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Axun Zubeldia da la comunión a una feligresa en la iglesia de San Miguel Arcángel, en Aldaba. Fotos Iñigo Royo

Palabra de seglares

Celebración. Alrededor de 60 laicos, más de la mitad mujeres, ofician todos los domingos en Gipuzkoa la liturgia de la palabra ante la falta de sacerdotes

Javier Guillenea

San Sebastián

Domingo, 21 de abril 2024, 02:00

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Cada domingo voy a dar misa a tres parroquias. Voy variando para ir a todos los pueblos una vez al mes», dice José Ignacio Eguzkitza, párroco de Alegia, pero también de otras once localidades. «Llevo 26 años aquí. Antes estuve en Altzo, Baliarrain y Aldaba. Hubo curas que se fueron yendo y no venía nadie a sustituirles», recuerda. Llegó un momento en el que no daba abasto y en el seminario, que se sepa, no enseñan a los futuros sacerdotes el don de la ubicuidad. Había que hacer algo para que los feligreses de las zonas menos pobladas de Tolosaldea no se quedaran sin la misa dominical. Necesitaba ayuda.

«No me puedo quejar del apoyo que tengo», afirma el sacerdote en una sala de la casa parroquial de Alegia. Está acompañado por Marijose Tellería, de Albiztur; Jaione Galarraga, de Altzo; Axun Zubeldia y María Dolores Zabala, las dos de Aldaba, y Rubén Etxeberria, de Amezketa. Todos ellos son seglares que vienen a cubrir los huecos abiertos por la escasez de sacerdotes en Gipuzkoa y el resto de las diócesis. Y lo hacen oficiando la liturgia de la palabra, una celebración que no llega a ser misa, pero se le acerca.

Leen el Evangelio, lo comentan «con todo el cariño del mundo, pero sin ser homilía», y reparten la comunión, que previamente ha sido consagrada por un sacerdote, porque en la liturgia de la palabra no hay consagración, lo que constituye la gran diferencia con las misas. «El cura pasa una vez al mes por todas las parroquias para consagrar la comunión. Su figura es clave para que luego se pueda llevar a cabo la liturgia, ya que sin previa consagración es imposible», explica el urretxuarra Borja Prieto, que se acaba de sumar a la reunión. Es diácono y está apoyando a Eguzkitza en su «año de prácticas» antes de ser ordenado sacerdote. «Yo también hago la liturgia de la palabra, aunque puedo bautizar, presidir las bodas, bendecir y dar responsos», dice. De esta lista de cometidos, los seglares solo pueden dirigir la liturgia de la palabra.

En Gipuzkoa alrededor de 60 personas cuentan con el permiso del Obispado para hacerlo. Más de la mitad son mujeres, en línea con la mayoritaria presencia femenina en las parroquias. Todos los domingos, año tras año, suben al altar y se dirigen a los fieles, que a veces no son demasiados, como en la iglesia de San Miguel Arcángel, en el barrio tolosarra de Aldaba. «Nos juntamos cinco, pero cuando vienen de fuera nos dicen que lo hemos hecho muy bien», afirma María Dolores. Ella y Axun son las encargadas de la liturgia de la palabra en Aldaba desde hace casi treinta años. «Solemos hacerlo a txandas», explican. Pese al tiempo que llevan dirigiendo esta ceremonia, aún hay quien se sorprende al verlas en el altar. «Hay gente que se queda extrañada y nos pregunta si lo hacemos mucho», afirman.

Axun Zubeldia da la comunión a una feligresa en la iglesia de San Miguel Arcángel, en Aldaba.

«No sobramos»

Eguzkitza descuelga un cuadro de la pared y lo muestra orgulloso. Es el decreto de constitución de la unidad pastoral de Salbatore. Data de mayo de 2008 y es la primera que se formalizó en Gipuzkoa para unir a las parroquias de Baliarrain, Ikaztegieta, Orendain, Abaltzisketa, Amezketa, Ugarte, Bedaio, Altzo, Albiztur, Aldaba y Alegia. El objetivo era revitalizar los grupos de cristianos y difundir el Evangelio. «Fue el reconocimiento de la labor pastoral de la liturgia de la palabra y de la actividad sociocaritativa que hacíamos», asegura.

