Ahora que nos habíamos acostumbrado a los atascos de excursiones comandadas por guía paraguas en mano, desaparecen los turistas. Ahora que habíamos virado costumbres casi ancestrales para acoger a los turistas y darles una experiencia 'friendly', con los nombres de los pintxos en varios idiomas y camareros plurilingües, desaparecen los extranjeros. Ahora que habíamos aprendido a forzar la sonrisa mientras chapurreábamos algo en otra lengua, desaparecen las nacionalidades que nos visitaban.
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Mira que me costó ver cómo algunos puntos de nuestro territorio, sobre todo los puntos más golosos para 'instagramear', se parecían tanto al centro de Roma, Londres o Barcelona. Mismas liturgias y recorridos en manadas, mismas poses ante los focos de los móviles y mismos precios de bares, heladerías y restaurantes, claro. Incluyendo noches de verano tan largas como las de las grandes ciudades.
Pero ahora casi se echan de menos, aunque la ausencia del bosque permite ver a los árboles aislados. Como esas familias que se mueven por Donostia estos días sin guías ni mapas, con las manos en los bolsillos dejando llevar sus pasos. O ese excursionista solitario que anota impresiones en una libreta, medio tumbado en un banco cerca de la estación de autobuses. ¿Le habrá dado tiempo a ver la ciudad antes de escribir? Quizá esté ya de vuelta. O la pareja que entra un viernes a una pensión acompañados del dueño. «Hace mucho que no veníamos a San Sebastián, nos encanta pero era muy caro», suelta ella como si nada y con una claridad que la mascarilla de última moda que viste no impide que la recoja cualquiera.
Estampas que podemos ver estos días por nuestras calles de los pocos que nos visitan. Seguro que se llevan una foto más real de cómo somos.
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