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Asedio. Esta litografía de 1824 de Victor Adam, hijo de un grabador, muestra al ejército francés movilizado en torno a la ciudad amurallada.
Historias de Gipuzkoa

San Sebastián, ciudad sitiada

La llegada hace 200 años de 'Los Cien Mil Hijos de San Luis' marcó el inicio de un bloqueo de seis meses que extendió el hambre y las epidemias entre la población

Borja Olaizola

San Sebastián

Domingo, 2 de abril 2023, 06:30

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El 7 de abril de 1823 el ejército francés conocido como 'Los Cien Mil hijos de San Luis' cruzaba la frontera del Bidasoa. Dos días más tarde su máximo responsable, el duque de Angulema, ordenaba el sitio de San Sebastián ante la negativa de la guarnición militar a entregar la plaza. Se iniciaba así un bloqueo que se prolongaría seis meses y que hizo que el hambre, la sed y las enfermedades se adueñasen de una ciudad que todavía no se había recuperado de su destrucción diez años antes.

San Sebastián no levantó cabeza en las primeras décadas del siglo XIX. A la devastación a cargo de las tropas anglo-portuguesas lideradas por Wellington en 1813 se sumó una década después un asedio por parte de un ejército francés que hizo estragos entre sus habitantes. Era una escuadra enviada por las grandes potencias europeas para derrocar al Gobierno constitucional que se había hecho con el poder en España en 1820 y devolver el trono a Fernando VII.

«Durante el Trienio Liberal España fue la punta de lanza del progresismo europeo», reflexiona el historiador Mikel Alberdi, responsable del departamento de investigación y documentación del Museo Zumalakarregi, que promovió hace unos años la exposición '1823. Los Cien Mil Hijos de San Luis'. «La vanguardia política europea se concentró en España, donde estaban exiliados los progresistas de todos los países, así que las grandes potencias europeas, que tras la derrota napoleónica habían reinstaurado al absolutismo, decidieron que el proyecto liberal español era un mal ejemplo y dieron luz verde al envío de un ejército para derrocarlo».

Frontera. 'Passage de la Bidassoa', también de Victor Adam, que se puede ver en el Museo Vasco de Bayona.

«Restablecer altar y trono»

El ejército francés pronto fue bautizado como 'Los Cien Mil Hijos de San Luis'. Los historiadores no se ponen de acuerdo en torno a si esa cifra se ajustaba a la realidad, aunque sí es cierto que la escuadra mandada por el duque de Angulema sumaba decenas de miles de hombres. Le acompañaba además una milicia conformada por realistas españoles nostálgicos del absolutismo, algunos de ellos desertores del ejército constitucional. Según la recopilación de los hechos que hizo en 1895 Pedro M. de Soraluce en la revista 'Euskal Erria', los realistas sumaban en torno a 35.000 efectivos en sus filas.

La de Angulema no fue en cualquier caso una operación militar discreta. El 3 de abril, cuatro días antes de cruzar el Bidasoa, el responsable del ejército francés divulgaba a los cuatro vientos un manifiesto en el que exponía su plan: «Voy a pasar los Pirineos a la cabeza de cien mil franceses pero es para unirme a los españoles amigos del orden y de las leyes, para ayudarles a rescatar a su Rey cautivo, a restablecer el altar y el trono, a liberar del destierro a los sacerdotes, del despojo a los propietarios, al pueblo todo del dominio de algunos ambiciosos que proclamando libertad no preparan sino la esclavitud y destrucción de España».

El temor a una nueva destrucción de la ciudad tras el incendio de 1813 hizo que muchos vecinos la abandonasen

Las noticias sobre la presencia en la frontera del ejército francés corrieron como la pólvora y sembraron la inquietud en la población. A los vecinos de San Sebastián, que apenas habían tenido tiempo de ponerse a la tarea de reconstruir la ciudad, les vinieron a la cabeza las terribles imágenes del saqueo y posterior incendio de 1813. Los que tenían posibilidades no tardaron en abandonar la plaza. «La mayoría de las familias donostiarras se trasladó a Usurbil y Alza y sobre todo a Pasajes los más pudientes», escribe Fermín Muñoz Echabeguren en 'El Trienio Liberal y la invasión francesa de San Sebastián', en el Boletín de Estudios Históricos de San Sebastián. «De lo que fue el pánico -añade el cronista- da idea el hecho de que de 6.000 habitantes solo quedaron en San Sebastián 200, además de la guarnición, las autoridades y parte de los voluntarios».

Frontera. 'Passage de la Bidassoa', de Le Camus.

Nadie plantó cara a 'Los Cien Mil Hijos de San Luis' cuando el día 7 de abril atravesaron el Bidasoa. El ejército constitucional español se replegó primero a San Sebastián y Hernani para después poner rumbo al valle del Ebro. Así pues, franceses y realistas avanzaron sin oposición alguna en territorio guipuzcoano. Tras la toma de Hondarribia e Irun, los invasores se hicieron el mismo día 7 con Hernani y un día después con Tolosa. Las dos divisiones francesas que el día 9 pusieron rumbo a San Sebastián desde Pasaia y Alza, sin embargo, se encontraron con las puertas de la muralla de la ciudad cerradas a cal y canto.

Los mandos militares galos, muchos de ellos veteranos de las campañas napoleónicas, no querían bajo ningún concepto que se repitiese un levantamiento popular como el que desembocó en la guerra de la independencia española que siguió a la invasión francesa de 1808, así que ordenaron a sus tropas limitar el uso de la fuerza. Los invasores renunciaron de esa forma a tomar por las bravas las pocas ciudades que se les resistieron -San Sebastián y Pamplona entre ellas- y optaron por bloquearlas a la espera de la evolución de los acontecimientos.

Duque de Angulema

Dejó a dos de sus divisiones bloqueando la ciudad mientras el grueso de sus tropas enfilaba hacia el interior de la península

Tanto la guarnición militar apostada en la capital donostiarra como los integrantes de la Milicia Nacional, un cuerpo formado por voluntarios liberales, habían tenido tiempo de prepararse para un posible asedio. «La plaza se hallaba bastante abastecida de víveres frescos, pues el día anterior al bloqueo la guarnición y voluntarios efectuaron una gran 'razzia' en todos los alrededores de su jurisdicción , trayendo a San Sebastián todos los ganados, víveres y vituallas que hallaron en los pueblos, caseríos y barrios vecinos», escribe Pedro M. de Soraluce.

El duque de Angulema dejó a dos de sus divisiones bloqueando la ciudad mientras el grueso de sus tropas enfilaba hacia el interior de la península. San Sebastián quedó sitiada por tierra y mar el 9 de abril. «El bloqueo era estrechísimo y toda la línea francesa estaba bajo el tiro de la plaza, ocupando los franceses El Antiguo, San Martín y San Francisco», escribe Soraluce. Los invasores establecieron su cuartel general en Aiete.

El corte del acueducto de Morlans dejó a los sitiados sin agua mientras se expandían el escorbuto y la fiebre amarilla

La situación en San Sebastián fue más o menos llevadera en los primeros meses, pero empeoró de forma ostensible cuando los sitiadores interrumpieron el suministro de agua a principios de verano. «Les bastó con cortar el acueducto de Morlans», indica el historiador Mikel Alberdi, que añade: «Aunque los bombardeos fueron escasos, las condiciones de vida en la ciudad eran horrorosas por la falta de alimentos, de agua y las enfermedades». El cronista Soraluce describía así la situación en la revista 'Euskal Erria': «La suciedad era extrema, tanto entre la guarnición y paisanaje como en las calles y plazas, haciendo presa el escorbuto y hasta la fiebre amarilla, importada ésta desde Pasajes y a donde la trajo la corbeta llamada 'Donostiarra' procedente de Ultramar».

En la San Sebastián sitiada de 1823 convivían dos ayuntamientos: el legítimo derivado del orden constitucional, cuyos máximos responsables permanecían en la ciudad sitiada, y el realista, que se instaló en un caserío de Miracruz. El cronista Soraluce, que tuvo oportunidad de estudiar las actas de ambas corporaciones, llegó a la conclusión de que sus diferencias políticas no impidieron que trabajasen en pos de un objetivo común: impedir que la ciudad volviese a ser destruida. «Entre ambos ayuntamientos había un convenio tácito (...) para salvar a San Sebastián de otra catástrofe como la ocurrida diez años antes, en 1813, dado caso que fuese bombardeada y asaltada la plaza nuevamente».

Mapa que el ejército francés utilizó para organizar el sitio de la ciudad en abril de 1823.

Fuese por la buena marcha de la campaña militar o por la impronta afrancesada de la ciudad, que había estado en manos de los soldados napoleónicos hasta el incendio de 1813, tampoco los invasores se cebaron en ella. Soraluce precisa que los sitiadores «consintieron en que para los enfermos entrasen en ciertas ocasiones verduras y alimentos frescos» cuando el escorbuto hacía estragos y asegura que el propio duque de Angulema «prohibió terminantemente que fuese bombardeada la plaza». No obstante, la guarnición de la ciudad, formada por unos 2.200 soldados, hizo frente a las penurias durante seis meses y solo accedió a rendirse cuando el triunfo absolutista se había ya consumado en España. «Capituló San Sebastián el 27 de septiembre de 1823 después de haberse cerciorado de que toda resistencia era ya inútil en vista de la caída del régimen constitucional», escribe Fermín Muñoz Echabeguren.

'La Gibraltar del Norte'

El ejército francés, sin embargo, no llegó a abandonar la ciudad. Un contingente de unos 2.000 soldados se quedó en ella cinco años más, una circunstancia que contribuyó a que la llamada represión 'blanca' contra los liberales que se desató tras la restauración del absolutismo fuese en Donostia mucho menos severa que en el resto de España. «Hubo progresistas que buscaron refugio en San Sebastián porque la presencia de las tropas francesas frenaba muchas de las barbaridades que se hicieron en otras ciudades», apunta el historiador Mikel Alberdi. El cronista Pedro M de Soraluce dice incluso que la capital donostiarra llegó a ser llamada «el 'pequeño Gibraltar del Norte', por paridad con la plaza inglesa del Mediodía donde la emigración de los constitucionales era numerosísima».

El episodio de 'Los cien mil hijos de San Luis' se cerró definitivamente con la marcha de las tropas francesas en la primavera de 1828 y la visita a la ciudad en junio de ese mismo año del rey Fernando VII. Se abría así un paréntesis de paz mucho más breve de los que hubiesen deseado sus vecinos, ya que San Sebastián sería sitiada de nuevo apenas siete años después en el curso de la primera guerra carlista.

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