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Las diez noticias clave de la jornada
Julen y su padre relatan las duras experiencias vividas por la adicción del primero a los videojuegos y cómo se puede superar con ayuda como la que le ofrece el centro Virtuss de San Sebastián. De la Hera

«Con los videojuegos me sentía mejor que en la vida real»

Enganche. No dormía. Apenas comía y le cambió el carácter, se volvió agresivo. Julen Goikoetxea acabó enganchado a las pantallas, una adicción de la que se recupera con la ayuda de terapia y de su familia

Domingo, 29 de junio 2025, 00:06

La adicción le atrapó siendo un niño y ninguna de las advertencias de sus padres - «déjalo ya», «llevas mucho tiempo jugando», «vas a acabar mal»- sirvieron para evitar que Julen Goikoetxea terminara enganchado a los videojuegos. Comenzó como algo «inofensivo», cuando con 8 años, estando de viaje en Tenerife, le regalaron una Game Boy. El juego era sencillo: «tenía que completar diferentes niveles llevando un pez payaso en una bolsa hasta el mar. ¿Qué malo podía haber ahí?». La pregunta retórica la lanza este joven de 24 años, vecino de Donostia, que lleva casi cinco años en tratamiento para superar su enganche a las nuevas tecnologías.

Este trastorno se engloba en las adicciones comportamentales (sin sustancia) y según el Plan sobre adicciones de Euskadi 2023-2027, el uso abusivo de videojuegos, internet y redes sociales «ha aumentado de manera preocupante», especialmente entre las personas adolescentes y jóvenes. Uno de cada tres adolescentes vascos hace un uso problemático de internet y uno de cada cinco muestra algún nivel de enganche a los videojuegos.

En el caso de Julen, el primer contacto con estos dispositivos fue durante uno de sus múltiples ingresos en el hospital. Su padre, que le acompaña durante la entrevista, le ayuda a recordar. «Tuvo problemas de salud desde pequeño. Nació prematuro y pasó bastante tiempo ingresado» durante su infancia. Julen pidió una consola, «la PSP» para 'matar' las horas de hospital y «podía pasarme fácil más de dos horas al día jugando».

«Tenía inseguridades y quedaba para jugar online. Socializaba de esa forma, como hacen muchos chavales, ¿no?»

Julen Goikoetxea

Exadicto a los videojuegos

Ya en casa, el tiempo delante de las pantallas fue a más, aunque de forma gradual, «y llegaron más consolas. Salió la Play 2 y yo la quería. Los videojuegos me divertían. Jugaba sobre todo a juegos de lucha, de fútbol y también de estrategia, de rol. Pero en cierta manera tiré por ahí porque no me sentía cómodo socializando. Tenía inseguridades y en los videojuegos estás en tu mundo, nadie te ve y te da como una posición. Me sentía mejor que en la vida real. Quedaba para jugar online y socializaba de esa forma, imagino que como hacen muchos chavales, ¿no?», explica.

Según los expertos, detrás de la adicción en ocasiones suelen esconderse problemas de autoestima o deficiencias que llevan a buscar refugio en la tecnología, como le ocurrió a este joven, que relata cómo «a medida que pasaban los años fue a peor. Me frustraba muchísimo y empezaron las actitudes más agresivas».

«Histérico»

Su padre recuerda cómo bajaba de su cuarto hecho una furia. «En el caserío donde vivíamos se iba la cobertura, y le ponía histérico estar jugando online y que en mitad de la partida se fuera la señal de internet. Le frustraba mucho. Un día se puso... Ha roto mandos, varios televisores, el ordenador, algún armario. Tendría ya 16 años. Discutíamos mucho por este tema. Él me ponía excusas como que se había caído la tele, pero no, le metía puñetazos. Un día estaba tan desquiciado que reventó el portátil a golpes», cuenta Peio, que tardó en ver las señales de alarma ya que «todo pasó muy desapercibido».

«Al principio no era el típico chaval que se encerraba en su cuarto y se aislaba. Salía e iba a trabajar, de camarero y todo el mundo decía 'qué chaval más majo', pero luego te enteras de que se pasaba las noches jugando y un martes normal podía dormirse a las cinco o seis de la mañana. Era un mentiroso patológico. Y si te la quieren colar, te la cuelan», dice zanjando cualquier cuestionamiento.

