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Los vecinos desalojados de los dos bloques contemplan cómo arden sus viviendas. E. Viñas

Diez años del incendio de Nochevieja en Trintxerpe

«Lo perdimos todo con el fuego y tuvimos que empezar de cero»

Una bengala prendió fuego a sus hogares hace diez años y redujo a cenizas las pertenencias de 42 familias de Trintxerpe. Los afectados recuerdan el drama vivido y su lucha por volver a tener casa

Elena Viñas

Pasaia

Viernes, 29 de diciembre 2023, 01:00

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Los vecinos del distrito pasaitarra de Trintxerpe nunca podrán olvidar la Nochevieja de 2013. Acababan de tomarse las uvas, cuando el firmamento comenzó a resplandecer al ritmo de las explosiones de material pirotécnico que, como cada fin de año, acostumbraba a lanzarse en grandes cantidades en la zona. Una bengala náutica cayó en los primeros minutos de 2014 sobre un edificio de viviendas de Euskadi Etorbidea, la principal arteria de la población, haciendo que el tejado comenzara a arder.

El incendio se extendió rápidamente al inmueble contiguo a través de la buhardilla que compartían y que cruzaba una tubería de gas. El fuego fue cogiendo mayor virulencia y, a pesar de la rápida intervención de un retén de bomberos que vigilaba una casa que había ardido horas antes en la misma calle, nada pudo hacerse para evitar que se propagara a través de la estructura de madera de ambas construcciones. Incluso dos efectivos del cuerpo de Bomberos de Donostia estuvieron a punto de morir cercados por las llamas.

Los vecinos desalojados de los dos bloques de viviendas afectados por el incendio contemplan cómo arden en las primeras horas de 2014. E. Viñas

Afortundamente no hubo víctimas ni heridos, pero 42 familias se quedaron con lo puesto. La mayor parte de ellas salieron de su hogar corriendo en pijama para ver cómo sus pertenencias quedaban reducidas a cenizas. Aquella fatídica Nochevieja comenzó para ellas un auténtico calvario. Hicieron falta ocho años y mucho esfuerzo para que lograran construir un nuevo edificio. Cuando se cumple una década de la tragedia, los afectados recuerdan lo vivido y a quienes no pudieron regresar al vecindario.

«Tuve que seguir pagando la hipoteca de una casa que ya no tenía»

«En estas fechas siempre te acuerdas de lo que ocurrió, pero yo prefiero no pensar mucho en ello», asegura Juanjo Campos, un trintxerpetarra que trabaja como fontanero en el municipio. Tardó 24 horas en ser consciente de que tanto él como su mujer y su hija, Nahia, de nueve años, se habían quedado en la calle. «Recuerdo que estaba pasando la Nochevieja con la familia a menos de un kilómetro cuando empezaron a llegar mensajes de WhatsApp hablando de un incendio, pero no me imaginé que sería en mi edificio. A las doce y siete minutos estaba delante de él viendo cómo ardía. Me puse a ayudar. Fue impresionante. Al día siguiente me di cuenta de lo que se me venía encima. No se lo deseo a nadie», señala.

Campos insistió al jefe de arquitectos del Ayuntamiento hasta que días después le dejó acceder a su hogar para recoger algunos enseres. «Al principio, no me dejaban. Decían que era peligroso. Cuando entré, me encontré todo quemado y estropeado por el agua. Del techo colgaban las bombonas de butano del vecino de arriba. Nuestras cosas se habían echado a perder. Lo habíamos perdido todo», recuerda.

No pudo encontrar la muñeca favorita de Nahia, pero suspira cuando le viene a la memoria el gesto de una vecina de la misma calle que les estuvo buscando para regalarles dos nuevas. «Se llama Mari. Aún me emociono...», dice, mientras ve junto con su hija la fotografía publicada entonces en este periódico que captó aquel momento.

Dos bomberos tratan de apagar los rescoldos del fuego que hizo desaparecer una planta. Arizmendi

La joven, que a punto está de cumplir 19 años y acaba de finalizar un grado medio de auxiliar de enfermería, sonríe ante la imagen. Se acuerda de aquellos juguetes y de cómo sus compañeros de la ikastola Pasaia Lezo Lizeoa le preguntaban por lo ocurrido, pero ella prefería no hablar del tema. Tampoco ahora, aunque está «contenta» en la nueva casa, construida sobre el solar de la anterior y en la que entraron a vivir en noviembre de 2021, a tiempo para vivir una despedida de año diferente a la que les cambió radicalmente la vida.

A pesar de que en un primer momento fueron realojados junto a las demás familias en viviendas de alquiler del Gobierno Vasco situadas en el barrio donostiarra de Morlans, pronto regresaron a Trintxerpe para vivir en un piso que tenía la suegra de Juanjo. «Sin embargo, tuve que seguir pagando la hipoteca de una casa que ya no tenía. El banco solo me ofrecía optar por una demora de dos años. ¿Qué lograba yo con eso?», se pregunta.

Su historia es muy similar a la de otros damnificados que también tuvieron que continuar pagando su hipoteca y, además, el alquiler de los pisos de Etxebide en Pasai Antxo en los que se alojaron durante años.

