
Historias de Gipuzkoa
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Historias de Gipuzkoa
El triple parricidio a hachazos en un caserío con pasado mitológicoAtaun es el pueblo más largo y disperso de Gipuzkoa, además de cuna del sacerdote Joxe Miguel Barandiaran, antropólogo, etnógrafo y patriarca de la cultura vasca. Sus montes, cuevas y dólmenes han inspirado numerosas leyendas de la mitología de Euskal Herria. El paisaje de esta localidad del Goierri es para muchos bucólico, algo que contrasta con un atroz triple parricidio en un caserío que conmocionó el pasado siglo no solo a sus vecinos, sino también a toda Gipuzkoa. Incluso tuvo un amplio eco tanto en la prensa local como en la madrileña.
El 4 de diciembre de 1924 la tranquilidad de los más de 2.500 habitantes que vivían en los barrios de San Martín, San Gregorio y Aia, que conforman el término municipal de Ataun, se vio sobresaltada por un cruento triple crimen. Sucedió en el caserío Andralizeta, situado al pie de la ladera occidental del monte Agamunda. Era uno de los inmuebles más antiguos del barrio de San Gregorio. Se construyó hace más de quinientos años. En esa sima existe una caverna, cerca de la cumbre, en la que según una leyenda es morada, a temporadas, de dos de los principales personajes de la mitología vasca, Mari, conocida en Ataun como 'Mari de Muru' y 'Muruko Damea', y 'Sugaar'. Se asegura que en ella también residen diablos y 'basajaunak'. El propio Aita Barandiaran aseguraba que los dos primeros, que formaban un matrimonio sagrado, llegaban desde la gruta, a través de un túnel subterráneo, a la cocina de la vivienda. Bebían la comida y la leche que los moradores les dejaban cuando se retiraban a sus habitaciones a dormir. También relacionaba a ambas entidades con un puente llamado Ergohone, situado en las proximidades de Andralizeta.
Dejando a un lado mitos y leyendas, y volviendo al mundo terrenal, en 1924 en ese caserío vivía José Ramón Arratibel, de 30 años y que sufría problemas de salud mental. En la mañana del 4 de diciembre, en un repentino acceso de ira y furia descontrolados, según publicaron los periódicos, el joven dio muerte a hachazos a su madre, María Josefa Arratibel, de 58 años y originaria del caserío Errondo del barrio de Aia; a su cuñada, Josefa Antonia Aierdi, de 31 años y nacida en el caserío Sorozabal del barrio de San Gregorio, y a una de sus sobrinas de 5 años llamada Filomena Arratibel Aierdi, que vino al mundo en Andralizeta. Casualidades de la vida, la hermanastra de esta pequeña, Anastasia Arratibel Begiristain, de unos diez años, se salvó de la matanza porque llegó tarde ese día a su hogar.
El ya de por sí sangriento e impactante triple parricidio cobra más impacto si cabe teniendo en cuenta que la víctima de mayor edad estaba impedida por un ataque de parálisis que había sufrido recientemente, y que le obligaba a caminar apoyada en dos muletas.
Juan José Maiza Ariztimuño, del que José Ramón Arratibel era tío bisabuelo, desvela para esta trágica historia cómo recuerda la familia la tragedia vivida aquel fatídico 4 de diciembre de 1924, y que la marcó para siempre. Se basa en los testimonios de Ana Isabel y Juan Miguel Ariztimuño, hijos de su abuela Anastasia. La primera esposa del hermano del parricida, Maria Dominika, Begiristain, nacida en el caserío Telleri del barrio de San Gregorio, falleció por gripe española, una de las pandemias más devastadoras de la historia humana. Afectó no solo a niños y ancianos, como ocurre en otras epidemias, sino también a jóvenes y a adultos con buena salud, e incluso a animales, entre ellos perros y gatos.
Los cadáveres de la madre y de la cuñada de José Ramón estaban tendidos en el suelo de la cocina y el cuerpo inerte de la niña en la zona de la cuadra donde se encontraban las vacas. Al parecer, la pequeña presenció el doble crimen y huyó al establo, donde fue localizada por su tío y la mató. Su hermanastra se salvó de la matanza porque ese día había llegado a su casa de la escuela, situada en el barrio de San Martin, más tarde de lo habitual. En el camino se había encontrado con una conocida del pueblo que vendía manzanas de caserío en caserío montada en un burro. La niña la ayudó en su tarea y se despidieron junto al puente de Ergohone. Recorrió los aproximadamente 600 metros que le separaban de su hogar. Al entrar en la cocina se encontró con el trágico escenario y salió en busca de ayuda. Según relató, seguramente en estado de shock, a sus vecinos y allegados los cadáveres de su abuela y de su madre todavía estaban calientes cuando los vio. Más tarde se descubrió el cuerpo de su hermanastra.
En la prensa se publicó que el parricida empuñó un hacha y la descargó con fuerza sobre la cabeza de su madre, a quien prácticamente decapitó en el acto. Luego golpeó a su cuñada con el mismo arma homicida en la cabeza, falleciendo también en pocos segundos. A la pequeña le partió el cráneo en dos mitades.
Tanto los allegados como los vecinos del barrio de San Gregorio eran conocedores del trastorno mental que sufría José Ramón, pero nadie podía imaginar que fuera capaz de cometer estos tres espeluznantes crímenes.
