Bixente Eizagirre junto a sus hijas Itziar y Onditz, en el txakolindegi Talai Berri. Lobo Altuna

Savia nueva para que el baserri siga vivo

Futuro. El relevo generacional es clave para los caseríos. Tres familias guipuzcoanas muestran la evolución que ha vivido el sector en estos años

Jon Agirre

Domingo, 16 de mayo 2021, 08:09

Si uno dedica gran parte de su vida a crear, desarrollar y ampliar un negocio en el que ha invertido horas y horas de trabajo, ... espera que éste tenga continuidad para que el esfuerzo no haya sido en balde. Es el caso de los caseríos, muy vinculados a la familia y que durante muchos años han ido pasando de generación en generación, garantizando su pervivencia. Las familias Beristain, Eizagirre y Arteaga, del caserío Basabe de Errezil, el txakolindegi Talai Berri de Zarautz y el caserío Bulano de Asteasu, respectivamente, lo tienen claro.

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La generación que ha dado el relevo celebra que haya continuidad y respira algo más aliviada. Por su parte, la que asume la responsabilidad de seguir adelante es consciente de la trayectoria que les precede. Eso sí, el cambio no significa que quienes se apartan desconecten del que durante años fue su negocio. Todos, en mayor o menor medida, seguirán echando una mano a sus hijos. Todos destacan que en el mundo rural es esencial «tener las cosas claras» y que, en mayor o menor medida, te debe gustar trabajar en el exterior, incluso «en los días que llueve o hace frío». De lo contrario, ven casi imposible sacar adelante el negocio, que hoy, día de San Isidro, festividad de los baserritarras, reivindican.

Maritxu Beristain | Caserío Basabe. Errezil

«Antes trabajaba toda la familia, había más manos»

Maritxu Beristain junto a su marido, en el caserío Basabe, de Errezil. Lobo Altuna

Saber que tendrá relevo generacional y que además el caserío seguirá vinculado a la familia con su hijo Josean es una «tranquilidad» para Maritxu Beristain. Tras una vida trabajando en Basabe junto a su marido han pasado el testigo, pero sin desligarse del todo del día a día. Durante años elaboraron quesos y otros productos de leche de vaca e incluso llegaron a tener de cien reses. También contaban con algunas gallinas, cuyos huevos vendían. Con el paso del tiempo el negocio fue evolucionando y su hijo ha apostado por otros derroteros. «Cuando mi marido se jubiló, mi hijo tomó el relevo y decidió cambiar del ganado a la manzana». Para ello hace unos ocho años empezaron a plantar manzanos y ahora disponen de unas 2.000 hectáreas. Consciente de que los cambios son difíciles y que exigen mucho esfuerzo, ve feliz a su hijo. «No siempre es fácil, pero le veo bien. Si funciona la manzana irá bien», augura. De esos árboles producen zumo de hasta cinco clases de manzana que, junto a algunos quesos de oveja y huevos de gallina. venden los martes en el mercado de Azpeitia y los sábados en el de Tolosa. «También hacemos sidra en casa y mi hijo la lleva a Astigarraga».

Asimismo, destaca que ha cambiado «todo» lo relacionado con el caserío y que la situación actual no es la más fácil. En su caso, por ejemplo, el resto de hijos ha optado por otras formas de ganarse el pan. «Antes toda la familia trabajaba, había más manos». Su generación fue la tercera que vivió en el caserío Basabe y Josean será la cuarta que se encargue del negocio.

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De cara al futuro, Maritxu entiende que el cambio es necesario y cree que tanto ellos como su hijo han dado pasos más que suficientes para garantizar la continuidad del baserri de Errezil. «Iniciar un nuevo camino tras el cambio de negocio no siempre es fácil, pero en pocos años hemos hecho el camino».

Itziar Eizagirre | Txakolindegi Talai Berri. Zarautz

«La forma de trabajar ahora es mucho más profesional»

Bixente Eizagirre junto a sus hijas Itziar y Onditz, en el txakolindegi Talai Berri. Lobo Altuna

Itziar y Onditz serán la quinta generación de la familia Eizagirre, siempre vinculada a la viña, asegurando el relevo generacional. El pionero, quien abrió camino, fue su abuelo. «Empezó a hacer txakolí, mis padres siguieron sus pasos y ahora gestionamos el negocio mi hermana y yo», cuenta Itziar, que cursó estudios de enología en Barcelona. Aquellos primeros pasos, como en la mayoría de los negocios, fueron difíciles y estuvieron basados en la intuición. «En tiempos de mi abuelo no había denominación de origen», destaca. Por entonces, el txakolí se elaboraba con uva de la Rioja y se recogía cuando amigos y familiares tenían fiesta, normalmente a mediados de octubre. Desde aquella época el sector ha vivido una evolución y una profesionalización que ha mejorado el producto y ha dejado alguna anécdota. «Mi abuelo siempre decía que los bodegueros se juntaron y trajeron un enólogo francés que les dijo 'limpiad la uva, limpiadla y limpiadla. Y cuando esté limpia, volvedla a limpiar'». Algo que mejoró mucho el producto.

