«Me violaron hace 14 años y sigo en tratamiento. Tengo rabia»
El 20 de enero de 2009, en Donostia, un hombre la siguió hasta su portal, donde la agredió sexualmente y le dio una paliza. «Han pasado 14 años y sigo en tratamiento», asegura
Aiende S. Jiménez
San Sebastián
Domingo, 19 de marzo 2023, 07:03
Hace catorce años que un desconocido destrozó su vida, cuando después de seguirla por la calle la abordó en su portal, le propinó una terrible paliza y la violó. Ha pasado el tiempo, pero sigue en tratamiento psicológico y psiquiátrico tras una recaída, provocada porque su agresor, tras cumplir su condena y salir de la cárcel, se encuentra en paradero desconocido. Aunque tiene una orden de alejamiento y no puede acercarse a San Sebastián, donde ocurrieron los hechos y donde vive Natalia (nombre ficticio para preservar su identidad), la incertidumbre de no saber dónde está le ha afectado de tal manera que sus informes psicológicos actuales son casi idénticos a los que le realizaron tras cometerse los hechos. Tiene «mucha rabia interior» porque las leyes «no» se cumplen y siente «impotencia» al ver que los casos siguen aumentando. Esta misma semana se ha conocido que las agresiones sexuales se han duplicado en un año en Gipuzkoa. Eso le «cabrea», porque cree que hay mucho que hacer para garantizar la protección de las víctimas de violencia sexual.
Ese enfado es el que le ha dejado la espina clavada de ayudar a las mujeres que pasan por lo mismo que ella, de dar visibilidad a su sufrimiento. Durante años no se ha sentido capaz, aún le cuesta, pero puede más la necesidad de expresar todas las «injusticias» a las que se enfrenta una víctima de violación desde el momento en el que un hombre atenta contra su libertad, dejándole una huella de por vida.
11 años de prisión
fue la condena que le impusieron al hombre que violó a Natalia en 2009
Critica unos protocolos que solo las revictimizan. Muchos han cambiado desde 2009, pero otros se mantienen, y denuncia que «se sigue protegiendo más» al agresor. «Como víctima me sentí abandonada, tuve que ir yo a buscar ayuda. Es algo que le puede pasar a cualquiera y quiero que mi experiencia sirva para que la gente sepa qué ocurre en estos casos y evitar situaciones como las que viví yo».
La primera es que si se hubiese cumplido la ley, ella nunca habría sido atacada aquella noche. Su agresor vivía en Barcelona, donde tenía dos órdenes de expulsión que no se habían ejecutado, y viajó a San Sebastián con la clara intención de violar a una mujer. Lo intentó hasta dos veces antes, sin éxito. Hasta que se encontró con Natalia.
«Cuando ya no podía más solo pensaba: 'Lo denuncio, lo denuncio»
La escogió al azar. Era el 20 de enero y volvía a casa andando tras celebrar el inicio de la fiesta como todos los donostiarras. La abordó en el Boulevard y le ofreció dinero a cambio de estar con ella. «Le dije que se estaba confundiendo y seguí mi camino», sin saber que él iba tras ella. La siguió por las calles del centro, como demostraron las cámaras de seguridad que grabaron su recorrido y que permitieron también identificarle, porque no constaba en la base de datos policial. Cuando entró al portal de su casa él se coló dentro. «¿Y tú qué haces aquí?», le dijo al reconocer al hombre que minutos antes le había molestado en la calle. Y comenzaron los golpes.
En la sentencia que le impuso una condena de 11 años de prisión se recoge que este hombre de 33 años «aprovechó su mayor corpulencia» para golpearle «con fuerza en la cara y en el cuerpo». También la arrastró por el suelo y, «al comprobar que su resistencia era inútil y contraproducente, porque cuanto más se oponía más fuerte le pegaba, la mujer, ya agotada, cesó en su resistencia». Natalia aún recuerda perfectamente que cuando no pudo más, en su cabeza solo pensaba una cosa: «Lo denuncio, lo denuncio, lo denuncio». En cuanto él se fue se dirigió a la comisaría para interponer la denuncia, con la cara desfigurada y llena de sangre por los golpes que recibió. «Iba con la cara destrozada, casi me mata. Podría haber pasado perfectamente de la lista de agredidas a la de fallecidas».
'Búscate un buen abogado'
A partir de ahí comenzó un proceso que como víctima tuvo que «autogestionar». A pesar del paso del tiempo, hay frases que no olvida. La que más tiene grabada es la que le dijeron cuando acudió al servicio de atención a la mujer tras la agresión: 'Búscate un buen abogado'. «Yo estaba indignada, porque ese individuo» (así se refiere a su agresor) «tenía un abogado de oficio desde el principio y yo no. Y no veía justo tener que pagar los honorarios, ¿de qué me tenía que defender?». Hoy en día eso ha cambiado y, al igual que las víctimas de violencia de género, las mujeres que sufren una agresión sexual tienen derecho a justicia gratuita.
Natalia no se quedó de brazos cruzados y decidió acudir al Ayuntamiento de San Sebastián. Se reunió con el alcalde de entonces, Odón Elorza, y consiguió que el consistorio accediese a hacerse cargo de los honorarios de su acusación, la cual ejerció el conocido letrado Miguel Castells, para quien solo tiene palabras de elogio y agradecimiento, que extiende a la asociación Clara Campoamor, «que fueron los únicos que contactaron conmigo». Sin olvidarse de su familia y amigos, «que han tenido que pasar por esto también».
