les acosa. Se sienten muy solos e indefensos, y la Administración tampoco les ayuda mucho. Esa es la realidad», añade.
«Si entran en un supermercado con una mochila, que es donde llevan su ropa, su saco de dormir, etc, ya es motivo para que el guarda de seguridad les vigile de cerca. A veces se juntan en la calle, y se ponen a escuchar música en una plaza, y eso parece que es motivo para que un vecino llame a la Policía», comenta Agirre, que indica que «tenemos un problema grave en la sociedad».
El empadronamiento es otro de sus caballos de batalla. «Para poder regularizar su situación tienen que pasar tres años desde que se empadronan, y eso es algo que estando en la calle... es bastante complicado. Aunque aquí quiero aprovechar para agradecer al Ayuntamiento de Donostia su política de empadronamiento de gente sin techo», remarca esta trabajadora social, que añade que «después, además, necesitan tener un contrato laboral de un año en el que ganen el salario mínimo interprofesional. El empresario tiene que hacer muchos más trámites de lo normal. Lo tienen muy complicado».
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión