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Vecinos de Azkoitia contemplan la riada de 1983 desde Plaza Nagusia. ARCHIVO MUNICIPAL DE AZKOITIA

El verano en el que Gipuzkoa quedó cubierta de agua y lodo

Se cumplen 35 años de las lluvias que arrasaron el territorio y dejaron 34 víctimas en Euskadi | Vecinos de algunas de las cuencas guipuzcoanas afectadas relatan cómo vivieron aquella avenida y el esfuerzo que supuso levantar sus negocios

Javier Peñalba

Domingo, 26 de agosto 2018, 12:01

Fue lo más parecido a un diluvio. En poco menos que 72 horas, los cielos descargaron con tanta virulencia que el agua lo anegó todo o casi todo. Viviendas, tiendas, bares, restaurantes, empresas... La lista es interminable. El episodio se recuerda como el de 'las inundaciones de 1983', de las que este mes de agosto se cumplen 35 años. Aquellas lluvias sembraron Euskadi de dolor y desolación. Decenas de municipios guipuzcoanos se vieron afectados. Solo el tejido industrial del territorio sufrió pérdidas que fueron evaluadas en 17.500 millones de la moneda entonces en vigor: la peseta. Hoy serían unos 105 millones de euros. Gipuzkoa fue el único territorio en el que no hubo víctimas mortales. 34 personas perdieron entonces la vida, la mayoría de ellas, 32, en Bizkaia y 2 en Álava. Otras cinco fueron dadas por desaparecidas.

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Todo comenzó durante la noche del día 25 al 26 de agosto. Una masa nubosa con grandes cumulonimbus que producen fuertes tormentas cruzó de este a oeste el sur de Francia y descargó de madrugada en Gipuzkoa. La misma masa se retiró al Golfo de Bizkaia, donde almacenó más vapor de agua procedente de la evaporación y por la tarde volvió al litoral vasco. Descargó en la costa vizcaína y subió Nervión arriba, impulsada por el viento del norte. Volvió a soltar grandes cantidades de agua en todas estas cuencas y prácticamente cuando se vació retornó al mar. Allí volvió a activarse y de nuevo se dirigió a tierra.

La avenida dejó entre los días 25 a 27 registros excepcionales: 199 litros en Errenteria, 231 en Elduain, 177 en Hernani, 244 en Legazpi, 234 en Azkoitia, 259 en Arantzazu ó 219 en Bergara. En Bizkaia, las mediciones fueron todavía superiores. En Bilbao cayeron 387, de los que 252 se contabilizaron el día 26. Álava tampoco se libró. En Izarra, por ejemplo, se midieron 180.

En Gipuzkoa, las cuencas del Oiartzun, Urumea, Oria, Urola y Deba fueron las más castigadas, así como el tramo alto del Bidasoa. Muchos vecinos sufrieron en sus carnes el desastre. Vieron cómo sus casas, comercios y empresas quedaban cubiertos de agua y lodo. 35 años después, alguno de ellos recuerdan aquel episodio.

Una más en Martutene

Juan Carlos Aragón y José Barradas son dos vecinos de Martutene, una de las zonas más castigadas por la crecida. José residía entonces en el primer piso del número 19 de la colonia de El Pilar. «He pasado tantas inundaciones... Las del 83 la recuerdo bien. El agua me entró en casa. Había más de un metro. El piso quedó destrozado. Tuvimos que tirarlo todo. Fue tremendo y luego fui al seguro y me dijo que como estaba a no sé cuántos metros del río, que ellos no respondían. Eso no me dijeron cuando lo contraté».

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José relata que el agua entraba por los sumideros y por el váter. «Vivíamos mi mujer y los tres hijos, que entonces eran pequeños. Vinieron en barca a rescatarnos. Para dormir aquella noche, los del tercero nos dejaron su vivienda. Ellos se habían ido a casa de unos familiares suyos de Altza». Rememora: «Fueron momentos tremendos, difíciles. Que entre el agua en casa es lo último que puede pasarte. A mí se me caía el alma a los pies».

Donostia. Una lancha rescata vecinos en Martutene. DV

Juan Carlos Aragón regenta y regentaba el bar Nido, también en Martutene. Para él fueron las primeras inundaciones. Entonces tenía 25 años. «Esos días teníamos previsto salir de vacaciones. Había llovido mucho y no se hablaba de otra cosa que venía la riada. Al final llegó. En el bar me entró por encima del medio metro».

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Juan Carlos indica que las aguas subieron muy rápido, «pero bajaron a igual velocidad. A media tarde, el bar se había vaciado. Y a partir de ahí, ya se sabe. Tocaba limpiar. Los vecinos nos ayudaron mucho. Lógicamente, los daños fueron importantes. Perdí todas las cámaras y tuve que hacer mucha obra, hasta cambiar el mostrador. Entonces no tenía seguro. A partir de entonces, aprendí. Ya no me pillaban más sin tener asegurado el negocio».

Fue su primera inundación, pero no la última. «La del 83 fue la más grave que he vivido. En 2011 también nos entró, pero menos, y lo habría hecho también este año si no se hubiesen acometido las obras de encauzamiento. Esta era una zona muy castigada por las crecidas».

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Comida flotando en Zestoa

Marcos García tenía 18 años y trabajaba de pinche en las cocinas de Balneario de Cestona. Comenzó en 1982, cuando el Papa Juan Pablo II visitó Loiola. 35 años después, este zestoarra es el segundo de a bordo entre los fogones. «Entonces era un chaval, pero claro que me acuerdo. Los pasillos del balneario parecían ríos. El agua entraba por las ventanas. El género de la cocina estaba flotando, hasta los pollos flotaban», señala.

No paraba de llover. «Estábamos muy preocupados porque el nivel del río no dejaba de subir. Los clientes fueron conducidos a las plantas superiores. No se podía hacer nada, solo esperar a que dejara de llover y el nivel del agua bajara. Nosotros permanecimos dentro del hotel, de guardia», relata Marcos.

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El balneario de Zestoa, inundado. GABRIEL

El panorama que dejó la riada fue descorazonador. «Era muy triste ver cómo había quedado. Las termas, los salones, las bodegas... todo quedó afectado. En la cocina, el agua llegó al metro y medio de altura. Las pérdida eran incalculables. La fuerza de la riada era tal que arrastró también los coches que los cocineros habían aparcado en la parte de atrás, la más próxima al río».

Las labores de limpieza y reacondicionamiento del complejo se prolongaron más de un mes. «Hubo mucha gente que vino a ayudarnos».

En años posteriores, con Rafael Modrego al frente del negocio, los trabajadores conmemoraban el aniversario los 28 de agosto. «Solíamos hacer una fiesta», recuerda Marcos.

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Pedro Rodríguez es hoy jefe de la Guardia Municipal de Andoain. En 1983 tenía 27 años e iba a cumplir cuatro en el cuerpo. La plantilla estaba integrada por doce miembros, cuyo jefe era Joseba Pagazaurtundua. «Fueron unas jornadas muy intensas. Trabajamos sin descanso. En las primeras horas, nuestra misión era que la gente no se adentrara en las zonas de riesgo para intentar recuperar género de sus comercios. Pero cuando bajó el nivel, allí solo había una cosa que hacer: trabajar y trabajar. Ayudabas a quitar el barro y cuando terminabas en ese punto, ibas a otro y hacías lo que podías», indica el mando policial.

Solidaridad en Andoain

Recuerda que uno de los negocios en los que estuvo ayudando era de artículos de cama y cortinas, en la calle Zumea. «Era realmente triste ver todo aquel género empapado de agua y barro. La dueña decidió llevarlo a limpiar y donarlo a la residencia de ancianos. Algunos que veían aquel género en la calle se lo querían llevar. Y ahí tuvimos que intervenir».

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Pedro Rodríguez señala que aquellos días vio a muchos comerciantes llorar porque sus negocios se iban al traste. «Sabes lo que significa que la tienda, que es tu medio de vida, se la lleve una riada o te genere enormes pérdidas... Y hemos de recordar que en aquella época, el tema de los seguros no es como hoy. Muchos ni los tenían».

Pedro rememora una anécdota con Manuel Antonio González, de la sastrería del mismo nombre. «Me vio empapado y tan sucio que me metió a la tienda y me dio un jersey y una camisa seca. Y con aquello estuve trabajando hasta que volví a dejar las prendas como estaban las anteriores.

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Manuel Antonio González todavía es titular de aquella sastrería, situada en el numero 26 de Kale Nagusia, aunque el negocio lo atiende su hija, Virginia. «Yo estaba en Montijo, en Extremadura, me llamaron por teléfono. Me dijeron que las aguas lo habían inundado todo. Fue un duro revés porque era mi tienda más querida en aquellos años. Tenía otra en San Sebastián y una más en Andoain, de ropa de mujer que la regentaba mi esposa. El comercio se llamaba Esther. Y sufrió los mismos daños». Recuerda que cuando llegó a Andoain, después de más de 24 horas de viaje, «el agua había alcanzado una altura de tres metros y en la calle había dos. Cuando mejor nos iban las cosas vino este desastre. Estaba todo para tirarlo. Y es lo que hicimos, los proveedores se portaron muy bien con nosotros».

Manuel Antonio destaca la ola de solidaridad que generó aquel episodio. «En mi tienda había más de veinte personas limpiando. A unos conocía y a otros no, pero todos nos echaban una mano. Nos ayudaron muchísimo. Vi también al que entonces era el alcalde Pérez Gabarain retirando el barro».

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Aquella riada supuso un golpe para la economía de la localidad. «Todos los comerciantes y los empresarios estaban muy asustados. Las pérdidas eran enormes y no todos tenían seguro. Yo por fortuna lo tenía».

Con agua de hasta tres metros de altura, casi nada de lo que había en el local se pudo salvar. «Llamamos a un camión para que se lo llevara y recuerdo que algunas personas iban detrás del vehículo por si algo de lo que había les podía servir. Había prendas de calidad».

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Pesadillas en Elgoibar

A Izaskun Estibaritz, las imágenes de las inundaciones de 1983 y las de 1988 se le entremezclan en ocasiones. Es lógico, fueron dos episodios de gran intensidad. «Ambos fueron momentos muy duros», dice. Tanto es así que durante algún tiempo llegó a sufrir pesadillas. «Soñaba que el agua llegaba hasta el techo de la tienda y que no podía salir de allí. Era una situación angustiosa. Por fortuna aquello quedó atrás», recuerda.

Izaskun regentaba con su hermana Mari Jose, al igual que lo hace ahora, un bazar en el número 27 de la calle San Francisco, en el corazón de Elgoibar. Fue una de las zonas más castigadas por las dos riadas. «Para nosotras, las de 1983 fueron mucho más fuertes. El agua entró a la tienda por el río y alcanzo un metro aproximadamente. Se filtraba por todas partes», relatan.

Aquel 25 de agosto, Izaskun se hallaba en Picos de Europa. «Me enteré por la televisión. Vi que había inundaciones en Euskal Herria y que una de las zonas afectadas era Elgoibar. Me puse muy nerviosa. Me dije que tenía que volver como fuera».

Pero el regreso no era nada sencillo. «Había carreteras cortadas y nos costó mucho. Dejamos el coche en el garaje, con todo lo que traíamos del viaje, incluso había un queso de Cabrales, y nos fuimos seguido a la tienda. Tres o cuatro días después, cuando volvimos al garaje, te puedes imaginar el olor que había dentro por el queso. Era irrespirable», afirma Izaskun mientras esboza un sonrisa al rememorar la anécdota. «Estaba yo en aquellos momentos para acordarme del queso», señala.

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Para cuando puso el pie en la tienda, el nivel del agua había descendido. «El panorama era desolador. Llevábamos cinco años con el negocio abierto y acabábamos de terminar de saldar las deudas... Menos mal que nos pilló jóvenes. Entonces teníamos mucha fuerza y energía. Además somos de un carácter muy positivo. Y luego, otra cosa muy importante que no podemos olvidar: la gente de Elgoibar se portó de manera increíble. Muchos vinieron a ayudarnos a limpiar a la tienda. Me quedo con esa imagen de solidaridad», aunque recuerda también que hubo quienes trataron de aprovecharse. «Algunos comerciantes tuvieron que poner unos carteles para que la gente no se llevara los enseres que habían sacado a la calle. Tal vez pensaron que eran para tirarlos cuando lo hicieron para que se secaran. Pero fueron los menos. La solidaridad fue lo más destacado. Pero no solo fue con nosotros, lo hicieron con todos los damnificados. Siempre les estaremos agradecidos».

Aquellas turbulentas aguas, recuerda Izaskun, cubrieron miles de productos de regalos, libros, discos... «Había 41.000 artículos de los que un tercio se vieron afectados y el resto quedó con tanta humedad... Estuvimos diez días limpiando todo el material, uno por uno, y luego durante mes y medio permanecimos con ofertas, con ventas a precios muy bajos. Al final, el cuerpo nos pedía normalidad y no tanto barro y tanta porquería».

Izaskun responde con un «sí y no» si les ha costado salir adelante de las dos inundaciones. «Detrás hay mucho trabajo, mucho esfuerzo y pese a que los seguros respondieron dentro de lo que cabe, al menos en nuestro caso, otros lo pasaron muy mal y se quedaron con una mano delante y otra detrás».

35 años después, Izaskun reconoce que cada vez que llueve «nos entra esa sensación de que la historia se puede repetir. No obstante, con las mejoras que se han acometido las últimas décadas en los cauce fluviales el riesgo ha disminuido. A veces ha llovido tanto como entonces y no ha pasado nada. Y si vuelve a suceder, yo cierro. No estoy para otra batalla como aquella».

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