«Un médico me hizo insinuaciones sobre si me había gustado, pero no supe reaccionar»
Por las lesiones que sufrió casi pierde un ojo y tuvo que recibir puntos en la boca, por lo que tomaba analgésicos, antiinflamatorios y antibióticos. Medicamentos a los que se le sumaron la pastilla abortiva y los tratamientos contra el VIH y las enfermedades de transmisión sexual. «Aquello era una bomba. Yo lloraba todos los días. El propio médico me preguntó: ¿Y dónde está él, por qué no le hacen las pruebas a él para que tú no tengas que pasar por esto? Tenía razón, pero en ese momento no puedes pensar». El agresor ya había sido detenido y estaba en prisión, pero hacía falta una orden judicial para realizarle dichos test. Por protocolo, para evitar daños indeseados, se somete a esos tratamientos a las víctimas cuanto antes.
Otro episodio que le causó mucho dolor y que no había contado a nadie fue el que le ocurrió durante una recogida de muestras con un médico. «Me hizo insinuaciones como preguntándome si me había gustado. No supe reaccionar».
El juicio no se celebró hasta 2011, «los dos años más largos de mi vida, en los que solo quería olvidar, pero una vez llega el juicio tienes que volver a contarlo y recordar todo aquello». Por petición propia decidió declarar por videoconferencia en una sala aparte para no confrontarse con su agresor. Y ahí el sistema volvió a fallar en su contra. «Me dijeron que no lo iba a ver, y en cuanto encendieron la pantalla ahí estaba, en primer plano. Me dio un ataque de ansiedad, lo pasé fatal». Todo esto, momentos antes de prestar declaración.

«Machaque constante»
El hombre fue condenado a 11 años de cárcel, los cuales cumplió de manera íntegra en un penal de Castilla y León. Sin embargo, el caso no se cerró ahí para la víctima. En 2016 su abogado le contactó porque el hombre, que siempre negó los hechos, estaba enviando cartas diciendo que él no había sido y pidiendo salir de prisión. Esas solicitudes fueron denegadas, pero volvieron a despertar los miedos de Natalia. «Ha sido un machaque constante durante años, no me han dejado en paz, no se puede pasar página», denuncia. Tampoco pudo hacerlo los siguientes años. Durante la pandemia recibió la noticia de que, una vez cumplida la pena, había salido de prisión. Y el año pasado le comunicaron que estaba en paradero desconocido. «Tengo una orden de alejamiento que no me sirve de nada. Es muy frustrante que todo el trabajo que se hizo no sirva para nada porque no se cumple la orden de expulsión».
Esta situación, «aunque pensaba que no, me ha afectado mucho. He sufrido una recaída y estoy muy mal, con mucha ansiedad, y tuve que cogerme la baja». Así lleva casi un año, reproduciendo unas secuelas que «no sé si voy a poder eliminar. Tengo mucha rabia interior y no quiero que le pase a nadie más. Hay que cuidar a las víctimas», insiste una y otra vez. Ella ya está marcada. Cuando sale, no es la misma, toma sus «precauciones». Vive «alerta», como le dice su psicóloga, y no se fía de los desconocidos. Hace poco un hombre se le acercó para pedirle un mechero y reaccionó gritándole que se marchara. «Cuando te pasa algo así te das cuenta de que hay gente mala que te quiere hacer daño porque sí».
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«Me apunté a karate, a mí esto no me vuelve a pasar»
La sensación de inseguridad tras ser apaleada y violada fue brutal. Pero lejos de acobardarse, Natalia quiso prepararse para poder defenderse en el futuro. «Me apunté a karate, a mí no me vuelve a pasar». Esta disciplina le ayudó mucho y la practicó durante diez años. Incluso llegó a viajar a Japón. «Me pagué una parte con los 300 euros que el individuo ese llevaba encima cuando lo detuvieron. Los que me había ofrecido a mí en el Boulevard». Es la única cantidad que recibió de la indemnización de 35.000 euros que impuso el tribunal. «La gente lee esas cuantías y piensa, mira, por lo menos que la chica reciba algo. Pero es mentira, estos tipos se declaran insolventes y no ves ni un euro».
La detención de su agresor. Sabe que se produjo 'in extremis', cuando el hombre se disponía a coger un autobús de vuelta a Barcelona en la antigua estación de Amara. No tiene palabras para agradecer el trabajo de la Guardia Municipal de San Sebastián. «Se volcaron, especialmente un agente que se dejó la vida y que no se separaba de mí. Era muy difícil pillarle porque no estaba fichado. Solo tenían su imagen de las cámaras de seguridad». Le hicieron volver a recorrer el camino que hizo esa noche hasta su casa para poder obtener todas las imágenes posibles. «Y lo cogieron cuando se subía al autobús», repite.
Recuerda esos días con mucho dolor y enfado también por lo que se publicaba en los medios de comunicación, «se filtraban informaciones que entorpecían la investigación y yo me subía por las paredes, estaba muy disgustada».
Una vez fue detenido, Natalia tuvo que acudir a comisaría para la rueda de reconocimiento. No tardó ni un segundo en reconocerle. Allí también estaban las otras dos mujeres a las que había intentado violar antes. «Cuando me vieron con la cara llena de golpes se echaron a llorar, pensando que podían haber sido ellas». Una fue perseguida en Gros hasta su portal aunque al percatarse de que estaba allí logró cerrar la puerta antes de que accediese al interior. Poco después un taxista alertó a la policía de que un hombre estaba siguiendo a otra chica en el mismo barrio. Todos ellos reconocieron también al agresor.
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