Se llegó a publicar en un diario de Madrid que «entre los comentarios que hacen los vecinos de Ataun se recuerda que los Arratibel desde hace tres o cuatro generaciones han casado entre individuos de la familia y su cruce entre parientes se opina que pudo dar ocasión a la demencia de José Ramón Arratibel, pues éste se mostró siempre bastante trastornado».
El autor del triple parricidio huyó de su caserío cuando fue consciente de lo que había hecho. Según la versión transmitida a Juan José Maiza por sus familiares, se ocultó en un bosque del cercano monte Leizadi. Aunque conocía muy bien la zona, fue descubierto cinco días después en una cueva por el perro de Félix Ceberio, cabo del Somatén, una institución parapolicial patriótica y católica, guardián de la seguridad ciudadana y de la moral. Avisó a dos agentes de los Miqueletes y apresaron al acusado, que no ofreció resistencia. Se publicó que la Guardia Civil también le localizó en una ocasión y que un agente llegó a disparar sobre él sin alcanzarle.
El estado físico de José Ramón en el momento de su arresto fue calificado en la prensa como de «lastimoso». Los medios añadían que presentaba síntomas de evidente deterioro psíquico, hasta el punto de no sostenerse en pie, puesto que había pasado esos cinco días sin comer. Hay que tener en cuenta que cuando se produjo el triple parricidio se acercaba el invierno y en el monte escaseaban los alimentos. A esto hay que sumar que las temperaturas ya eran bajas. Para trasladar al debilitado criminal hasta el cuartel más próximo fue preciso montarlo a lomos de un asno. Luego fue conducido «sobre una caballería» a la cárcel de Tolosa, donde fue sometido a observación médica, y a continuación fue puesto a disposición judicial.
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José Ramón confirmó ante el juez que desde el día de los hechos hasta su detención no había comido, Mantuvo que de ese fatídico 4 de diciembre solo recordaba que dio unos golpes con un hacha, ignorando más detalles. Se confesó autor de los crímenes, aunque aseguró que ignoraba que su madre, su cuñada y su sobrina hubieran fallecido. Siempre según los diarios de la época, relató ante el juez que a las once de la mañana inició una discusión con su madre porque no le permitió ir a buscar leña al monte con el burro que tenían en el establo. Aseguró que esta negativa le provocó «un acceso de ira y furia totalmente descontrolados».
Anastasia, la sobrina del parricida superviviente, tuvo que testificar en el juicio celebrado en Tolosa protegida por un biombo. Juan José Maiza subraya que en la familia siempre se dijo que durante su declaración su tío le amenazó más de una vez con matarla, al igual que había hecho con su abuela, madre y hermanastra.
José Ramón fue condenado a muerte, pero como consecuencia de los graves trastornos mentales que presentaba el juez decidió que el parricida no ingresara en la cárcel de Ondarreta, en San Sebastián, sino en el psiquiátrico de Santa Agueda, en Arrasate, de donde llegó a fugarse a principios de abril de 1929. Se inició un operativo de búsqueda por parte de agentes de la Guardia Civil y de los Miqueletes, que incluso vigilaron durante unos días el caserío Andralizeta. Temían que regresara al lugar del crimen y matara al resto de los familiares. La fuga causó alarma entre la población, pero finalmente el parricida se entregó a los pocos días con la ropa destrozada y, de nuevo, muerto de hambre. Había estado oculto en el monte. Hasta su muerte, en el centro psiquiátrico conocido actualmente como Aita Menni, su sobrina Anastasia sufrió crisis nerviosas y tenía pesadillas por el miedo que sentía todavía por las amenazas de su tío.
Se da la circunstancia de que el caserío Andralizeta sufrió en marzo de 1992 un voraz incendio y quedó totalmente destrozado. Se produjo de madrugada y despertó a la familia que residía en la vivienda. Había siete personas, un hombre mayor, su hijo, su hija, el marido de esta y tres niños del matrimonio. Uno de estos últimos era el propio Juan José Maiza. Curiosamente el fuego se inició en la vieja chimenea de la cocina, estancia en la que, como se ha mencionado al inicio de esta crónica negra, según la leyenda comían y bebían leche dos de los principales personajes de la mitología vasca, 'Mari' o 'Mari de Muru' y 'Sugaar'.
Las llamas se propagaron rápidamente por el desván, ya que en él se guardaba la hierba seca, y provocaron el derrumbe del tejado. Como consecuencia de los graves daños sufridos por el fuego el caserío fue demolido en su totalidad y se erigió un moderno establo para el ganado. La familia de José Ramón reside actualmente en una vivienda que construyó a pocos metros.
Este cruento parricidio estuvo presente en la mente de Joxe Miguel Barandiaran (Ataun, 31 de diciembre de 1889 - Ataun, 21 de diciembre de 1991), no solo porque quebró la tranquilidad de sus convecinos durante décadas, sino también por el trasfondo mitológico del caso, que investigó. En Ataun existe una leyenda que asegura que cuando los hijos e hijas no obedecen a sus padres, 'Sugaar' aplica terribles castigos. El nombre significa «serpiente macho» o «culebro». Según los vecinos de Ataun, atraviesa frecuentemente el firmamento en figura de una hoz o media luna de fuego.
Por último, el entrañable sacerdote y etnógrafo destacó en un estudio la creencia de que los encuentros sexuales entre 'Mari', a quien consideraba la representación simbólica de la Madre Tierra, y 'Sugaar' eran desencadenantes de furiosas tormentas. Quién sabe si por eso en el caserío Andralizeta de Ataun se vivió una aciaga tempestad familiar en 1924 que terminó en un triple parricidio.
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