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Las claves

  • 511 jóvenes han participado en el programa Gaztenek, cuyo objetivo es promover el relevo generacional en los caseríos.

  • 194 de esos 511 jóvenes son guipuzcoanos, 169 vizcaínos y 148 alaveses. Cerca de la mitad son mujeres.

Hoy día resalta que las viñas «se cuidan mucho más, estamos 24 horas pendientes, mirando cada parcela y adelantando o retrasando la vendimia unos días en base a la uva. La viña lo agradece y el txakolí es mucho mejor». Para ello cree que los pasos que dio la generación de su padre fueron «esenciales». «En el año 89 se creó la denominación de origen que ha impulsado la extracción de txakoli de mejor calidad. Se hacen catas, hay más medidas y lo que no es bueno se retrasa». También fue su padre quién abrió el txakolindegi Talai Berri. «Fue en 1992, después de que mi abuelo se jubilara. Los dos hijos siguieron con el negocio».

En esa profesionalización, subraya, «casi cada bodega tiene su enólogo o los que estamos en ella somos enólogos». Otro paso importante para Eizagirre fue el cambio en la uva, pasar de la riojana a la Hondarribia, variante de la blanca. «En esa época se cambiaron muchas viñas, nosotras por ejemplo elaboramos txakolí solo con uvas autóctonas, con denominación de origen».

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Desde hace diez años, cuando su jubiló su padre, Itziar gestiona el viñedo, la bodega y la producción. Unos años más tarde, se jubiló su madre y su hermana Onditz empezó a ocuparse de las gestiones, la oficina y la relación tanto con los proveedores como con los clientes. Aún así, no se han desvinculado del negocio y siguen echando una mano, «sobre todo en lo que le gusta», matiza con algo de sorna Itziar. Ambos viven en Talai Berri y «como siempre hay trabajo» Bixente, a sus 75 años, sigue en la bodega. «Un txakolindegi no es solo gestionar lo que está cara al público, hay mucho más trabajo, hay mucha parte de mantenimiento», señala Eizagirre. Por eso, tiene claro que lo más importante es «tener las cosas claras» y que «te guste trabajar en el exterior».

Mikel Arteaga | Caserío Bulano. Asteasu

«Es imprescindible que te guste, si no es una tortura»

Mikel Arteaga junto a su padre, en el caserío Bulano de Asteasu, donde tienen 180 vacas. Michelena

Mikel Arteaga heredó el negocio de su padre e inició la sexta generación de una larga saga. «Hace años hice una especie de árbol genealógico, me remonté hasta el siglo XVIII y vi que un familiar mío se casó al caserío en 1735». Las primeras generaciones trabajaron en Bulano y después los abuelos de su padre compraron el baserri.

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Como en otros casos, también ha habido variaciones. Destaca que hace años, cuando la economía estaba menos especializada, se aprovechaban más recursos para vivir en el caserío. También resalta que debido al momento social y a la escasez de alimentos que vivieron, tuvieron que agudizar el ingenio. «Ahora cada caserío hace menos cosas, está mas especializado. Por ejemplo, no aprovechamos casi la madera de los bosques, antes sí».

Sus padres apostaron por las vacas de leche y hace veinte años Mikel le dio continuidad creando una asociación junto a un familiar. «Ahora tenemos unas 180 cabezas y cada día ordeñamos unas 90». Fruto de ese trabajo obtienen unos 2.800 litros de leche al día.

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Su jornada comienza a las 6 de la mañana y termina bien avanzada la tarde. Por eso tiene claro que es un trabajo «que tiene que gustarte, de lo contrario puede ser una tortura». Una realidad que, por ahora, parece no atraer a la siguiente generación. «Mi hijo me dice que exige estar 365 días 24 horas». Aún así, para Mikel la clave es la organización. «Cuatro personas vivimos del caserío, no significa que estemos trabajando en todo momento. Estamos de guardia», matiza. Una realidad que contrasta con otros tiempos. «Antes convivían y ayudaban tres y hasta cuatro generaciones, ahora con el cambio en la forma de vida no es tan habitual».

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