El sacerdote ucraniano desarrolla su tarea pastoral en Irun desde hace cinco meses. FÉLIX MORQUECHO
Zoreslav Mikhailonko | Sacerdote ucraniano en Irun

«Rezo para que la diplomacia impida que haya otra guerra en mi país»

Zoreslav Mikhailonko, que a sus 26 años es el sacerdote más joven de Gipuzkoa, confía en que el diálogo abra definitivamente la puerta a una Ucrania en paz

Borja Olaizola

San Sebastián

Miércoles, 16 de febrero 2022, 06:33

Zoreslav Mikhailonko es un sacerdote ucraniano que desde hace cinco meses desarrolla su tarea pastoral en Irun. A sus 26 años, es el cura más ... joven de Gipuzkoa, una diócesis que desde hace ya un tiempo tiene que recurrir a clérigos de otros países debido a la falta de relevo generacional. El religioso, nacido y criado en Ivano-Frankisvsk, la zona más occidental de Ucrania y también la más alejada de la influencia rusa, asiste con preocupación a la escalada de tensión que se vive en su país y confía en que la diplomacia y el diálogo cierren el paso a un conflicto bélico. «Rezo todos los días para que la diplomacia impida que haya otra guerra en mi país», dice.

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Mikhailonko es un joven cordial que viste clériman y se expresa en un castellano plagado de palabras y giros italianos. «Perdón, aún no domino el idioma», se excusa con una sonrisa mientras se presenta con un apretón de manos. Su querencia por el italiano obedece a los dos años que pasó en Roma cursando estudios de Teología Fundamental en la Pontificia Universidad Lateranense. «Vengo de una familia de tradición cristiana y desde muy joven me sentí muy identificado con la vocación sacerdotal», explica.

«Todos los días llamo a mi madre para ver cómo están las cosas por allí. Hay preocupación y también mucho miedo»

Aunque no llegó a conocer la Unión Soviética, que se derrumbó cinco años antes de su nacimiento, Mikhailonko se crió en una época en que la herencia cultural del comunismo tenía aún una enorme influencia. Eso explica por ejemplo que además de ucraniano, su idioma natal, hable también ruso, que tuvo rango de lengua oficial en todo el país durante la etapa soviética. También ayuda a comprender la pujanza que tiene ahora la religión en Ucrania después de décadas de restricciones y prohibiciones ante cualquier manifestación de fervor espiritual. «El comunismo no logró acabar con la llama de la religión en mi país y la prueba de ello es la gran cantidad de vocaciones que hay ahora. En el seminario en el que hice mis estudios, en Ivano-Frankisvsk, éramos al menos 175 aspirantes a sacerdotes», recuerda.

Los seis años de seminario en su ciudad natal le valieron para confirmar su vocación sacerdotal y también para poner de manifiesto su capacidad intelectual. Sus superiores le enviaron a Roma a completar sus estudios de Teología. «Pensaba que después de los dos años de universidad me iban a mandar de vuelta a mi país, así que cuando me dijeron que iban a destinarme a España me llevé una gran sorpresa». Inicialmente iba a prestar servicio en Castellón, pero luego le confirmaron que Irun iba a ser su primer destino pastoral. «Resulta que la comunidad ucraniana de Gipuzkoa había enviado una carta a las instancias eclesiásticas pidiendo un sacerdote y me escogieron a mí», sonríe.

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«Ucrania ya ha sufrido mucho y tiene derecho a decidir su destino en paz sin la interferencia de Rusia»

En territorio guipuzcoano, añade Mikhailonko, viven unos 2.000 ucranianos que canalizan sus inquietudes espirituales a través de las parroquias de Pentescostés, en Irun, y de Santa María del Coro, en San Sebastián. «Es una comunidad que se empezó a formar en la época en que se disolvió la URSS, allá por los noventa, cuando Ucrania vivió momentos muy difíciles desde el punto de vista económico y mucha gente tuvo que cruzar la frontera en busca de una vida mejor. Hace unos quince años se produjo una segunda oleada que trajo a otros muchos compatriotas a España».

Historia y lengua

La comunidad ucraniana, muy integrada en la sociedad guipuzcoana, se esfuerza por mantener sus raíces con iniciativas como una escuela para niños. «Todos los sábados juntamos a unos 20 niños en una clase en San Sebastián para que no pierdan el idioma ucraniano y también para hablarles de la historia de nuestro país».

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Mikhailonko vive desde hace cinco meses en un piso de Irun junto a otros dos sacerdotes. Pese a que aún no domina bien el castellano, ya es capaz de decir misa siguiendo los textos de los libros. «Estoy a gusto en Gipuzkoa, veo que la gente me aprecia», dice a modo de balance. Una de las cosas que más agradece son las manifestaciones de apoyo que recibe por su condición de ucraniano. «Mira, me acaban de mandar al móvil un mensaje en el que un conocido me dice que va a rezar para que no haya guerra en mi país», dice mientras muestra el texto en la pantalla de su teléfono.

«¿Preocupación? Claro que tengo preocupación cuando leo el periódico o escucho las noticias. Todos los días llamo a mi madre para ver cómo están las cosas por allí. Hay tensión porque Rusia tiene mucha capacidad de hacer daño: divulga noticias falsas que confunden a la gente, la guerra en la zona oriental se ha cobrado miles de víctimas y hay mucho miedo entre la población. Pero yo quiero ser optimista y rezo todos los días para que la diplomacia impida que haya otra guerra en mi país. Ucrania ya ha sufrido mucho y tiene derecho a decidir su propio destino en paz sin la interferencia de Rusia».

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