La calle de la memoria
1963 | Comen sardinas y deciden no volver a DonostiaEn la actualidad, también ocurre. Algún consumidor se siente indignado cuando en un establecimiento hostelero le cobran un precio que considera abusivo y decide fotografiar ... el ticket y subirlo a las redes sociales.
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Antaño también había casos de indignación por igual motivo, pero no existían los rápidos medios tecnológicos de ahora y la queja se extendía con más calma. Por ejemplo, como ocurrió hace sesenta años, una turista que estuvo en San Sebastián, regresó a París y escribió desde allí una carta al director del Centro de Atracción y Turismo donostiarra. A los días de ser recibida, la carta acabó siendo publicada en EL DIARIO VASCO.
1963
Una madre y un hijo, turistas franceses, comieron en un restaurant del puerto. «Nos cobraron 467 pesetas. Inmediatamente abandoné San Sebastián, acompañada de mis amigos, y decidimos no volver»
La remitente era «madame Doutand de Vilhe» y su misiva, fechada en París el 10 de septiembre de 1963, apareció en nuestro periódico tal día como hoy, 18 jornadas más tarde. Decía textualmente así...
«Señor: San Sebastián es una ciudad muy hermosa que los franceses visitamos con placer. Somos muchos los que allí vamos a pasar unos días. Desgraciadamente, ciertos comerciantes se creen obligados a explotar al turista, lo que perjudica a la ciudad y al país».
Concretaba más a continuación madame Doutand...
«Acabo de regresar de España y creo conveniente señalarles lo siguiente: Me encontraba en San Sebastián, en el puerto, y quise comer en un restaurant que está al aire libre, donde se comen sardinas. El restaurante se encuentra junto a la entrada de los barcos y allí me senté acompañada de mi hijo. Y pedimos de comer para dos personas lo siguiente: media docena de sardinas, media docena de langostinos, medio trozo de atún y una botella de vino blanco. Nos cobraron 467 pesetas. Inmediatamente abandoné San Sebastián, acompañada de mis amigos, y decidimos no volver».
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El plano del lugar
El palo había hecho su peor efecto. La turista dirigía su indignación hacia aquel establecimiento concreto, puesto que, como indicaban en DV entonces, «dibuja en su carta un plano del puerto para señalar dónde está el 'restaurante' donde ocurrió aquello. Las señas son claras, como lo es lo ocurrido, que en varias ocasiones y refiriéndonos al mismo lugar, hemos señalado aquí».
Nuestro periódico se lamentaba el 28 de septiembre de 1963 de «los desaprensivos que tanto daño hacen a la ciudad». Y tiraba de refranero al recordar expresiones como «entre todos la mataron y ella sola se murió» o la de «la gallina de los huevos de oro».
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«De esta gallina -escribían-, tan famosa y cacareada, que es lo suyo, se ha hablado mucho en estas columnas y casi siempre refiriéndonos al turismo donostiarra y a aquellos que a fuer de querer engrosar tanto su bolsa -por procedimientos que requieren diversas intervenciones y de una vez por todas- están 'envenenándola' de tal forma que en algunos casos la gallina lanza estertores».
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