La calle de la memoria
1950 | ¿Veraneo hasta primeros de octubre?Ya no existe el veraneo sino unas vacaciones cada vez más cortas. Antaño no era rara la presencia de veraneantes asiduos que permanecían en San ... Sebastián un mes, mes y medio o hasta dos meses.
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Desde julio empezaba el goteo de llegadas de familias que, después de unas semanas entre el Boulevard y la Concha, se empezaban a marchar a finales de agosto, o comienzos de septiembre. Claro que había quien alargaba su estancia y disfrutaba de las regatas de traineras y se resistía a marcharse hasta bien entrado septiembre.
Como caso extremo y singular constatamos la existencia de veraneantes recalcitrantes que no sólo estaban enamorado del final del verano donostiarra sino que permanecías en el inicio del otoño y no se iba hasta bien entrado octubre.
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Había veraneantes que no querían marcharse. «Ahora, y hasta la primera quincena de octubre, suele ser cuando esta ciudad incomparable brinda sus mejores encantos. ¿Ha visto usted lo bonita que está la playa, sin aglomeraciones?»
Así lo indicaron en la sección 'Sirimiri' de EL DIARIO VASCO el 17 de septiembre de 1950...
«Recibimos una carta de cierto veterano veraneante que nos dice: 'Se adelanta usted a los acontecimientos. Los 'últimos veraneantes' no dejan San Sebastián a mediados de septiembre, porque saben lo que se perderían si así lo hicieran. Ahora, precisamente, y hasta la primera quincena de octubre, suele ser cuando esta ciudad incomparable brinda sus mejores encantos. ¿Ha visto usted lo bonita que está la playa, sin aglomeraciones de gente? ¿Y esa maravilla del Paseo desde el rompeolas al muelle, para terminarlo comiendo unas sardinas 'prescu, prescua' en la mismísima dársena?'».
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Dependiendo del tiempo, no diremos que la playa no esté fantástica en septiembre, pero, en serio, ¿en octubre también?
A aquella carta de 1950 le añadían en nuestro diario: «Este consecuente 'ultimo veraneante' nos ha resultado a la vez el último romántico. Lo de las sardinas no lo cuenta por despistar». Ojalá visitantes y locales pudiéramos alargar nuestros días ociosos. Desde octubre, con un poco de carrerilla, casi se podría aguantar hasta Navidades...
«La muerte del verano»
Acaso hay y había que rendirse a la evidencia. Y admitir que el verano se escurría entre los dedos. Así lo hacía la cronista de sociedad de DV Pilar, en la misma edición del 17-IX-1950...
«Campo de Atocha, fiebre de afición. Los zapatos blancos ven llegar los últimos días de su existencia y los trajes de baño, un poco ajados por el sol, hablan ya del fin de temporada en la agradable playa con no demasiada gente».
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«Aún hay fiestas, pero se van aproximando esos días insustanciales, esos días de universal aburrimiento, en los que todo el mundo pregunta: ¿Qué hay? Y todo el mundo contesta: No sé. Y para mí el terrible preludio es este primer domingo de fútbol, pues por mucho aspecto estival que aún ofrezca nuestra ciudad, esta resurrección de goles y equipos supone la muerte del verano. El otoño viene pisándole los talones».
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