Natalya Mykhaylevska recibe a DV en la sede de la asociación Ucrania-Euskadi en Donostia. Lusa
Guerra en Ucrania, año 1

«No tengo ni el permiso ni el derecho a rendirme»

Solidaridad ·

Natalya Mykhaylevska, de la asociación Ucrania-Euskadi, lleva un año volcada en ayudar a los compatriotas que llegan a Gipuzkoa escapando del horror de la guerra

Bruno Parcero

San Sebastián

Jueves, 23 de febrero 2023, 01:00

A Natalya Mykhaylevska el inicio de la guerra le cogió en Gipuzkoa, a donde emigró hace 23 años dejando atrás a su familia, que ... sigue viviendo en un pueblo fronterizo con la vecina Moldavia. Es vocal de la asociación Ucrania-Euskadi que aglutina a más de 4.000 ucranianos, de los que la mitad están empadronados en Donostia y que cuenta asimismo con una importante presencia de compatriotas en Irun o Errenteria. El estallido del conflicto hace ahora un año ha multiplicado exponencialmente el trabajo de esta asociación, que se ha visto obligada a diversificar su labor para dar respuesta a las necesidades de su país y de quienes se han visto obligados a abandonarlo, provocando que quienes como Natalya trabajan en ella como voluntarios hayan tenido que redoblar esfuerzos.

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«Mi labor en este año ha sido muy intensa, de mucho trabajo. Hemos tenido que doblar jornadas, pero estamos aquí para trabajar por y para Ucrania», asegura. «Ahora mismo tenemos tres vías de ayuda: una, que mantenemos desde el principio pero ahora de manera menos intensa, es el envío de material a Ucrania. Otra es la atención a los refugiados, que comenzaron a llegar a partir de la segunda semana del inicio de la guerra. Y la tercera es la propia que tenemos como asociación cultural», enumera.

En todo este trabajo se han encontrado con la colaboración tanto de asociaciones como de instituciones locales. «Nunca voy a parar ni a cansarme de agradecer el apoyo y la ayuda que nos está dando el pueblo vasco. Diputación, ayuntamientos, sociedades gastronómicas, asociaciones de jubilados, gente anónima que viene al centro...», repasa agradecida.

«A Gipuzkoa han llegado ucranianos que han estado dos meses metidos en un sótano»

Durante este año de conflicto, comenta, «han venido muchos refugiados a los que tratamos de ayudarles en su integración y en su proceso de socialización. Contamos con talleres y hasta con un psicólogo para que quienes llegan desde Ucrania, de alguna forma, se puedan desahogar. También han venido voluntarios de los servicios sociales para asesorarles con el papeleo». Explica asimismo que desde la asociación «ayudamos a los niños, que los sábados tienen clases de apoyo» y «hemos creado un club de mujeres ucranianas que se juntan para hacer sus labores».

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Todo este trabajo está dando sus frutos. «A quienes ya llevan unos meses aquí, ahora se les ve más relajados, más asentados. Muchos han encontrado un trabajo, otros vienen a clases de castellano y euskera, pero también hay quien ha decidido volver a Ucrania o emigrar a países más cercanos al nuestro», relata.

Sin vida personal

No cabe duda de que esta ingente labor absorbe toda su energía. «He perdido mi vida personal. No tengo tiempo para mi marido y mi hijo y hay muchos días que termino cansada, días en los que no puedo más y me gustaría ir a la luna porque no encuentro una salida. Pero los ucranianos somos fuertes y yo sé que si me rindo, nadie va a ayudar. Tengo la responsabilidad de dar una respuesta a los ucranianos que llegan a Gipuzkoa y no tengo permiso ni derecho a rendirme», asegura con firmeza.

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«La semana pasada murieron dos amigos de la infancia y he perdido a muchos conocidos»

Afirma que tanto su marido como su hijo «me apoyan en todo» y cree que todo lo que está haciendo «está sirviendo para que mi hijo aprenda conmigo unos valores».

Pero ¿y su otra familia? Porque Natalya mantiene familiares en Ucrania. «Afortunadamente están en una zona donde no ha caído ninguna bomba. Cayó una a 30 kilómetros que destruyó un generador y las antenas y estuvieron un tiempo sin luz y sin comunicación», comenta esta ucraniana que enseguida recuerda que «mi familia está bien, pero la semana pasada murieron dos amigos míos de la infancia y en este año de guerra he perdido a muchos conocidos».

De ahí que «cada vez que veo por la tele un bombardeo masivo a una ciudad se me rompe el corazón. Me dan ganas de gritarle a Europa que haga algo ya, que pare esto».

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Es entonces cuando se pone más seria. «Yo a Putin le deseo lo peor. Así de claro. Aquí en una charla me dijeron que decir eso era muy fuerte, pero más fuerte es cuando matan a niños en mi tierra. Esto es como los cuentos en los que hay un bueno y un malo y cuando el malo desaparece todos son felices», sentencia con crudeza.

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