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Historias de Gipuzkoa

El secreto del relojero de Elgoibar

Una historia de éxito con la construcción de relojes para las principales iglesias guipuzcoanas empañada por una sombra de abusos sexuales

Ana Galdós Monfort

San Sebastián

Martes, 28 de marzo 2023, 07:10

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A principios del siglo XVI, vivía en Elgoibar un herrero que fabricaba todo tipo de rejas. Las hacía para adornar y proteger las ventanas de las viviendas, para separar un espacio de otro o para cerrar las capillas de los templos. De hecho, la calidad del hierro que usaba, la capacidad que tenía para forjar adornos y su compromiso por terminar los encargos en un tiempo razonable, lo convirtieron en un artesano solicitado en toda Gipuzkoa.

Además de dedicarse al arte del enrejado, el herrero quiso dominar la fabricación de relojes mecánicos, un oficio frecuente entre los miembros de su gremio. Al fin y al cabo, en su taller disponía de todo lo necesario para construirlos: una fragua, un yunque, un martillo y hierro para las piezas. De modo que comenzó a producir estos artilugios. Pronto tuvo a varias iglesias guipuzcoanas entre su clientela: todas querían lucir un reloj en lo alto del campanario.

Pedro de Marigorta

Muchas iglesias reclamaban sus servicios: unas le encargaban un reloj, otras le pedían que reparara el que tenían

Más adelante, enseñó la profesión a su hijo y juntos ampliaron el negocio. Poco a poco el nombre de su vástago fue haciéndose un hueco entre los relojeros de mayor prestigio de la zona. Se llamaba Pedro de Marigorta y tenía una prometedora carrera por delante. Lo cierto es que muchas iglesias reclamaban sus servicios: unas le encargaban un reloj, otras le pedían que reparara el que tenían y algunas lo contrataban para que lo mantuviera.

Mientras en el taller padre e hijo golpeaban con el martillo, accionaban el fuelle y ensamblaban las piezas, una adolescente se encargaba de que tuvieran la comida caliente, las habitaciones aireadas, los suelos limpios y la ropa perfumada. Era Catalina, una joven que había abandonado su hogar en Aretxabaleta para trabajar en la casa de los Marigorta a cambio de un sueldo y alojamiento. En Elgoibar, la conocían como 'Catalina de Arechabaleta', en referencia al lugar donde nació.

Tal vez Catalina aprendió a leer las horas de la mano de los relojeros, pero si así fue, esa habría sido la única lectura que hizo, ya que era analfabeta. En cualquier caso, a Catalina poco le importaba saber leer y escribir, pues su prioridad era ganar dinero y vivir bajo un techo, y los Marigorta le ofrecían las dos cosas. Según parece, en Aretxabaleta su familia no le garantizaba ni unos reales ni una cama, de ahí que tuviera que marcharse de su pueblo.

Sin duda, la juventud –cuando Catalina llegó a Elgoibar no superaba los 16 años–, el desarraigo familiar, la falta de recursos económicos y su incultura convirtieron a aquella adolescente en una persona vulnerable. De manera que, Catalina pronto creyó en las palabras seductoras que Pedro de Marigorta le decía, en las miradas de complicidad que este le lanzaba y en los gestos de afecto que le mostraba. Al final, Catalina tuvo relaciones sexuales con el relojero, algo que para la época era una deshonra. Primero porque corrompía su virginidad; segundo, porque no estaba casada con Pedro; y tercero, porque era su criada.

Es un hecho que Catalina tenía mucho más que perder que Pedro. Si su relación saliera a la luz, se juzgaría la corrupción de la virginidad de ella, pero no la de él. Además, Catalina corría el riesgo de quedarse embarazada y, por descontado, la familia de él nunca aceptaría que Pedro se casara con una criada.

Ilustración de Catalina de Arechabaleta en el Elgoibar del siglo XVI.

Aunque existían diferentes métodos anticonceptivos como el coitus interruptus, brebajes, supositorios de aceite de cedro, dispositivos de cera o algodón que se colocaban en la vagina, incluso amuletos y talismanes, ninguno de ellos era seguro. En consecuencia, muchas mujeres se quedaban embarazadas como fruto de esas relaciones consideradas ilegítimas. Catalina fue una de ellas.

