Donde sueñan los muertos
Entre la electricidad y la mineralización. ·
Día de Difuntos. Noche de Santos. Amanecer de las Ánimas. Del cielo surgieron. En la tierra , tierra se hacenBEGOÑA DEL TESO
Lunes, 31 de octubre 2022, 06:36
Aralar. Aralar Norte. En un valle. Casas blasonadas que fueron bares y ahora, perimetradas, esperan demolición o salvación. Piedra. Buena piedra navarra. 'Dorada' le dicen a la más historiada, esa arenisca de cuarzo, calcita, feldespato y pequeños fragmentos de rocas. De San Vicente, el mártir de los viñedos, toma su nombre otra, caliza totalmente natural, de color gris verdoso. A otras les dicen 'Deba' o 'Ivory' pero es el monte de ánimas, de dolores viejos, de huidas legendarias que San Cristobal se llama en castellano, quien da nombre en euskera a otra de las piedras navarrenses. Esa que mejor resiste las heladas de la montaña tiene por nombre 'Ezkaba' porque de ese monte, del que se incendió en septiembre, se extrae. El Ezkaba, sí. El 22 de mayo de 1938, 795 reclusos huyeron del fuerte-prisión que allí construyeron los que ganarían la guerra a sangre y fuego. Solo tres consiguieron llegar a Francia. Los demás yacen en fosas comunes y oscuros oscuros.
Aralar. Norte. Unos 610 metros sobre el nivel de mar. Cerca de donde nacen los ríos, saltan las truchas y los cangrejos se alimentan de yema y clara de huevo. Así los engordan quienes se los llevarán a la cazuela. Como hacía la bruja con Hansel y Gretel.
Aralar. Norte. En una meseta. Pocos son los habitantes vivos del lugar. Y escasos los muertos en el cementerio. Pero porque fueron, son. 'Hemen dago'. Cerca de la tapia, un nogal. Está siendo un buen año de nueces este 2022. Sobre la rodada de un tractor crece, qué curioso, la absenta. Es decir, el ajenjo. Es decir, el Diablo Verde. Es decir, para otros, El Hada Verde. Sí, con ella se elabora la bebida maldita-bendita que consumieron hasta sus heces Pessoa, Degas, Verlaine...
Bordeando el cementerio escaso de moradores, a los pies de los avellanos, la tierra está cubierta por ramilletes de perejil falso, familiar apiáceo y lejano (quizás no tan lejano) de la 'Conium maculatum'. Sí, de ella, la cicuta, el veneno socrático de intenso amargor. Típica, como ese perejil, de los terrenos baldíos y las escombreras.
'Osario', definición académica: 'Lugar de un cementerio donde se entierran los huesos que se sacan de las sepulturas»
Sobre el muro del cementerio poco habitado (tampoco son muchos los vivos en el valle, 16 aquí, 48 allá...), muy arriba, muy alto en el cielo, un cuervo (dicen las leyendas germánicas que Federico Barbarroja, el emperador del siglo XII, no está muerto sino dormido y que cuando los cuervos dejen de volar sobre el lugar donde su cuerpo descansa, volverá a la vida...) aleja de su territorio de caza a un alcotán todavía no muy ducho en acrobacias aéreas.
Absenta. Perejil. Cuervo. En el umbral del Día de Difuntos. Del Día de Todos los Santos. Del Día de las Ánimas (se les suele rezar para despertar a la hora deseada pero no se debe decir 'Despertadme a las cinco' o notarás su caricia helada en la cara. Sol se ha de pedir 'Quiero despertar a las cinco'...). Recorriendo la tapia de un camposanto. Al fondo, una verja. No es la entrada principal a ese lugar donde los muertos esperan sino a un sitio que, aunque hoy algo abandonado, olvidado y desasistido, tanto que se encuentran también otras señales de podredumbre (el armazón de las coronas fúnebres, restos de las últimas ropas de los difuntos...), sigue siendo un osario.
Así lo testimonian esa calavera y ese hueso ya descarnados, sin médula, nervios o sangre. Osario donde los esqueletos no reclamados, no incinerados, no guardados en urnas y expuestos al sol, a los vientos (del suroeste soplaba aquella jornada), a las lluvias y las heladas acaban, tras muchas noches y muchos rayos, no solo desmenuzados sino convertidos en materia mineralizada que va penetrando en la tierra puesto que esos huesos se componen de un 25% de agua, un 30% de materia orgánica (colágeno y otras proteínas) y un 45% de minerales como fosfato y carbonato de calcio.
Fosfato, sí. Estamos hechos, también, de fosfato que viene a ser una partícula con carga eléctrica conteniendo fósforo. Fósforo, sí, ese elemento químico muy reactivo de número atómico 15 que se oxida espontáneamente en contacto con el oxígeno atmosférico emitiendo luz. Luz, sí. Que a su vez ocasiona el inquietante fenómeno de los fuegos fatuos. En gaélico se llaman 'will-o'-the-wisp' y en euskera argi-txakurrak, arima-argiak; luces pálidas que brotan de la Nada más plena, en cementerios, pantanos, marismas y ciénagas.
Somos o fuimos colágeno. Calcio. Fosfato. Fósforo. Número atómico. Y... partícula eléctrica. Creados, tal vez, por un rayo.
El que domina estas páginas fue captado el 19 de octubre (aniversario de las muertes de Jonathan Swift, Camille Claudel y Henry Michaux). La tormenta llegaba desde Bizkaia y se divisaba ya desde las curvas de Beraun, Errenteria. Estalló más allá de los ríos y los montes, el cielo negro sobre la Zurriola. Mar adentro, el Fuego de San Telmo (meteoro ígneo provocado por las tormentas eléctricas) hacía enloquecer las brújulas de los barcos, incluido el del Holandés Errante.
Del poeta Daniel Hernández Sevillano: «Solo hay una división, los que aún son capaces de soñar (...) y los muertos»
No resulta extraño que, fascinados todos al principio del siglo XIX por la electricidad, Andrew Crosse aplicara descargas eléctricas a los cadáveres produciendo en aquellos cuerpos espasmos musculares que él interpretó como la resurrección de la carne.
No es extraño que, siendo como somos partículas eléctricas, Mary W. Shelley situara a Victor von Frankenstein (y a su criado Igor) con la tormenta descargando el Rayo (mayúsculas) la noche cuando la Criatura (compuesta del fósforo, el fosfato y las partículas eléctricas que no son suyas sino que fueron 'otros') recibió la vida.
Escribió el poeta que los vivos lo están porque sueñan y los muertos, no. Se equivocaba el poeta.
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