Historias de Gipuzkoa
El primer prostíbulo clausurado, que se sepaDurante varios siglos la prostitución estuvo tolerada, pero también controlada con dureza, por las instituciones políticas y eclesiásticas guipuzcoanas
Durante varios siglos la prostitución estuvo tolerada en Gipuzkoa, pero también controlada con dureza por parte de puritanas e hipócritas instituciones políticas y eclesiásticas. Un ejemplo es que el primer documento histórico del territorio en el que aparece un burdel data del año 1519 y hace referencia a un mesón de Pasaia que fue clausurado por las autoridades. Fue el primero en un municipio guipuzcoano, que se sepa. Y es que la represión se ejercía desde el alcalde por medio del destierro y la cárcel, hasta el cura desde el púlpito. Pero esto no evitaba que consideraran que «la profesión más antigua del mundo» constituía «un mal menor» y «algo inevitable». Su teoría era que las prostitutas, de forma consciente o empujadas por el instinto de supervivencia, realizaban sobre todo una función social. A su juicio, aliviaban las necesidades libidinosas y el «instinto diabólico» de los hombres. Ponían en valor que ayudaba a evitar los casos de violencias, violaciones, incestos u homosexualidad, entre otros.
Pero también incidían en que en Euskal Herria la prostitución no estaba tan extendida como en otros territorios peninsulares. Subrayaban que no existe una palabra en euskera para describir la prostitución, término que proviene del vocablo en latín 'prostitutio'. Insistían en la imagen del gipuzcoano honorable hidalgo, cristiano viejo, honrado, trabajador, casto y valedor de una familia ejemplar. Defendían además, que mantenían un especial respeto por la figura de la mujer. Esta idea vendría avalada por aquellos que defendían el paradigma de una sociedad matriarcal vasca.
La posibilidad de traer la deshonra a su apellido y al de su caserío pudo influir, asimismo, en que no hubiera muchas prostitutas en Euskal Herria. A ello contribuía, además, el adoctrinamiento moral de la Iglesia, la importancia de las normas y tradiciones seculares, el papel de la mujer como madre y el valor de la castidad y la virginidad. Además, hay que tener en cuenta que la sociedad vasca de esa época era cerrada, con una fuerte endogamia, en caseríos desperdigados con un fuerte rechazo al extranjero.
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Guetos para separar a las prostitutas de las mujeres honradas
Todo esto puede explicar que apenas existen documentos históricos sobre la prostitución en Gipuzkoa durante el periodo de la Edad Media y la Edad Moderna. Los investigadores creen que otra de las razones puede ser que no se ejercía de forma ostentosa, callejera y cantonera como en otros territorios de la península, tal vez por el carácter reservado de sus habitantes. Las autoridades crearon auténticos guetos para separar a las prostitutas de las gentes de bien, y sobre todo de las mujeres honradas. Además, así se las podía controlar mejor. En algunas localidades se legalizaron burdeles y mancebías, que debían situarse extramuro, alejados del casco urbano.
La historiadora donostiarra Charo Roquero ha indagado sobre el tema en distintos archivos y ha divulgado sus investigaciones sobre todo en un interesante libro titulado 'Historia de la prostitución en Euskal Herria', editado por Txalaparta. También destaca 'Prostitución y control social en el País Vasco, siglos XIII-XVII'. Se trata de un extenso estudio realizado por Iñaki Bazán, Francisco Vázquez García y Andrés Moreno Mengibar.
Charo Roquero remarca en Euskal Herria no existió una prostitución pública reglamentada hasta bien entrado el siglo XIX. Y pone el foco, además, en que la tendencia siempre fue la de culpabilizar a la mujer. Era ella a quien la sociedad condenaba por no ser una «buena mujer», por no cumplir con el ideal de feminidad, un ideal que siempre estuvo ligado a su conducta sexual: la castidad representaba el principal baluarte de la virtud femenina. Muchas meretrices y alcahuetas eran acusadas a la vez de prostitución y de brujería, sobre todo las viudas y las solteras.
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El primer documento histórico sobre un prostíbulo
Charo Roquero, licenciada en Historia Moderna por la Universidad de Deusto y en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, desvela que el primer documento histórico de Gipuzkoa en el que aparece un prostíbulo data del año 1519 y hace referencia a un mesón de Pasaia. Su dueña mantenía relaciones sexuales con sus huéspedes y reclutaba a mujeres de la zona para que también lo hicieran. La historiadora recuerda que ese municipio era ya en el siglo XVI un enclave, de gran importancia en el tráfico marítimo del Golfo de Bizkaia, circulaba una población flotante de diversas procedencias, sin arraigo familiar en la zona, que constituía una clientela potencial para el comercio sexual.
El 'pecado' de la dueña del establecimiento no era el promover la prostitución en la localidad, sino actuar de forma privada, sin tener en cuenta lo reglamentado por la autoridad municipal. Su desafío supuso que el alcalde ordenara el cierre del local y el destierro de la mesonera.