«Tenemos un calendario mensual. Al principio iba a una parroquia todos los domingos, pero ahora voy a dos e incluso a tres. Cuando había curas hacíamos menos, pero ahora nos estamos quedando solos. No sobramos», dice Marijose, que desde hace tres décadas reserva los domingos por la mañana para la liturgia de la palabra. «Al principio a alguno le parecía raro, la gente mayor prefería que fuese el cura, pero ahora lo aceptan todos y nos dicen que menos mal que venimos. Es preferible eso antes que quedarnos con las iglesias cerradas. Hay pueblos que tienen misa cada quince días, y Baliarrain una vez al mes».

Jaione es la novata del grupo. «Yo solo suelo ir a Altzo. Entré hace cuatro años porque veía que José Ignacio no llegaba y la parroquia se iba a quedar sin misa», explica». Tras recibir el visto bueno del Obispado, Jaione se dispuso un domingo a poner en práctica lo aprendido. «Pasé muchos nervios», reconoce. Pero todo salió bien. «Hace poco hubo un novenario y me dijeron que nunca habían coincidido con una laica. Me felicitaron y esto satisface mucho», afirma.

«Se hicieron mayores»

«Primero fui catequista y luego monitor de confirmación. En Amezketa el que cantaba e n misa se hizo mayor y empecé yo a cantar, y luego cada vez hice más cosas. Teníamos cura siempre, él daba la misa y yo cantaba, pero lo que suele ocurrir, se hicieron mayores, algunos se fueron y otros se murieron», resume Rubén.

No es el único que ha recorrido este camino. A medida que los sacerdotes van envejeciendo, los seglares asumen más tareas en sus parroquias. En su caso no solo mantienen el culto, sino también los templos. «Con una escalera limpiamos el cristal», dice Axun al referirse al altar de la iglesia de Aldaba, una gran cristalera que enmarca como un retablo una espectacular vista de la sierra de Aralar. «Siempre hay algo que arreglar. A nosotros nos toca hacer los trabajos de cuidado y mantenimiento en la iglesia», añade Rubén.

«Aunque no veamos mucha gente en misa o no acudan de manera regular a misa excepto algún aniversario o algo por el estilo, sí se ve a mucha gente que tiene necesidad de hablar, que confían en ti y te reconocen en la calle como un miembro de la comunidad, que se abren a ti para hablar », afirma Rubén, el sacerdote en prácticas. Los seglares que ofician la liturgia de la palabra, añade, «tienen algo diferente porque escuchan, porque están siempre pendientes de los problemas o de las necesidades de los demás».

No están solos, es algo que se ve los domingos por la mañana, cuando acuden a sus iglesias. «En Aldaba tenemos a dos chicas que a veces vienen a leer las lecturas», afirma Axun. «Cuando llegas a un pueblo te están esperando y lo tienen todo preparado. Siempre hay alguna persona que se encarga de que esté el templo abierto, que los libros estén preparados y el ordenador esté encendido para la proyección de los cantos, para que cuando llegue el celebrante ya tenga todo listo. Hay colaboradores que te ayudan y eso siempre se agradece», dice Rubén.

Marijose tiene que estar presente el próximo domingo en Bedaio e Ikaztegieta. Rubén, a las diez de la mañana en Abaltzisketa y a las once y media en Amezketa. «Yo trabajo los domingos y cuando me toca el turno de mañana suelen venir el cura, Borja o Marijose». «Ese día no podemos ir a ningún sitio», reconoce esta última. «A mí siempre me acompaña el marido y las hijas, que suelen ayudar leyendo las lecturas», indica Jaione.

Casi todos llevan décadas con la liturgia de la palabra, pero no se sienten cansados. «Sería una pena que cierren las parroquias», insiste Marijose. Tampoco les supone demasiado esfuerzo. «Somos cristianos, tenemos fe y nos alimentamos de esto, de que la comunidad esté unida», afirma Rubén. «Mientras podamos vamos a seguir así», asegura Axun.

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