El problema se agravó cuando este joven empezó a acompañar las partidas con el consumo de cannabis «y al día siguiente era incapaz de levantarme, estaba destrozado. Y por dentro estaba hecho unos zorros».

«Sufríamos su ausencia y su presencia. Discutíamos mucho por este tema. Ha roto a golpes varias teles, mandos, el portátil...»

Peio Goikoetxea

Padre

Llegó un punto en el que apenas comía. Tampoco dormía y su única preocupación eran los videojuegos. «Me iba a acostar pensando en el juego, fantaseando, visualizando las pantallas... Y al despertarme lo primero era ponerme a jugar». Era incapaz de dosificar sus horas pegado al mando. «No podía estar ni un día sin jugar o sin consumir. Al final, los fines de semana solo salía de casa para tomar un café, comprar tabaco y vuelta. Jugaba en el ordenador, en el móvil... unas ocho horas al día. Hasta chequeaba las redes sociales cada vez que iba al baño. Me gasté 3.000 euros para comprar skins ('piel' o apariencia de un personaje) y accesorios con la tarjeta de mi madre. Le saqué una foto para copiarle el número», cuenta Julen mientras gesticula con incredulidad. Las palabras le salen en cascada.

Su padre escucha mientras su cabeza viaja a aquella época sin pies ni cabeza. «Sufríamos su presencia y sufríamos su ausencia. ¿Arrepentido? No sé, me faltó valor por una parte, y por otra tampoco tenía claro lo que había que hacer».

Ambos hablan, en parte, desde el remordimiento. «Si hubiera estado desde los 13 años consumiendo porros todos los días, pues hubiese saltado antes la libre. Pero como todo el mundo juega y con tus amigos juegas... Está como más camuflado», reflexiona Julen.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) incluyó en 2019 el trastorno por videojuegos como enfermedad mental en su Clasificación Internacional de Enfermedades (ICD-11). Para este organismo, se considera un trastorno si supone un «deterioro significativo» en las áreas de funcionamiento personal, familiar, social o educativa. En casa de Julen la adicción lo arrasó todo. «En el momento en que vi que me ponía como un loco porque se iba la conexión dije 'algo no va bien'. Y pedí ingresar. Estaba desquiciado. Tengo el recuerdo de sentirme como si tuviera 80 años. Cansado de vivir, tenía un sentimiento de soledad muy grande, y sabía que tenía que cortar en seco porque si no...». Su padre ha pensado mucho en ese desenlace. «Veía un peligro importante de que cualquier día se quitara de en medio».

Tratamientos

Empezaron las terapias con diferentes especialistas y en varios centros para tratar su adicción, y con 20 años tocó las puertas del centro de desintoxicación Virtuss, en Donostia. Cuenta que durante el proceso «ha habido muchas subidas y bajadas, pero aquí me agarraron. Si no, no estaría aquí».

Cortó los videojuegos de raíz - «no he vuelto a jugar»- y aunque tiene móvil, «lo primero que hice fue desinstalarme todos los juegos que venían por defecto. No tengo redes sociales, ni TikTok, ni Instagram...».

El uso abusivo de internet, redes sociales y el móvil no están reconocidas como una adicción (sí lo está en cambio el abuso de los videojuegos), si bien existe consenso en la necesidad de abordar estas realidades que se observan cada vez con más preocupación en todas las esferas.

En el ámbito educativo las comunidades ya están moviendo ficha con el objetivo de reducir los riesgos derivados del uso temprano, intensivo o inadecuado de las tecnologías. Cataluña acaba de prohibir los dispositivos móviles y tablets en todas las etapas educativas y retira las pantallas en las aulas de Infantil, y la Comunidad de Madrid va a eliminar de sus colegios el uso individual de dispositivos digitales en alumnos de Educación Infantil y Primaria.

A sus 24 años, este joven advierte de que «no podemos dejar en manos de un niño esta responsabilidad. Yo, en el momento que toqué un móvil con 11-12 años, ya estaba viendo porno. ¿Qué hace un niño viendo ese tipo de contenidos?», cuestiona con inquietud. También cree que los chavales «no son conscientes» de que el tiempo vuela entre sus dedos mientras les engullen las pantallas. Julen recuerda esa sensación, ya desde la distancia y la cordura. «Una vez me fijé en un juego que te contaba las horas y ponía 35 días. Multiplicado por 24, calcula el tiempo...».

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