«Mi suegro sufrió un derrame cerebral a los quince días y murió en mayo»

Avelino Robledo no vivía en los portales 5 y 7 de Euskadi Etorbidea que fueron pasto de las llamas hace una década, pero sí sus suegros, que, por su edad y su estado de salud, habían decidido quedarse en su hogar aquella Nochevieja. «Se estaban acostando cuando un vecino comenzó a aporrear su puerta avisándoles de que tenían que salir porque el edificio se quemaba», comenta Avelino, quiene añade que, tras el suceso, el matrimonio no quiso irse de Trintxerpe, por lo que buscó un piso en alquiler. «A los quince días del incendio, a mi suegro le dio un derrame cerebral. Murió en mayo de ese mismo año», precisa, mientras hace recuento de otras personas que también fallecieron en la espera de volver a tener la casa que únicamente existía en su recuerdo.

«También hubo otros dos que no pudieron regresar porque en aquel momento no tenían contratado un seguro. Optaron por irse porque no pudieron hacer frente a la reconstrucción» del hogar, declara.

Dispuesto a ayudar a su suegra y al resto de afectados, Avelino formó parte activa de la comisión creada por media docena de personas para gestionar la edificación de un nuevo y único bloque de viviendas tras el derribo de los que se quemaron. Ahí comenzó «un camino bastante complicado», en el que encontraron «muchas trabas, pegas e impedimentos» y no siempre el apoyo que hubieran desado por parte de las autoridades más cercanas.

«El Gobierno Vasco y la Diputación Foral de Gipuzkoa cumplieron con todo lo que nos prometieron. También el gobierno municipal que había en ese momento, pero cuando al año y medio cambió la alcaldía, todo fue un desastre. Nos pedían 750.000 euros para empezar a construir. Al final, la cifra se rebajó a cerca de 500.000 euros. Se lucraron a nuestra costa y nos hicieron perder mucho tiempo», manifiesta.

En ese proceso por recuperar sus hogares, contactaron con otras personas que habían corrido la misma suerte, como los vecinos de Bermeo que meses antes también perdieron todo en otro incendio. «A día de hoy somos los únicos que hemos conseguido levantar un edificio para volver a tener una casa y ha sido por nuestra cabezonería y por lo duro que trabajamos desde la comisión», afirma.

Su historia escribía hace dos años el deseado final feliz, pero Avelino se resiste a calificarlo de este modo. «De feliz, nada», subraya. «La empresa que contratamos para la construcción, Altura y Uria, no se quiere hacer cargo de los problemas que tenemos. La casa se nos empezó a inundar a los pocos días por culpa de la lluvia, hay ventanas que hemos tenido que cambiar ya cuatro veces porque se revientan, etcétera. Al final, hemos tenido que recurrir a dos arquitectos y contratar una abogada a la que estamos pagando 6.000 euros al año para ir consiguiendo que nos hagan caso. Lo último que hemos logrado es que nos vuelvan a pintar la fachada», se lamenta.

«Traté de salvar a mi perrita, pero ya no había escalera para subir a mi piso»

El recuerdo de aquella noche de pesadilla está más vivo que nunca para Mauri González en estas fechas, y más tras la noticia de un incendio similar ocurrido hace pocos días en Balmaseda. «Lo que nos ocurrió aquella noche es algo que no se puede olvidar. Es muy cruel e injusto», asevera.

Mauri acababa de cenar en casa de sus padres, en una calle colindante, cuando regresó a la suya para sacar a su perra. Según explica, «vi que de un extremo asomaba fuego y llamamos a los Bomberos, pero no pensé que el fuego se fuera a descontrolar. Me empecé a preocupar y fui hacia el portal. Traté de sacar a mi perrita, pero ya no había escalera para subir a mi piso. Todo estaba oscuro, lleno de humo y caían trozos de madera ardiendo. Sí pude ayudar, en cambio, a sacar los perros de otros vecinos».

Aquella fue la primera de otras desgracias que no tardarían en sucederse en su familia. «Primero, me rompí la pierna por tres partes y, después, mi mujer sufrió un derrame cerebral», señala este trintxerpetarra que también estuvo sumido en una profunda depresión. Por suerte, pudo superar con éxito esa «mala racha», que cerró a finales del año 2021 con la entrega de llaves de su nueva vivienda.

La primera Nochevieja de regreso a su población natal, después de haberse tenido que ir a vivir a Navarra, fue «algo extraño». «Lo habíamos perdido todo. Nuestra perrita, nuestras cosas, media vida... Tuvimos que comenzar de cero», rememora, sin ocultar «la ira, mucha ira» que se apoderó de su vida.

Es el mismo sentimiento que sintió años más tarde cuando vio a un vecino del barrio lanzar cohetes hacia un edificio. «No pude callarme. Le llamé la atención muy enfadado. No podía entender que, después de lo que pasó, hubiera gente que siguiera comprando pirotecnia para disfrutar dirigiéndola al tejado de otros inmuebles. Por lo menos, podían dirigirla hacia el cielo», concluye.

La investigación policial no llegó a dar con el culpable

La Ertzaintza abrió una investigación para aclarar lo sucedido en los primeros minutos del año 2014 en Trintxerpe. Los testigos presenciales que prestaron declaración aseguraron haber visto cómo una bengala, al parecer náutica, caía sobre el tejado de los portales 5 y 7 de Euskadi Etorbidea procedente presumiblemente de otro inmueble cercano. A sus testimonios se sumó la búsqueda de pruebas que una decena de agentes llevó a cabo en los escombros que se fueron retirando en los días posteriores al suceso. «Dijeron que habían encontrado algún casquillo, pero la numeración no era visible y no pudieron dar con el culpable», recuerda Juanjo Campos. El caso no se pudo resolver, pero sirvió para que la ciudadanía se concienciase más sobre el peligro que conlleva lanzar material pirotécnico o similar en núcleos urbanos. «Desde entonces, la gente se corta», asegura Avelino Robles.

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