A pesar de su embarazo, continuó trabajando en casa de los Marigorta. Más tarde, cuando nació el bebé, dejaron que se quedara, así que amamantó al recién nacido mientras se encargaba de la casa. Sin embargo, el pequeño murió al poco tiempo de nacer. Con todo, Catalina retomó las relaciones con Pedro y volvió a quedarse embarazada. Pero, como si fuera una broma del destino, el bebé no sobrepasó la etapa de los gorgoteos.

Catalina de Arechabaleta

Acudió a las autoridades y dijo que Pedro la había estuprado, es decir, que con ardides la había «desflorado»

Tras el fallecimiento, los Marigorta ya no quisieron a Catalina en su casa. De modo que ella hizo lo que solían hacer muchas mujeres en la misma situación: denunciar al que en su opinión la había engañado. Acudió a las autoridades y dijo que Pedro la había estuprado, es decir, que con ardides la había «desflorado», un acto que se consideraba un abuso sexual y, por lo tanto, un delito. Esta acusación no solo pretendía buscar justicia, sino también proteger su reputación y futuro, ya que por no ser virgen tendría dificultades para encontrar un marido.

Por supuesto, Pedro desmintió los hechos. Sin embargo, antes de llegar a juicio convenció a Catalina para que esta aceptara una concordia. Así, acordaron que Pedro le entregaría 5 ducados de oro a cambio de que ella se olvidara del juicio. Para el relojero era importante no airear los trapos sucios, pues su conducta podría perjudicar el negocio. De hecho, Pedro tenía apalabrado la construcción de un reloj en la iglesia de Segura y el contrato debía firmarlo el 17 de abril de 1543, por consiguiente, era conveniente zanjar el asunto antes de esa fecha. El abuso no debía salir más allá de la casa de los Marigorta.

La concordia se firmó el 16 de abril. Ese día, Catalina y Pedro acudieron ante un escribano, quien redactó las dos versiones en un documento. Seguidamente, les pidió que firmaran el pliego, pero Catalina dijo que no sabía escribir, así que otra persona lo rubricó por ella. Más tarde, Catalina recogió los 5 ducados de oro y salió del despacho. Es probable que se marchara de allí sintiendo dolor en los pechos debido a la acumulación de leche que no pudo dar a su segundo bebé.

Pedro de Marigorta dejó su firma en la construcción de numerosos relojes: Hondarribia, Mutriku, Araoz, Urretxu, Legazpi, Orio y Vitoria

Tras la concordia, Catalina pasó al anonimato, nada más se supo de ella. Por el contrario, Pedro de Marigorta se hizo muy conocido. Dejó su firma en la construcción de numerosos relojes: los hizo para la iglesia de Hondarribia, Mutriku, Araoz, Urretxu, Legazpi, Orio y Vitoria. También se encargó de sus reparaciones y del mantenimiento. Es curioso que le pagaran unos 5 ducados por cada reloj que reparaba, la misma cantidad que le sirvió para esconder su secreto.

El caso de Catalina es uno entre muchos a lo largo de la historia de mujeres que denunciaron haber sido víctimas de abusos sexuales. Algunas afirmaron haber sido violadas, otras engañadas con promesas de matrimonio. A pesar de que muchas de ellas recibieron justicia a su favor, las sentencias variaron desde obligar al hombre a casarse con la mujer estuprada hasta acuerdos monetarios como en el caso de Catalina. Sin embargo, tras el juicio, las mujeres quedaban deshonradas, humilladas y con muy pocas probabilidades de dar con un matrimonio ventajoso. En cambio, ellos podían casarse con alguien que les resultara interesante desde un punto vista económico o social. Al fin y al cabo, su virginidad nunca se juzgaba.

En definitiva, las mujeres eran las que sufrían las consecuencias, lo que refleja un profundo desequilibrio entre géneros que ha perdurado a lo largo de la historia.

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