Borrar

Emiliana y Vicente, a por las bodas de platino

Ella tiene 104 años, él 98 y llevan 64 casados. Viven en Beasain y los fines de semana se toman «un blanquito»

Ane Urdangarin

Beasain

Jueves, 14 de febrero 2019, 06:24

Comenta

Tras muchos días de lluvia y jornadas grises, el sol vuelve a lucir y ya no hay nubes que tapen el imponente perfil del Txindoki que disfrutan desde el ventanal de su salón Emiliana y Vicente. A él, el tiempo tampoco es que le importe demasiado, porque ni una granizada altera su rutina de salir, hacia las nueve de la mañana, a por el pan y el periódico. No falla. A su mujer la meteorología le afecta algo más, así que generalmente, aunque no siempre, espera a que pasen los fríos y las lluvias para salir a dar una vuelta por la Portería, el barrio de Beasain que hace frontera con Ordizia. Los fines de semana también suelen salir y hacen parada en el bar. ¿Y qué toman? «Un blanquito», sonríen. «Ya ves, ellos con blanquito y yo con un cortado», se ríe su hija Nati, con la que viven.

Precisamente, fue en el bar donde vivieron una de las últimas anécdotas relacionadas con la edad de Emiliana. Porque desde hace cuatro años cada 9 de enero «la coqueta amona de Beasain», como dice el titular de este año, sale retratada en las páginas de la villa vagonera de EL DIARIO VASCO con el ramo que le entrega el alcalde en nombre de todos sus vecinos, como lo hace con el resto de centenarios. Hubo quien pensó que era una foto antigua, que no correspondía a su verdadera edad. «Y en el bar un vecino no se creía que tuviera 104 años», relata su hija, que le coloca «los aparatos», el audífono, para poder conversar con mayor tranquilidad.

La leve pérdida de audición es uno de los pocos signos inevitables del envejecimiento que deja entrever Emiliana que, ni de lejos, aparenta los años del DNI. Se queja de que le duelen las caderas y de vez en cuando el estómago, pero lo cierto es que solo toma una pastilla al día para la tensión. Y algún paracetamol de vez en cuando, para aliviar algún dolorcillo. «Con 98 años le llevamos al hospital de Zumarraga por una subida de tensión y nos decían 'no puede ser que no lo tengamos, no encontramos su historial'. ¡Es que nunca lo había tenido!», relata Nati. Unos análisis anuales en el ambulatorio y pocas visitas más hace a Osakidetza.

«Un día estás bien, otro regular, pero no me quejo, otras están peor siendo más jóvenes. Yo ya soy de las viejas...», dice Emiliana, burgalesa de Pradoluengo que lleva 64 años casada con Vicente Vega, cántabro de Potes, de 98. El 20 de octubre cumplirá 99. Él tampoco hace mucho gasto al Departamento de Salud. Media pastilla de Sintrom al día. Pocos matrimonios habrá en Gipuzkoa, tan entrañables y en este envidiable estado, que sumen más de 200 años. Un amor longevo para recordar que hoy es San Valentín.

En esta época en la que llegar a las bodas de plata no es ya tan común y las de oro y diamante suponen casi un acontecimiento, Emiliana y Vicente van a por las de platino, las que se celebran a los 65 años de casados. Y eso que ella tuvo un novio anterior. Una historia con final triste que tuvo como escenario Barcelona, en plena Guerra.

Hasta allí se tuvieron que ir a servir Emiliana y su hermana Simona. «Éramos seis hermanos y nos tocó, es lo que había que hacer», recuerda. Simona vive en Vitoria y tiene 102 años. «Las dos que estuvieron en Barcelona son las que más van viviendo, no sé si les dieron algo o qué», comenta Nati.

La vida durante la Guerra

Las hermanas se emplearon en distintas casas, aunque de la misma familia. La de Emiliana vivía en la que se denominaba calle Cortes –«no se me olvida. Había una fuente en medio y una farmacia»–, y el marido era consignatario de buques. «Era un matrimonio con dos hijos. Tengo buen recuerdo porque conmigo se portaron muy bien». Pero tuvieron que exiliarse. «Se tuvieron que marchar al extranjero», rememora Emiliana de aquella época convulsa «en la que estábamos en casa y un día venían dos y otro cuatro a registrar. Miraban todo, buscaban papeles, abrían cajones... Cogían lo que les parecía. Y nosotros a callar».