Está visto que la legalización de burdeles permitió recaudar dinero a los ayuntamientos, ya que las prostitutas debían pagar un alquiler por la casa que ocupaban, pero supuso también la aparición de la prostitución clandestina. Se ejercía en posadas de caminos, tabernas de puerto o en caseríos de dudosa reputación. Todo estaba controlado por alcahuetas y celestinas que reclutaban a jóvenes con una vida difícil, huérfanas, vulnerables tras un embarazo no deseado, o marginales y desarraigadas. Iñaki Bazán pone el foco en que en algunos burdeles clandestinos predominaban las mujeres que sobrepasaban la edad adecuada para ejercer la prostitución, estas mujeres pasarían a un nivel ínfimo de la prostitución y a veces, eran nombradas con dureza: «puta vieja», «puta sucia», «puta barata».
En el mundo rural destacaban la joven que mostraba de forma abierta ante los varones su debilidad por el sexo, la ramera conocida por todos los vecinos, la vagabunda que tenia que acostarse con hombres para poder sobrevivir, la mantenida por un hombre pudiente o por uno que estaba casado. También eran conocidas las mancebas de los clérigos. En los municipios con mayor población predominaban las taberneras que se prostituían y las mujeres que seguían a la soldadesca.
No hay que olvidar el dramático caso de las inocentes muchachas vírgenes que abandonaban su caserío para trabajar como sirvientas en los hogares más pudientes de municipios importantes. Muchas eran agredidas sexualmente por el dueño de la casa o incluso por sus hijos. En muchos casos las criadas terminaban embarazadas, por lo que tras ser echadas de la casa. Solo les quedaba el recurso de convertirse en prostitutas para poder sobrevivir. No podían volver con sus padres porque habían quedado estigmatizadas. Su futuro quedaba en manos de las alcahuetas. Otra forma encubierta de prostitución era la venta de la honra a cambio de un matrimonio.
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El castigo a las prostitutas
En su rastreo histórico de los archivos judiciales, Charo Roquero recoge documentos que prueban el castigo que recibían las mujeres que ejercían su libertad sexual de una forma libinidosa. Así, en 1735, la Justicia de Hondarribia inició autos contra Francisca de Ortigosa y Manuela Piñondo, de 18 años, porque andaban a horas deshonestas por los caminos del valle de Oiartzun y Lezo y solían frecuentar a los soldados de guarnición en la plaza. El auto especifica: «Eran mujeres que andaban como unas perras de un lugar a otro y están reputadas ambas por mozas de depravada vida y muy licenciosas, siendo por ello acusadas de públicas rameras». A la primera se la envió en reclusión a la Casa Galera de Zaragoza, y a la segunda, que era algo mayor, se la desterró para siempre de Gipuzkoa.
En Euskal Herria no había casas-galeras, por lo que las condenadas vascas eran llevadas a Valladolid o Zaragoza. En 1684 se creó una en Navarra, pero por problemas de financiación no empezó a funcionar hasta mediados del siglo XVIII.
También es llamativo el caso de Mª Vicenta, una chica que comienza como capricho de un importante personaje militar de San Sebastián (en el año 1742) y acaba ejerciendo como ramera pública. «La historia llegó a causar tan grave escándalo en la ciudad que el alcalde se vio obligado a ponerlo en manos del fiscal del corregimiento».
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La persecución de las mancebas en Gipuzkoa
La expulsión de una o varias prostitutas de una localidad por no cumplir las normas no se ocultaba a los vecinos, sino que se les hacía partícipes del humillante momento. A las livianas y rameras les rapaban el pelo y las cejas, las arrojaban del pueblo con tamboril y txistu, les daban dos pedazos de pan y dos rábanos para el camino. Y en el mismo límite municipal donde eran expulsadas tenía lugar a la vez un baile público. Hubo casos en los que incluso eran azotadas públicamente.
En San Sebastián a las prostitutas con orden de expulsión se las montaba en un asno desnudas de cintura para arriba y enmieladas.
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La vestimenta y la expresión «ir de picos pardos»
Las autoridades locales, e incluso las Juntas Generales de Gipuzkoa, también ejercían un férreo control sobre la vestimenta de las prostitutas a través de distintas ordenanzas. Reglamentaron que no usaran toca como las mujeres honestamente casadas, que usaran distintivos para que tampoco se las confundiera con las doncellas, que llevaran tocas «azafranadas», que llevaran una pluma y que llevaran los famosos «picos de color pardo» por encima de la falda. Charo Roquero señala que este es el origen del refrán «ir de picos pardos». Otras obligaciones eran que no llevaran luto por sus «amigos», y hasta «debían ir con una prenda amarilla o que tenían que tener una rama en el balcón».
En el siglo XVII hubo un cambio en la actitud de las autoridades hacia la prostitución. Les preocupaba el aumento de los brotes de sífilis y los delitos asociados a los burdeles, y también que esta actividad afectaba a la economía de los municipios. Con el paso de los años cada vez fueron más las casas de arrepentidas o recogidas que buscaban «salvar las almas» de estas pecadoras, y que funcionaron hasta el siglo XIX.
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