Se quedaron ella y la cocinera «solas» al cuidado de un cuñado. Les tocó «comer poco. Es que no había. Algunos días pan racionado...». Y las colas que soportaban para comprar una peseta de avellanas.

Pero no todos son recuerdos tristes o agridulces. «Allí me eché un novio. Un chico muy majo, por cierto. Todos los días bajaba a la puerta y solíamos estar un rato allí. Hasta la portera siempre me decía: 'que ya te espera'. Pero se murió. De una pulmonía, le cogió rápido...». Emiliana se llevó «mucho disgusto, porque me hacía compañía». A pesar del fallecimiento, mantuvo la relación con la familia de él. «Su hermano vendía huevos en una tienda de la plaza». Y nuestra protagonista solía ir de vez en cuando a vender huevos.

Tras la guerra Emiliana regresó a Burgos, «a casa de mis padres». Y aprendió a hacer de lo que vivía casi todo el pueblo: calcetines. En esta localidad que atesora un gran patrimonio textil se cruzaron las vidas de Emiliana y Vicente. «Yo fui a Burgos a plantar pinos. Entonces no había trabajo más que en el monte. También anduve una temporada trabajando por Donostia, Lasarte, arreglando montes», relata el cántabro, que acabó «cogiendo una cantera de yeso» para asentarse en Pradoluengo. «Era un trabajo duro, de día y noche. Tenía que tirar primero la piedra, luego cocerla, picarla..», recuerda su hija menor. «Lo único que sabemos y hemos hecho toda la vida es trabajar. No sabemos hacer otra cosa», dice el padre.

Se casaron el 29 de octubre de 1955 en Pradoluengo, adonde siguen volviendo en verano o en Semana Santa. Emiliana iba de negro «con un vestido un poco largo y una chaqueta». Fue algo sencillo, sin grandes fastos. Tuvieron dos hijas, Puri y Nati, de 68 y 62 años, respectivamente. Cuando la pequeña tenía seis años, se vinieron a Gipuzkoa. Vicente encontró trabajo en Apellániz, con equipos de primera línea como galvanizado y automatizados. La nave industrial estaba en Ordizia, donde se instalaron al principio. Allí trabajó hasta que la empresa cerró.

Para entonces se habían mudado a Beasain, aunque Puri sigue viviendo en la vecina Ordizia. Y entre estos dos municipios viven sus cuatro nietos y cuatro biznietos: Mateo, Luken, Hegoi e Iker. Este último vive en el portal de al lado y como Emiliana y Vicente han sido de jugar mucho a las cartas, le enseñan los pormenores del tute, la brisca... «Cuentan mucho, les viene muy bien», dice Nati señalando la cabeza. Emiliana se ríe con la inocencia de su biznieto. «Es que te dice 'tengo una carta más buena' y otras veces te las enseña...». Bendita falta de malicia la del chiquillo, que siempre saluda con unos «buenos días» como le han enseñado los bisabuelos.

¿Y cuál es el truco para convivir tantos años? «Tener paciencia», resumen. «La madre tiene más carácter», cuenta Nati. Así que en caso de queja o de que se avecinara alguna discusión, mejor alejarse un poco, «salir a dar una vuelta. Y luego, todos bien», cuenta Vicente con una sonrisa cómplice mientras sujeta cariñoso la mano de su mujer para las fotografías. Muchas décadas juntos y aún siguen disfrutando de los paseos del brazo. Lo único que ha cambiado es que Emiliana ahora, a sus 104 años, usa cachava. «Es que me tambaleo».

Lobo Altuna
Imagen principal - Emiliana y Vicente, a por las bodas de platino
Imagen secundaria 1 - Emiliana y Vicente, a por las bodas de platino
Imagen secundaria 2 - Emiliana y Vicente, a por las bodas de platino

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariovasco Emiliana y Vicente, a por las bodas de platino

Emiliana y Vicente, a por las bodas de platino